Quince años atrás, esperaba cada fin de semana con ansiedad. Es que en esos días de pausa en la fábrica podía dedicarle algo de tiempo a levantar su casita prefabricada en la calle Magallanes.
De pibe aprendió las mañas del oficio y como obrero de la construcción, llegó a Ushuaia en 1991 desde su Salta natal en busca de mejores perspectivas de trabajo. Mejor dicho, en busca de alguna perspectiva de trabajo. Un par de años después, se casó con su compañera de toda la vida. Pero la crisis que arrasó el país en 1995 (impulsada por muchos dirigentes que hoy parecen haber olvidado su pasado funcional a la rapiña), que provocó el desempleo de miles de compatriotas, lo dejó en la calle. Frente a los portones de la fábrica de electrodomésticos Continental Fueguina, se convocaron los obreros despedidos y también sus familias. Allí los esperaban la policía provincial y también 300 gendarmes enviados al lugar con la misión de siempre. Los uniformados hicieron allí lo único que saben hacer: reprimir. Un par de días más tarde, el 12 de abril de 1995, unas 2 mil personas exigían la libertad de los detenidos en los incidentes frente a la Jefatura Policial de Tierra del Fuego. Hubo corridas, gases y disparos. La orden era precisa: detener la pujante organización de los trabajadores allí convocados, sembrar el terror y desbaratar cualquier intento de unidad en la provincia. Para los chacales, las balas de plomo siempre son el medio para conseguir sus fines.
Víctor Choque fue la primera víctima del neoliberalismo en Argentina. Fue, para ser más precisos, un muerto más en la larga lista de trabajadores caídos por la crisis endémica de un sistema perverso que no puede dar respuestas a las necesidades básicas de, al menos, la mitad de la población y cuya continuidad no es difícil de observar en estos días. Por aquellos años, las conversaciones giraban alrededor del desempleo, de una deuda externa pagada a costa del hambre de los excluidos, del abuso policial en las comisarías, de la interna de los poderosos por apropiarse de la renta, de la puja entre caudillos y punteros por hacer pie en los barrios con su asistencialismo oficial, de la complicidad cobarde de la burocracia sindical, del ascenso de los mismos de siempre en el escalafón del Partido Único en Argentina. Temas que no han perdido vigencia por estos días. Por esos años, también, la izquierda local evidenciaba sus limitaciones, no era capaz de generar una alternativa real de poder, y no lograba forjar una herramienta política y revolucionaria que unificara las luchas dispersas en todo el territorio detrás de un proyecto socialista. Más allá de los nombres de los protagonistas, las cosas no parecen haber cambiado tanto.
Ese 12 de abril de 1995, Víctor Choque anotaba su nombre en la historia negra de la democracia argentina. Lo seguirían otros compañeros: Teresa Rodríguez, Aníbal Verón, Maxi y Darío, Carlos Fuentealba. En Ushuaia, ese 12 de abril de 1995, el sistema mostraba sus garras. Ahí nomás, en un barrio cercano a la tragedia, la casita prefabricada de un obrero quedaba, para siempre, sin terminar.
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Cuba
Como cada tanto, el presente cubano merece la atención de los medios funcionales a los intereses de los enemigos de la revolución. De ese modo, manipulan la información, tergiversan la verdad, falsean descaradamente. Pero sobre todo, se transforman en voceros de la propaganda made in Miami. También resulta el momento propicio para que aparezcan los especialistas en todo, pero más que nada en marcar errores en el proceso, exigiéndole al pueblo cubano una pulcritud principista basada menos en la realidad que en las erudiciones teóricas de tipos que nunca salen a la calle y que son incapaces de generar algo parecido a una construcción política en sus lugares de origen. Bloqueada, Cuba sigue en guerra desde hace medio siglo. En ese estado de confrontación cotidiano, más allá de las disputas internas por la hegemonía de un proceso en permanente debate autocrítico, habrá que entender que una revolución no es un paseo por el diccionario de los liberales progresistas que observan todo desde sus torres de marfil. Que una revolución como la cubana, aislada, ejemplar, también se equivoca, tropieza, avanza como puede. Y que, en definitiva, la cuestión pasa por qué lugar en la trinchera elige ocupar cada uno. De un lado, el imperialismo y sus lacayos atacan con el poder ilimitado de su aparato. Del otro, el pueblo cubano escribe hasta hoy las páginas de una historia profundamente humana y socialista.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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