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Entre líneas

Leyendas urbanas

Aunque parezca mentira. Instaladas en el límite de la fantasía, circulan entre nosotros como fantasmas que se renuevan cada día. Sin origen ni autor, son parte de nuestra historia y nuestra cultura. Terror, humor, fraudes, cuentos que deberían ser reales.

Cuántas veces nos encontramos en la cama, repasando las palabras escuchadas, susurradas, recorriendo las imágenes que nunca vimos pero que no podemos sacar de nuestra mente. Palabras surgidas de la oscuridad, que no tienen origen ni fin, que nadie dijo y todos repiten, y que juntas forman una pátina de historias que no nos abandonan. Esas mismas historias que sin querer nos encontramos repitiendo, cada día, cada noche.

Ellas, las leyendas urbanas, se alimentan de voces que las repiten, y son muchas veces parte de nuestra propia historia. Quién no ha escuchado aquello del "Club del Sida", lo del joven que sale de copas y termina sin riñones o sobre el hombre que conoce a una mujer en un hotel y resulta ser la hija del dueño muerta hace un año. Es difícil encontrarle un origen cierto a estos cuentos, que utilizaron (y utilizan) la oralidad como medio natural para su expansión. Las leyendas explican en muchos casos las raíces mismas de la comunidad a la que pertenecen, fundan los prejuicios y, por qué no, los miedos de quienes las reproducen. En ellas se encuentran las partes más fecundas de la historia, no como ciencia, sino más bien como información, como ese río subterráneo que nos define sin darnos cuenta. Su calidad de urbanas viene después, y más que un territorio marcan una oposición. Ser urbana es no ser antigua, no estar escrita, circular por la ciudad con la libertad de sus interlocutores.

Mentiras verdaderas En términos de Oscar Wilde, las leyendas urbanas vendrían a ser el fecundo arte de mentir. Pero, paradójicamente, vienen también a confirmar una sospecha con otra, a desterrar un rumor con una fantasía. Qué hace de una leyenda urbana una verdad incuestionable. En primer lugar, su orador. "Un amigo de un tío de mi novia", incertidumbre si las hay, es su especie de cláusula de verdad.

Muchas historias no reconocen contexto, y se adaptan a cualquier lugar donde se cuente. Muchas tienen características de acuerdo al grupo que apuntan. Las que tienen que ver con la niñez, por ejemplo, tienen vetas de terror, humor y fantasía. Alimentadas por el miedo a lo desconocido, sirven en algunos casos para marcar lo prohibido. "La masturbación hace perder la memoria" (no hace falta agregar que el resto lo olvidé), es un buen ejemplo, como aquella que dice que las gitanas roban chicos debajo de sus polleras.

La nota completa en la edición gráfica nº31

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Autor

Diego Lanese