Cientos de artistas conocieron la censura, pero también muchos acordaron -personalmente o a través de sus representantes- con funcionarios de la última dictadura militar para seguir trabajando. Los músicos y artistas populares convivieron de manera impensada con un régimen que marcó a toda una generación y utilizó a muchos cantautores para popularizar y legitimar la Guerra de Malvinas. Los periodistas Sergio Pujol con "Rock y dictadura" y Darío Marchini con "No toquen" repasan historias, sucesos y contradicciones de nuestro pasado reciente.
El rock en castellano en Argentina apenas había superado una década de su nacimiento y ya sabía de censuras y autocensuras, pero desde 1976 la situación iba a cambiar para siempre y los consejos de productores de excluir en los discos temas "conflictivos" iban a dejar de ser simplemente sugerencias. Listas negras, censura, opresión y encierro fueron palabras que muchos argentinos sufrieron en carne propia durante la última dictadura militar. Pese a que ni el rock ni otros géneros musicales eran el objetivo principal del aniquilamiento militar comandado por Videla, los funcionarios del régimen tenían en claro cuál iba a ser su accionar en el terreno de la cultura y las artes. Para eso, intervinieron todos los organismos estatales que existían, adiestrando a los nuevos funcionarios para regular la actividad privada a través de prohibiciones e informes de inteligencia. Ejemplos de esos funcionarios abundan pero, tal vez, el caso del subsecretario de Cultura de la provincia de Buenos Aires en la última dictadura, Francisco Carcavallo, sea uno de los más representativos. Al asumir en su cargo, explicó lo que significaba la cultura para el régimen: "Ha sido y será el medio más apto para la infiltración de ideologías extremistas. En nuestro país los canales de infiltración artístico-culturales han sido utilizados a través de un proceso deformante basado en canciones de protesta, exaltación de artistas y textos extremistas. Así logran influenciar a un sector de la juventud, disconformista por naturaleza, inexperiencia o edad". Carcavallo, como tantos otros, se las rebuscó años después para camuflarse en las filas de la democracia borrando su pasado, y seguir así ocupando cargos estatales hasta que a fines de 2008 -a raíz de una denuncia por su participación en la dictadura- se le solicitó que renunciara al cargo que tenía como representante de los empresarios teatrales en el directorio de Proteatro. Ese tipo de declaraciones eran apenas un esbozo de lo que luego perfeccionarían con el objetivo de delimitar las libertades creativas. Ya en 1977, los funcionarios podían acceder a informes de la SIDE de abundantes páginas para instruirse de quiénes eran peligrosos y debían ser silenciados. En uno de esos documentos se detallaban procedimientos en disquerías donde indicaban cuántos casetes subversivos existían, quiénes eran los "comunicadores llave" que le llenaban la cabeza a los jóvenes indefensos o qué era un "disco guerrilla", por citar algunos conceptos que determinaban el grado de persecución ideológica. "De no adoptarse medidas que tiendan a impedir la producción y/o distribución de lo que bien puede denominarse 'disco guerrilla', se aprecia que este medio de comunicación masivo continuará siendo utilizado por la subversión para lograr sus objetivos en el área psicosocial", decía en uno de los fragmentos de las más de trescientas hojas donde lo que quedaba en claro era que cualquier expresión de libertad o rechazo al régimen debía ser callada...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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