Tres familias se refugian en vagones abandonados de la estación Escalada. Historias de hambre, pobreza y desocupación que se hacen carne a metros de nuestras casas.
Ricardo nacerá en diciembre. Será el sexto hijo de Edith y el primero de Daniel. Sus padres están felices pero tienen miedo. Es que la mujer aumentó sólo dos kilos en los ocho meses que lleva el embarazo y los médicos dijeron que el bebé tenía muy poco peso. Pero tienen fe.
Edith tiene 37 años y cinco hijos de dos matrimonios anteriores. Conoció a Daniel hace cuatro años. Y desde el 2000, ella vive con sus tres hijos menores y con Daniel en un vagón de tren.
"El departamento", como ellos lo llaman, está ubicado a unos 200 metros al norte de la estación Remedios de Escalada. Y como es íntegramente de hierro "en verano es una hoguera y en invierno, una heladera". Es por eso que ahora a las 6 am están todos levantados. El calor los empuja a la sombra de algún árbol.
Una hora después los chicos se preparan para ir a la escuela. Carolina, de 9 años, es la única que no va. Desde hace unos meses que está impactada. Ella vio como un tren, que aparentemente venía fuera de servicio y sin luces, terminó con la vida de su tío, a pocos metros de donde ella jugaba.
Gustavo, en cambio, no entendió mucho lo que pasó. Y le va
muy bien en el jardín. Es tímido, pero se lo nota contento. Tiene 5 años y pesa sólo 17 kilos. Está desnutrido. Le dijeron que tiene que tomar leche. Pero su madre no consigue que el municipio les otorgue el Plan Vida porque los que viven en la vía "no tienen jurisdicción".
Miguelito, de once, parece el más liero. Cuando vuelve del colegio, pasa por todos los negocios para pedir comida y lo definen como el más caradura a la hora de "manguear".
Daniel hace trabajos de mantenimiento en la Universidad Nacional de Lanús y cobra 150 pesos a través de los planes de trabajo. "Pero eso no alcanza para mantener a nadie. Yo salgo a buscar cartones después del trabajo. Mi mujer sale a pedir diarios por las casas y los chicos recorren verdulerías y carnicerías todos los días. Y apenas nos alcanza para comer", cuenta.
Para poder alimentarse, la familia armó una pequeña huerta que los nutre de algunas verduras. "Y la idea -agrega Edith- es comprar una pareja de conejos y algunas gallinas ponedoras... No sé. Hacemos todo lo que podemos para sobrevivir".
"Lo difícil es cuando los chicos piden y piden. Y vos no sabés qué decir. Los grandes nos podemos arreglar con unos mates. Pero cómo hacés para explicar a tu hijo que esta noche no se cena", se pregunta.
A pesar de la situación en la que viven, Edith y Daniel aseguran que están bien comparados con otros. "Hay gente que no come por varios días. Y nosotros estamos cansados del guiso de arroz, pero siempre tenemos algo para comer. El tema es que por el tipo de comida los chicos no se fortalecen. Y la cosa está cada vez peor".
Del Chaco
En el vagón de al lado viven Samuel (31 años, hermano de Daniel) y su mujer, Gabriela (22), con cuatro chicos de 6, 5 y 3 años y una beba de 90 días. Llegaron hace un par de semanas desde Saenz Peña, Chaco, "porque nos corrió el hambre", resumen.
"Allá todo el mundo es pobre. Comés cada tres días. No tenés a quien pedir", sentencia la joven. "Nos fuimos a probar suerte -cuenta él-. Hicimos un ranchito y teníamos algunas changuitas. Yo trabajé en la cosecha de algodón y como ayudante de albañil. Pero hace meses que no había nada de nada. Y nos tuvimos que volver".
El hijo mayor de Gabriela tiene 2º grado de desnutrición. Con 6 años, Agustín pesa 19 kilos. Y ellos, al igual que Edith, tampoco consiguen leche para Melina, la beba de tres meses.
"Ahora -cuenta la madre- la puedo amamantar un poco porque estoy comiendo. Pero cuando estábamos en el Chaco me salían gotitas, nada más. Por eso a mí me da miedo que se me deshidraten. Acá en los vagones hace mucho calor. Y si bien ahora comemos todos los días, ellos no tienen la energía suficiente como para crecer sanos. Tenemos que tratar que recuperen energías".
"Precisamos alimentos, leche, colchones, calzado, ropa, muebles. Y yo puedo trabajar en casas por hora. Siempre lo hice. Tenemos que salir de alguna manera. Acá por suerte estamos con Edith y Daniel. Y tiramos todos para el mismo lado. Compartimos todo. Pero es difícil. Muy difícil"...
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