Reconocido por su trabajo como guionista de historietas de la talla de Alack Sinner (en dupla con José Muñoz), la narrativa de Carlos Sampayo también aporta una mirada original al policial realista. La dictadura ilustrada y otros cuentos es su último libro de relatos, donde propone acercar la lupa a las cloacas de la política en los peores años de nuestro país.
Mediodía en el barrio de Once. Al caminar por sus calles se reconocen lenguas y acentos, una multiplicidad de voces unidas en un clima tan propio que sin esa multiplicidad lingüística no sería el mismo lugar. Es un recorte de la realidad porteña imposible de trasplantar a otro punto cardinal. En medio del bullicio y la adrenalina que genera la búsqueda del peso para sobrevivir, aparece la figura de un hombre que abre la puerta de un viejo edificio y da los buenos días en un tono pausado, ajeno al entorno. Carlos Sampayo, setenta y tres años, apoya su humanidad sobre el bastón y larga una bocanada de humo propia de los personajes que inventó junto al dibujante José Muñoz. Son autores de "novelas gráficas" (el género "historieta" le queda chico) como las del detective Alack Sinner, la vida de Billy Holiday y Sudor Sudaca. Y en dupla con Francisco Solano López hizo la celebrada historia Evaristo. La enumeración es caprichosa e incompleta pero suficiente para dimensionar la obra de este argentino que es guionista, poeta, narrador, periodista y uno de los mayores conocedores de jazz, que se fue del país en 1972 y regresó en 2006.
Trajo de Europa algunos textos y una idea: escribir cuentos sin otra intención que experimentar la sensación de transitar esta modalidad narrativa. Poco a poco, el volumen de las páginas impresas creció al punto de considerar que algo se podía hacer con tanto escrito. Tras una selección junto al editor Ramón Terruela, de Mil Botellas, quedó un conjunto de historias relacionadas entre sí que derivó en La dictadura ilustrada y otros cuentos, un libro que nació del otro lado del Atlántico y que Sampayo modeló con paciencia de artesano en Buenos Aires.
En los trece relatos se recrea la atmósfera de un país que ya no es porque el lenguaje, los tiempos y los lugares de antaño fueron borrados del mapa en nombre de la modernidad y el progreso. Sin embargo, el narrador rescata la vida de la gente común y un imaginario de sociedad que tenía sus valores y costumbres en un clima de represión política, algo que se metía en los pliegues de la vida cotidiana.
"Recupero sensaciones configuradas a partir de recuerdos. Este libro es una invención donde suceden cosas que ocurrieron. Eso es verdad. Hay alusiones a hechos dramáticos de la Argentina, aunque nunca protagonizan el hecho narrativo", explica el autor.
–¿Cómo selecciona los acontecimientos?
–Van brotando. Elaboro una peripecia y, si esa atmósfera surge, ¿por qué desaprovecharla? Como en dos cuentos donde figuran los bombardeos a la Plaza de Mayo de 1955, donde no es el hecho en sí sino el ruido de los motores, cómo habrá vivido la gente que estuvo cerca pero que no fue víctima directa. Son episodios que recuerdo perfectamente por mi edad. El libro transita entre los años treinta y principios de la década de 1960, una época que desapareció. Había un modo de hablar, de relacionarse, de estar, que es muy diferente al actual. En esto no hay pesimismo ni nostalgia. Era lo que era y es lo que es. El modo de relacionarse con el mundo era otro. También la manera de odiar, de amar. Hubo una fractura en el tiempo que sitúo a comienzos de los sesenta. Alguien me dijo que todo cambió después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Y, efectivamente, al rastrear las huellas en el terreno de las relaciones personales, de la música, del espectáculo, de la política, el mundo fue hacia otra cosa. Comenzó una nueva evolución. Por eso, el taller mecánico que aparece en los textos, como una base de operaciones narrativa ya no existe como un espacio donde se reúnen personas a conversar tonterías. Ni tampoco lugares similares de agregación espontánea, afectiva. Nadie va a un taller a arreglar el coche y participa de una tertulia con el mecánico. No me parece posible. Hoy todo es más tenso pero menos dramático, en el sentido de que hay una mayor aceptación y conformismo que entonces.
–¿Esto tiene que ver con sus percepciones de la infancia y la juventud?
–Sí, cuando los mecanismos de la percepción de la realidad eran agudos. Un niño o un adolescente incorpora toda una atmósfera, las palabras y lo lleva adentro. Después, el narrador lo saca. ¿Cómo? No lo sabe. Yo sería incapaz en este momento de escribir una narración de actualidad, no me saldría porque me supera y no entiendo el lenguaje que utiliza la gente para comunicarse. No sé si hay metáforas ni qué ocurre con esta avalancha neologística. Es como si viniera de otro planeta, así que prefiero estar en el mío donde los signos eran perceptibles. Yo respondo con estas narraciones que tienen una utilidad sensible para el lector a quien esa época le parece un universo extraño...
(La nota completa en la edición gráfica de Revista Sudestada)
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