Buscar

Editorial

Nuestro trabajo pendiente

Ahí están, otra vez, desnudos a los ojos de tantos lectores, oyentes, televidentes: los mercenarios del micrófono, los periodistas-felpudo que defienden los intereses de sus patrones, aquellos que entienden que sostener su lugar de jerarquía en un medio significa consustanciarse con los negociados de sus jefes, proteger sus objetivos comerciales.

De ese modo, claro, no violentan sus conciencias ni afectan sus principios. No muy lejos de estas posiciones mercantiles, otros tantos pierden legitimidad y coherencia cuando su discurso aparece teñido por la sombra de la pauta oficial, cuando la generosa billetera de la gestión de turno asoma en cada página y contamina la credibilidad de las afirmaciones allí vertidas. Los intereses, otra vez, emergen en la superficie e intoxican cada reflexión, recubren cada palabra con un aura funcional, infectan cada comentario con el veneno de la duda.

Nada ha dejado más evidente el reciente debate -desprolijo, mínimo, oportunista en algún punto- alrededor de la nueva Ley de Comunicación Audiovisual, que estas verdades. De todos modos, lo concreto es que las leyes nunca generan soluciones y los poderosos conocen más de chicanas y atajos jurídicos que quienes impulsan algunos cambios positivos y necesarios. La respuesta, en todo caso, no está ni en un proyecto de ley ni -muchos menos, todavía-, en quienes levantan o no sus manos por conveniencia y acuerdos turbios a la hora de aprobarla, cómplices o partícipes todos de una dinámica política que defiende con uñas y dientes el negocio y la transa, que aleja a la gente de las decisiones, que es perfectamente funcional a un país dividido entre explotados y explotadores, entre mayorías despojadas de todo y una minoría que multiplica sus ganancias y, encima, se victimiza en su propia prensa.

Nada ha dejado más evidente, entonces, que el valor de la otra prensa, alternativa a los modos de manipulación burguesa, independiente de los intereses de punteros del aparato y también de los empresarios del desastre. Una prensa alternativa que no dibuje cada día el perfil de un mínimo sector privilegiado a la hora de dar cuenta de acontecimientos, sino que se ocupe de mostrar esa otra realidad que todos respiramos en la calle. Es verdad, persisten a pulmón cientos de pequeños emprendimientos, muchas mínimas luces dispersas, miles de voluntades marcadas por la pasión de contar otras historias, de informar otras verdades. Lo que no existe es un vínculo que coordine tanto trabajo desparramado, un lenguaje propio que no apunte a bajar línea subestimando a quienes no piensan como uno, a convencer de nada ni a fracturar lo construido porque conviene o a forzar la realidad para sacar ventaja, sino a intentar comprender la matriz de este sistema perverso y, a la vez, perseguir las herramientas para cambiarlo de raíz. Es verdad, el debate no es original ni el problema es novedoso. Transitamos todos los días con esta discusión e intentamos, desde siempre, caminar tras un proyecto que vincule, que sume en la divergencia y que se proyecte como mínimo instrumento -entre otros tantos- para una transformación política revolucionaria. Se trata, evidentemente, de buscar mejor, de disponerse a multiplicar esfuerzos y a reconocer que, hasta aquí, no alcanza con lo que hacemos cada uno de nosotros, en cada lugar. Que los trabajadores, en mayor medida, siguen consumiendo la prensa de los miserables, de los genuflexos y de los mercenarios. Y que queda mucho por hacer, todavía.

Comentarios

Sudestada
Autor

Sudestada

El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.