Pudo haber sido la protagonista de una vieja leyenda azteca, pero no. Fue más que eso. Fue la historia de una mujer que supo sobreponerse a las limitaciones físicas para vivir una vida plena
Pudo haber sido la protagonista de una vieja leyenda azteca, pero no. Fue más que eso. Fue la historia de una mujer que supo sobreponerse a las limitaciones físicas para vivir una vida plena, sin ataduras, escapando cada día de los prejuicios y las miradas inquisitivas, atenta siempre a una realidad política que entraba por las ventanas y determinaba sus días. Supo ser herida sensible, dispuesta a utilizar su arte como una herramienta de transformación colectiva (y no sólo como un vehículo de expresión individual); fue capaz de asumir los riesgos de una vida a contramano para defender la libertad, incluso en el cotidiano ejercicio de amar. Es, en todo caso, la historia mágica y entrañable de una joven artista que resistió durante décadas los tormentos físicos de un accidente que jamás logró vencer su orgullo y su deseo, de una mujer que aprendió a vivir a la sombra de un gigante creador llamado Diego Rivera, de una artista que construyó en silencio y que hurgó en sus entrañas hasta encontrar un lenguaje plástico propio, que transformó la pintura latinoamericana pese a la indiferencia con que fue recibida su obra en ese despreciable mundillo burgués de las galerías y los museos, que transformó su casa en un lugar de ensoñación y misterio y que abrió las puertas de su mítico refugio (y de su alcoba) hasta al temible jefe del Ejército Rojo de obreros y campesinos, que llegaba después de vencer al enemigo zarista para defender la naciente revolución bolchevique pero que no fue capaz de eludir los encantos de aquella hechicera de Coyoacán.
Mucho tiempo después, su vida se hizo carne de biografías y memorias de testigos, reporteros y amantes, y hoy es todo esto: es anécdota y recuerdo distorsionado una y mil veces por las voces que replican parte de su universo, es verso y canción para juglares y trovadores en todo el mundo que aprenden a componer melodías inpiradas en su rostro fértil, es tesis e hipótesis para catedráticos y académicos de las universidades más prestigiosas del mundo, es espejo y tránsito para centenares de artistas que siguen su huella fresca en la arena americana, es símbolo de libertad y referencia de lucha para las mujeres que profundizan la pelea diaria por sus derechos de género, es enigma develado y tesoro escondido para los arqueólogos del pasado que hallan sus cartas de amor y las pistas de sus romances prohibidos, es también objeto de consumo para el boom de un merchandising tan absurdo como ajeno al espíritu de aquella artista, sin el menor interés de lucrar con su arte o con su estampa, es imagen de estilo y moda "exótica" que encasillan los banqueros de la tela y el desfile, es semilla creciendo como un árbol florido hasta llegar a eclipsar a ese roble llamado Diego, es personaje primero y protagonista después en la pantalla grande hasta llegar a Hollywood con una taquillera película de alfombra roja, o es diálogo y monólogo en decenas de obras de teatro que se apropian y releen retazos de una vida inclemente y poderosa.
Fue la última heredera del México salvaje y revolucionario de Pancho Villa y Emiliano Zapata y hoy es la postal que irradia ese país al mundo, más allá de este presente de violencia fronteriza, de estudiantes masacrados por el Estado y de narcotráfico omnipresente. Hoy es ese destello en el aire: paloma al viento con las alas desplegadas, amazona indomable con los pelos al viento y las cejas crecidas, carcajada contagiosa que rompe la quietud de la noche y brinda con un tequila más a la salud de todos los hombres y mujeres del mundo que dejaron una marca en su corazón para siempre, fe inquebrantable en un porvenir revolucionario para Nuestra América y militante de un marxismo más amigo de lo religioso que de la teoría, laberinto de pasillos grises con dolores físicos y angustias amorosas, viejo cofre pirata del tesoro con mensajes apasionados y fotos descaradas, fábrica de romper barreras, derribar prejuicios y burlarse de las convenciones de una época de bruscos virajes y burgueses escandalizados en las esquinas, poetisa de la provocación capaz de anclar en las fantasías secretas de todos los hombres, una oleada en ese maremoto del arte popular mexicano tan atado a lo indígena como a lo visceral...
La nota completa en la edición especial de colección Nº12 de Sudestada
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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