Creador de un mundo de atorrantes y eruditos, Alejandro Dolina, un hombre sensible de Flores, se mantiene firme con su refinado estilo entre las preferencias de la gente. Un mundo de libros, música y talento que vale la pena descubrir..
Mientras la Avenida de Mayo se empezaba a vaciar, la figura de Alejandro Dolina atraviesa las puertas del suntuoso Café Tortoni. Entre turistas indiferentes y saludos respetuosos, el creador de La venganza será terrible se sienta dispuesto a charlar. Sencillo, cordial, comparte la mesa con Sudestada. Una entrevista para cerrar el año a lo grande.
La idea sería empezar hablando de tus libros, ¿cómo llegaste a lo que podríamos llamar una "mitología de los barrios"?
Es verdad, algo de eso hay. Me parece, porque uno no está muy cierto en lo que ha escrito y es muy frecuente que muchos autores tengan una idea absolutamente equivocada de lo que escriben, pero yo tengo la sensación de que hay allí unos asuntos que son universales e incluso un poco abstractos. Están allí. Quiero decir la polémica, o la dicotomía entre el romanticismo y el clasicismo, entre lo apolineo y lo dionisíaco, que estaría dada por esa oposición entre los hombres sensibles y los refutadores de leyendas, pero además muchos otros asuntos, que a veces específicos están tratados en esos ensayos ficticios y relatos. Digo, estos asuntos que como he dicho son de antigua data, propios de discusiones más académicas y a veces aburridas, están sin embargo instalados en un lugar que es el barrio de Flores. Eso por un lado. La instalación de asuntos de trámite arduo en un ámbito más bien atorrante. Y por el otro, accionando entre el mundo celeste y el terrestre con una serie de mitos o supuestos mitos que vienen a amueblar un cielo casi desierto de estas tierras, casi siempre ayunas de toda mitología. No debemos olvidar que en general también el mito estuvo siempre presente como emblema, como símbolo en la representación de muchos asuntos filosóficos, y más que filosóficos poéticos.
En El libro del fantasma, el fantasma dice: "Los seres eternos no pueden escribir". ¿Vos creés que toda literatura es una búsqueda de la inmortalidad?
Algo así, o una consecuencia de la ausencia de inmortalidad. Primero porque creo que la poesía casi siempre está referida a lo que no tenemos, mucho más que a lo que tenemos, pero además cabe pensar que una raza de inmortales no tendría necesidad de escribir libros, porque todos los libros son las vidas que no vamos a vivir. Una raza de inmortales viviría, más tarde o más temprano, todas las vidas. No tendría mucho sentido la literatura. Yo creo que la literatura es una de las venturosas hijas de la muerte, otro hijo de la muerte es el amor, porqué esa urgencia que viene a culminar en la reproducción, si no fuera porque nos morimos. Con toda seguridad si fuéramos eternos no amaríamos.
En estas ideas se puede divisar la influencia de Miguel de Unamuno en "Del sentimiento trágico de la vida".
Sí, claro, desde luego. Influencias que a uno le cuesta trabajo admitir porque parecen muy pretenciosas. Ser influido por un autor no significa que uno sea discípulo dilecto de ese autor, ni que venga a continuarlo ni que sea heredero de su talento. Simplemente se trata de despertares acerca de asuntos que uno no conocía, o que uno no había pensado adecuadamente hasta no encontrarse con ese autor. En ese sentido, no sería nada más que admitir influencias ilustres.
¿Es cierto que si tuvieras que elegir a un artista de cualquier expresión lo elegirías a Carlos Gardel?
No, pero a un artista popular, a un cantor, lo elegiría a él. En realidad, no está lejos. Yo creo que tengo más admiración por Borges que por Gardel ciertamente, pero tal vez porque me interesa más la literatura que el tango, apenas. Gardel me parece un verdadero ejemplo de cantor, y además un ejemplo muy poco seguido. Humildemente opino que se canta muy mal en este tiempo. Ha desaparecido el sentido musical del canto, ha sido reemplazado por una especie de semiactuación, una colección de supersticiones conforme a las cuales casi conviene estar un poco enfermo, un poco viejo y un poco vencido y afónico, calculando que así se pueden representar mejor los sujetos de enunciación que son, por ejemplo, los hombres apenados por algo. El curioso disparate se escribe así: el sujeto de enunciación y el cantante son la misma cosa. Entonces, para representar a un hombre que sufre, que generalmente es el sujeto de enunciación de cualquier poema, conviene ser uno también un hombre que sufre, y para el caso, un hombre con la voz perjudicada, incluso hasta verdaderamente enfermo, un poco viejo y ciertamente perjudicado espiritualmente es mejor para representar esos papeles, e incluso los defectos del canto profesional se disimulan atribuyéndoselos al sujeto de enunciación. Si yo toso no es porque soy un mal cantante sino porque soy el hombre que está en la cantina llorando la ausencia de un amor. Ese es un error gravísimo porque las penas del hombre que está en la cantina deben ser enunciadas por un cantor profesional que debe tener una afinación perfecta, que debe tener un sonido extraordinario y debe ser músico, y estar al servicio de la música ya que el canto es un fenómeno musical. Sin embargo, no se canta así. Gardel sí cantaba así, tenía un sonido estupendo, una afinación estupenda y un buen gusto natural y no hacía tragedias adelante del micrófono, como suele ocurrir ahora. De modo que incluso mi admiración por él va creciendo y es cierto que cada vez canta mejor en la medida que los otros cantan cada vez peor.
En la opereta Lo que me costó el amor de Laura vos tomás un tema que te es conocido: el desengaño amoroso. ¿Lo hacés desde una necesidad personal o por una cuestión estética?
La temática no es personal, eventualmente hay en la opereta algunos elementos personales que están relacionados con la producción de la obra y que no tienen porqué ser advertidos por el oyente o con dedicatorias que yo pude haber hecho de un modo también exterior a la obra. Desde luego yo no cuento una historia personal en la obra, en absoluto, y ni Laura es Lala Franco ni yo soy Manuel, aunque desde luego es más fácil que yo sea Manuel en la misma medida en que Flaubert era Madame Bovary. Casi uno no puede escapar de las obras que escribe y uno es un poco todos los personajes, pero lo que me impulsó a escribir esa obra fue la misma fuerza extraña, misteriosa e inexplicable que los impulsa a ustedes a hacer esta revista, a los músicos del Tortoni a hacer música, es eso que hace que uno en algún punto encuentre como fatal dedicarse a una actividad artística, pero no es que yo me peleé con una señorita y entonces resolví escribir la opereta, porque así no fue.
Mucha gente cree que es así...
Mucha gente cree que es eso. En general la gente tiende a creer que los escritores sólo escriben sobre cosas que les han sucedido. Esta es una creencia imposible de desbaratar.
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº15