Como tantas otras veces en la historia, Cuba está en el centro de la tormenta. Artistas de todo el mundo se expresaron (a favor, en contra y ambiguamente) sobre las últimas medidas tomadas por el gobierno revolucionario. En el camino quedaron aquellos que fueron manipulados por el mismo enemigo que dicen combatir, y otros que expresaron su opinión sin alterar su lugar en la trinchera.
La realidad empuja, conmueve, exige. Este presente de barbarie imperialista, de avance militar sobre las vidas de millones de seres humanos, de impunidad planetaria y de hegemonía ideológica (casi) absoluta a través de los medios de comunicación, es el reflejo de un presente crítico. Un presente que obliga a tomar posición, a abandonar la comodidad de los grises y optar, a elegir caminos y asumir los costos, a sufrir y sentir la ausencia, a conmoverse por los contornos desdibujados de muchos que van quedándose en el camino. Cuba es el centro de esta batalla, como de tantas otras, hoy.
"Ahora, cuando el gobierno de Estados Unidos amenaza no sólo con reimplantar en nuestro continente la política anacrónica del garrote, sino que prepara sus armas para una nueva guerra de devastación mundial, los intelectuales de Nuestra América estamos obligados a extremar el compromiso con nuestros pueblos, y en especial con los que se están enfrentando con más heroísmo que recursos a la opresión inmemorial. (...) Los pueblos están conquistando ahora su derecho a la palabra, y a nosotros nos corresponde la muy alta responsabilidad de articularlo y defenderlo". La declaración que precede estas líneas, que parece escrita hace minutos, en realidad fue la conclusión de cerca de 300 artistas americanos participantes del Primer Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América, desarrollado en La Habana en septiembre de 1981.
Dos décadas después, los intelectuales y artistas no sólo han perdido mucho de su poder de influencia política y de su protagonismo decisivo en el destino de sus pueblos; en muchos casos, han olvidado su papel como voces autorizadas en esta realidad que los arrasa a ellos también. "Creo que desligar la obra de toda militancia es dar la espalda a nuestros pueblos en nombre de supuestos valores absolutos que el huracán de nuestro tiempo contemporáneo convierte en hojas secas y en olvido. De sobra sabemos que en América Latina hay escritores a quienes una sociedad privilegiada adula, y que se obstinan en el anacrónico refugio de sus torres de marfil. Nada han hecho ni nada harán para evitar que un día pueda caer también sobre ellos el fuego del napalm o la bomba de neutrones; acaso creen, basándose en lecturas esotéricas, que el marfil les protegerá de las radiaciones", explicaba un irónico Julio Cortázar en 1982, sobre el papel de algunos intelectuales. Finalmente y con el paso de los años, esa observación de Cortázar se transformaría en la triste tendencia hegemónica entre sus pares.
La polémica con Cuba
En las últimas semanas, artistas de todo el mundo se han visto en la obligación de expresar su opinión ante los recientes acontecimientos políticos vividos en Cuba (ver recuadro). Muchos de ellos asumieron en esta oportunidad una previsible posición condenatoria, hija de la desinformación (en un mínimo de casos), de la brutal manipulación de las noticias (componente esencial de los medios de comunicación al servicio de intereses conocidos); y cuando no del rechazo visceral a todo aquello que parezca opositor a los designios de Washington. Lo curioso en este caso fue la reacción (inesperada o no) de algunos artistas frecuentemente defensores de la revolución cubana, quienes ante una presión inédita que busca erosionar la base solidaria con la que cuenta Cuba, cedieron con cavilaciones a la maquinaria mentirosa y falsa que supieron combatir durante décadas, muchas veces en la más completa soledad. Muchos antepusieron principios personales a un análisis racional y bien contextualizado de la realidad; otros aprovecharon la ocasión para atacar la estructura política general impuesta en Cuba desde 1959; y otros tantos confirmaron que continúa más vigente que nunca aquel precepto que establece que las ideas dominantes se parecen demasiado a las ideas que generan las usinas del capitalismo. Aún para aquellos que se autodefinen con categorías que, a la vista de los hechos, bien grandes les quedan.
"Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo", reconoció el escritor portugués José Saramago, disconforme con las medidas del gobierno cubano con los mercenarios a sueldo de Estados Unidos que optaron por el terrorismo o por la conspiración política dentro de la isla. No sorprende tanto, a decir verdad, el contenido del texto de Saramago, sino su forma.
En un puñado de líneas, el Premio Nobel portugués expresa: "Cuba ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones". Saramago habla también de "penas desproporcionadas" para los conspiradores juzgados luego de comprobarse que cobraban salarios de Washington y trabajaban como empleados y defensores de sus intereses. Resulta inverosímil escuchar a un prestigioso escritor como Saramago sorprendido por las penas aplicadas por la justicia, cuando cuentan con décadas de antigüedad y fueron impuestas también en otras oportunidades. Resulta inverosímil observar que en apenas 15 líneas un intelectual de su talla pueda expresar un paso al costado de tanta profundidad, frente a un clima de acoso creciente contra un pueblo amenazado...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N° 19)
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