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Nuestra América

Venezuela. Entre el abismo y la esperanza

Detrás del discurso masticado por los grandes medios, Venezuela se enfrenta hoy a un momento de gravedad extrema. No sólo está en riesgo el proceso chavista. El avance de la derecha racista y elitista puede profundizar el retroceso político a nivel regional a un escenario impensado. Desde Caracas, un cronista de Sudestada da cuenta de la profundidad del desafío y anota factores positivos y lastres que no han podido superarse.

Caracas está dividida entre este y oeste, equivalente del sur/norte porteño. Con diferencias grandes. La primera y principal es que, al contrario de Buenos Aires, las clases dominantes venezolanas tuvieron poca ambición de grandeza para la ciudad. Uno de los rasgos más llamativos es que en el centro se encuentran cerros que son barriadas sobrepobladas, muestra de que el valle fue construido por la gente como pudo: a los coñazos, migraciones, hambre y marginación. El Palacio Presidencial de Miraflores, por ejemplo, está frente a los barrios 23 de Enero y Catia, bastiones populares con larga tradición de resistencia. Por eso dos de las principales medidas del inicio de la revolución fueron la regularización de los títulos de tierras y el acceso al agua. Había que empezar por lo primero. Por eso también las fronteras son deseos más que realidades: todo se transforma en otra cosa en un segundo y la ciudad es mayoría humilde, es decir, chavista.


Sin embargo, el este es este, y tiene sus grandes alambres de púa electrificados, edificios de lujo, gente asustada que anda en carros de vidrios polarizados. Muchos ricos fueron migrando ante la avanzada de las masas, la presencia de los monstruos de la pobreza que tomaron parte de su territorio y fundaron villas como Petare, la más grande, dicen, del continente. Mudaron hace años sus riquezas más allá del este, fuera de Caracas. Partieron hacia lugares exclusivos, calmos, frescos, aislados, réplica de su visión de las cosas, del encanto racista de la burguesía. Allí se reúnen familias caceroleras iguales a las de Recoleta, petroleros, nuevos ricos con helipuertos, canchas de golf, mansiones que son réplicas de la Casa Blanca, perros lindos y asesinos, gente que va el fin de semana a Mayami en avioneta privada para descansar. Vivir en el este del este cansa, aunque se trate de una de las burguesías más improductivas del continente: atada a la teta del petróleo, nunca desarrolló siquiera un modelo de sustitución de importaciones. Siempre fue, como bien se dice, parasitaria.


En esas zonas se concentran los escuálidos, diferentes a los opositores. Los segundos son personas que no adhieren al chavismo y nada más, que pueden vivir en el este y también en barrios, y no sienten necesidad de señalar al "régimen" por los males de todos ni de tumbar a nadie. Los primeros, en cambio, son un producto de clase construido por su desprecio, su autopercepción de superioridad –haber estudiado en Estados Unidos y esos asuntos– junto a un trabajo sistemático de inoculación de odio por parte de los medios. El resultado es una inmensa violencia e ignorancia. Imbecilidad también: se opusieron, por ejemplo, al plan de cambio de bombillos normales por los de bajo consumo porque, decían, dentro de los nuevos estaban instaladas cámaras que vigilaba Fidel Castro desde Cuba.


Para dimensionar la fractura venezolana es necesario conocer las dos partes, saber la génesis de esa riqueza y esa pobreza, recorrer Petare y el este del este. Son dos países. Lo que hizo la revolución fue ponerle nombre político a la división, construir mayoría, poder, y darles las riendas de la palabra pública a los excluidos de siempre, que tomaron teatros, plazas, democratizaron la democracia. Chávez no dividió nada: lo que existía era un país petrolero de una minoría lujosa, y millones en la miseria. Está inscrito en la ciudad, las pieles, las miradas.


Venezuela es esa confrontación de clases que se encuentra en su punto más agudo. Desde ahí, pase lo que pase, hay que partir para analizar las cosas.


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2016 ha sido el año más difícil desde el inicio de la revolución. En particular el primer semestre, marcado por tres elementos: la pérdida del poder legislativo, la guerra económica llevada a niveles de asfixia diarios, y los intentos de arrastrar el país a una confrontación callejera con la táctica de los saqueos organizados. Llegados a octubre podemos decir que las aguas de los tres bajaron y queda, como manotazo de ahogado –peligroso siempre– la carta del referéndum revocatorio.


1. La Asamblea Nacional. La derrota en las elecciones del 6 de diciembre fue un baldazo de agua fría para un movimiento acostumbrado a la victoria electoral. Más que de una migración de votos y expectativas hacia la derecha, se trató de un voto de descontento, castigo, un diálogo interno y peligroso del chavismo. Lo malo estuvo en que fue la forma que encontró para expresarse y marcar un límite. Lo bueno es que las soluciones podían ser encontradas desde adentro. En cuanto a la derecha, su incapacidad para potenciar su política desde ese espacio de poder fue evidente. En parte por su debilidad estructural, y también por sus peleas intestinas que los llevaron siempre a dispararse a los pies...


(La nota completa en la edición gráfica de Revista Sudestada)

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Autor

Marco Teruggi (desde Caracas)