Del Lobisón al Pombero, pasando por el Familiar y el Cururú; nuestro país es tierra pródiga en seres sobrenaturales. Mezcla de cultura popular con miedos y creencias, una reseña donde no pueden faltar los monstruos más temidos en el interior argentino.
Un entretejido de seres sobrenaturales y creencias conforman una fauna fantástica que, con rango de mito, puebla el imaginario popular argentino. En un trasiego constante con mitologías de otros tiempos y otras partes del mundo, los seres mágicos remiten de inmediato a la visita de un más allá y representan una "deformación" respecto a una supuesta armonía, al orden, lo establecido, lo convencional.
El tema en nuestro país ha sido tratado a fondo por ensayistas que han reflexionado sobre tradiciones populares, creencias y folklore. No hay provincia que no tenga sus investigadores en este sentido. Se destacan, entre muchos otros, los trabajos de Susana Chertudi y Berta Vidal de Battini (publicó diez volúmenes de narraciones populares), quienes realizaron un trabajo importante de recopilación; a ellos se agregan Elena Bossi y Adolfo Colombres, entrevistados para esta nota.
La vigencia de los 'aparecidos' se comprueba en la fuerza de las historias narradas oralmente y en las creencias populares. Se dice, por ejemplo, que para echar al duende hay que colocar un pantalón de hombre sobre la cama, o que para protegerse del lobisón hay que apuntar a una sombra y disparar una bala bendecida en tres iglesias. Así, el Lobisón, el Basilisco, la Mulánima, el Duende, las Brujas, el Yaguareté y otros espectros caminan del brazo de seres supuestamente benignos, muertos milagrosos, como Almita Sibila, la Juana Figueroa, la Difunta Correa, Carballito, la Telesita, San Esteban Sumamao y el Gauchito Gil.
Colombres, ha dividido la demoniología en varias categorías: espíritus, dioses (del bien o del mal), héroes civilizadores y personajes legendarios o mágicos. Son los protagonistas de una cosmogonía, los actores del mito, las formas que asume lo desconocido, una proyección de la vida social a través de los elementos naturales.
Surgidos en contraposición con los miedos y fobias ancestrales del hombre, habitantes de una frontera delgada entre la vida y el inframundo, los seres fantásticos provocan un enfrentamiento con lo desconocido y son portadores de un complejo sistema de advertencias, culpas y castigos. Remiten a zonas sagradas, planos de la realidad que dan paso a lo ambiguo y al tema de lo prohibido, sobre todo relacionado al campo de la sexualidad; a través de la mujer estigmatizada como devoradora, lujuriosa, "perdida" en las tinieblas del deseo.
Descalificado a ratos como superstición (en general, por influjo del cristianismo, tienden a sobrevivir sólo aquellos seres que se asocian más fácilmente con el diablo o con demonios), el universo mítico se centra en una deformidad. Pero por más que el hombre deposite fuera de sí a los duendes y las figuras terroríficas, ellos habitan en su interior.
En su nota "El prodigio monstrado" (sic) para el libro "Monstruos", Jorge Accame, sostiene que frente a estos seres se experimenta miedo y lástima: "Terror frente al peligro de que nos pudiera suceder lo mismo, y piedad porque le está sucediendo a otro". Agrega Accame que en el asunto juega un papel importante la mirada, que "devuelve al que mira, su naturaleza monstruosa" y agrega: "Los monstruos están solos; el hombre ha construido la diferencia y se la ha 'monstrado'. El hombre es el constructor del monstruo. Podría sospecharse que la esencia de lo monstruoso reside en él".
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°20)
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