Un hombre nace en el campo uruguayo en 1910. Lo llaman Juan. Nace, crece y vive entre lo más bello -lo más cierto-: la hermosura concreta de una vaca, de un monte, de un océano verde y un pastizal y el viento.
Allá donde las lagunas son el cielo
Un hombre nace en el campo uruguayo en 1910. Lo llaman Juan. Nace, crece y vive entre lo más bello -lo más cierto-: la hermosura concreta de una vaca, de un monte, de un océano verde y un pastizal y el viento. Nada -ni las cosas que a fuerza de ser frutos malos del ser humano recaen en violenta nada- puede arrancarle a un hombre la experiencia y la evocación de la belleza de una vaca, un pastizal y el viento. Amar y odiar y sufrir por no entender con la fuerza de lo real, saber que la lágrima que no fue sorbida voló unos metros pamperos y fue tragada por la tierra que uno come, bajo un cielo límpido, es un mojón en la vida misteriosa; una fuerza concreta, un reparo, un pedazo de esencia.
Ya desde chico le atrajo la poesía; algo en esa manera de decir, algo en esos sonetos filosos, en el despojo, algo que no se esperara de él. Un tío le sopló que -como las leguas- esta música podía, o no, ser medida. Durante años se contentó con los versos de Oribe, Juana de Ibarbourou, las églogas de Herrera y Reissig y algún otro poeta nacional. Desde luego, éstos no hicieron más que acrecentar aquel fuego que ya era, sobre todo en su interior, una promesa y una identidad.
Nostalgias de mi tierra
A los dieciocho años la urgencia del poeta por vivir poeta se cristaliza en un viaje a Montevideo, "con el confesado propósito de iniciar estudios liceales y el no confesado, pero sin duda más decidido de hacerme poeta. (...) lo más rural que imaginarse pueda, el hombrecito; timidísimo, arisco, asustadizo en extremo". En palabras del propio Cunha, su impresión de la capital uruguaya fue la de "urbe infernal". Una vez allí, viviendo la bohemia literaria de la generación del 27 desde una pensión que alquiló con los pesos que su padre le enviara, conoció al poeta chileno Humberto Díaz Casanueva, amigo y compañero en la gesta vocacional, quien lo acercó a la lírica de Neruda (Tentativa del hombre infinito, Crepusculario, Veinte poemas de amor y una canción desesperada), Jorge Guillén y Pedro Salinas, como así también a los representantes de las vanguardias surrealistas y simbolistas como Rimbaud, Apollinaire y Supervielle, muchos de los cuales serían también importantísimos en la construcción de la identidad poética de Cunha. La simbiosis estaba dada: campo y ciudad, letras autóctonas y vanguardias latinoamericanas y europeas, niñez y adultez, faena y bohemia, el boca a boca y la lectura de muchísimos autores y el pulso interno, sagrado, allí de donde "sale el signo inesperado, la señal que yo me sé y hasta el indicio olvidado".
Todo este bagaje literario, la llegada a Montevideo y sus primeros dieciocho años de vida en la quietud vibrante de Sauce de Illescas infundirían desde la producción de Juan Cunha, con la aparición de El pájaro que vino de la noche (1929), un nuevo soplo novedoso y definitivo para las letras uruguayas.
(La nota completa en la edición abril 2013 - Sudestada nº 117)
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