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Editorial

Ladridos y profecías

Aparece en todas las imágenes callejeras, confundido entre manifestantes que corren, por debajo de piedras que vuelan contra uniformados, en mitad de la bruma de los gases lacrimógenos que se esparcen sobre multitudes.

Es el protagonista preferido del lente de todos los fotógrafos que cubren las protestas. Es un perro de nombre Lukánikos (o "Kanellos") que, en poco tiempo, se ha transformado en símbolo de la reacción violenta y popular del pueblo griego contra la represión de los poderosos, que no saben ni pueden controlar el desastre de un colapso que dista mucho de encontrar una pausa. Pero detrás de la historia de Lukánikos, hay una realidad menos colorida, que arde.

Abre grietas en todo el planeta, emerge de las entrañas de un sistema enfermo, deja al desnudo de millones un abismo de explotación, impunidad y rapiña. La crisis del capitalismo recorre el mundo, confirmando a la vez sus perversidades y contradicciones y aplicando en cada rincón las mismas fórmulas: ajuste, desempleo, exclusión y hasta xenofobia.

Durante décadas no han sido pocas las voces desde la izquierda que insistían con la señal de alerta. "El derrumbe del capitalismo es inminente", afirmaban muchos, una y otra vez, como una profecía postergada por los años. Pero el día llegó. Algunos, incluso, festejaron con desmesura durante las jornadas marcadas por el derrumbe financiero como un éxito propio y hasta hubo quienes, en el colmo del absurdo, se apropiaron de la categoría de adivinos al colocar en la faja de sus libros patéticas frases como: "El hombre que pronosticó la crisis mundial", ignorantes quizá de que un tal Carlos Marx se les había adelantado unos 150 años detallando la estructura del mismo sistema. Sin embargo, detrás de una correcta caracterización de un sistema que no puede evitar ingresar cíclicamente en crisis estructurales, no se puntualizaba con el mismo énfasis que la ausencia de una alternativa política, superadora, revolucionaria y visible para los pueblos sometidos por el rigor de la debacle económica impedía cualquier análisis optimista con respecto al desarrollo de una etapa histórica traumática. Sin la construcción de esa opción socialista, protagonizado por las verdaderas víctimas de un capitalismo en crisis crónica, el mismo sistema infecto apelará (de hecho, lo está haciendo) al recurso de utilizar las mismas variables y cargarlas sobre las espaldas de los mismos de siempre: los trabajadores. Es que, habrá que decir una vez lo que escuchamos mil, la gran fortaleza del capitalismo es la ausencia de esa alternativa real, una ausencia que no permite proyectar un futuro libre de opresores y oprimidos.

"Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo", anotó el mismo barbudo alemán en sus Tesis sobre Feuerbach, un par de siglos atrás, marcando con claridad singular el corazón de una discusión ausente detrás de tantos sesudos análisis económicos. Sin tomar en cuenta la segunda parte de la sentencia de Marx, de poco valen los pronósticos acertados del puñado de observadores que siguen pedaleando en el aire, muchos de ellos consumidos en sectas ajenas a una realidad que hoy exige respuestas urgentes, que vayan más allá de carreras electorales donde siempre llegan primero los dueños del aparato.

Los ladridos de Lukánikos en las calles de Atenas, de frente a una muralla de escudos policiales, no hacen otra cosa que confirmar verdades conocidas por todos. La clave, en todo caso, está hoy más que nunca en comenzar a buscar esa transfomación pendiente, esa herramienta política propia que nos permita a todos oponerle a tanta explotación endémica el contorno de un proyecto a la altura de nuestro sueños.

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De gira

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