Desde sus inicios, el género fue desprestigiado por su condición de sólo entretenimiento. Pero en Argentina, simboliza un momento de tensión entre lo verdadero y lo oculto. De Borges a Walsh, un enigma a resolver.
Tratemos de hacer un experimento. Imaginemos un detective. Enseguida pensamos en una calle oscura, en unos pasos lentos, en una sombra con forma de sobretodo. Llueve. Siempre llueve. Y el agua resbala por un sombrero caído sobre los ojos. Y en la boca, como una continuación de los labios, el cigarrillo humeante. Listo. La imagen universal del detective, del protagonista de muchas páginas de un género que por menospreciado no deja de ser imprescindible. Pues bien, ahora imaginemos que el detective es argentino. Difícil. ¿Quién sería el Sherlock Holmes nacional, el Pepe Carvalho de Buenos Aires? ¿Un ex represor arrepentido? ¿Un agente de la SIDE desocupado? El enigma fue resuelto, como el género lo requiere, con talento y maestría por un puñado de escritores que le dieron identidad propia a una tradición literaria que dio en el mundo obras de inusitado valor. No por casualidad los más emblemáticos detectives de estos pagos tienen unos rasgos bastante particulares: uno pelea contra la propia ley y el otro está directamente preso. No es una novedad que digamos que el género policial está menospreciado a pesar de que varios escritores "consagrados" le dedicaron una buena cantidad de páginas. Se puede decir que Edgar Allan Poe lo creó, a mediados del siglo XIX, y que entre quienes lo cultivaron se destacan Dickens, Wilkie Collins, Stevenson, Kipling, Chesterton. En estos comienzos, estamos en presencia de relatos herencia de la novela gótica, del folletín de aventuras por entregas, creando una estructura precisa y eficiente, con la fuerza suficiente para llegar a ser un modelo de narrativa popular, sin perder por supuesto el sustento literario. A esto se le sumó un elemento clave que no se abandonará hasta nuestros días: el enigma, la pieza que falta para armar el rompecabezas. Mas en nuestros tiempos, la escuela norteamericana de la novela negra llevará a la cumbre una narrativa cerrada, sin elemento aislados, donde la trama es una construcción severa, donde las cuestión aleatorias quedan inhabilitadas. Basados en Sir Conan Doyle y sus parámetros de la resolución perfecta, perpetraron su revolución literaria conservando muchas veces intactos algunos rasgos. Esta evolución tiene dos novelas emblemáticas: El halcón maltés, de Dashiell Hammett (donde la trama se desgrana hasta perderse en un final ambiguo), y El largo adiós, de Raymund Chandler (lleva este ejercicio al extremo de que, al terminar el libro es posible que el lector ni siquiera recuerde quién es el asesino).
Borges, Bioy y las dos corrientes
Para comenzar a hablar de una literatura policial argentina es necesario plantear los orígenes narrativos. Con las traducciones de Poe llega el género a nuestras tierras, pero tarda demasiado en aparecer en el papel. En algunos textos de Groussac, de Holmberg, inclusive de Varela. Este primer momento, como lo reconoce el escritor Ricardo Piglia (1), está ligada a esa difusión esporádica de los clásicos y a la expansión del positivismo de manera universal. La llegada de la inmigración influye en las características de la lectura de los argentino, y la literatura policial se vuelve una especie de controlador social, y empieza a atribuir ciertos delitos a ciertas clases. Este momento de inserción es lento y porco claro, en donde los estrictamente policial todavía no aparece, y lo que se tiene es una forma un poco más oscura y urbana de la llamada literatura de aventuras, donde se mezclan una serie de peripecias que un protagonista lleva a cabo sin otro orden que el de la emoción (2). Pasarán varios años (y varios intentos más o menos frustrantes) hasta que dos escritores importantes, defensores de las purezas del lenguaje, que sin embargo se dedicaron a fundar la "argentinidad" del género: nada menos que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. En primer lugar, ambos dirigieron la mítica colección El séptimo círculo, la primera aproximación medianamente regular de la literatura policial a los lectores locales. En ella se tradujeron obras clásicas del género. Pero su aporte fundamental será la creación del primer detective argentino: Don Isidro Parodi. (...)
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°26)
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