Un narrador que juega con la ironía y el humor y que, a través de su escritura, describe el mundo corrupto y desigual al que está sometido el ser humano. Sus personajes rozan lo verosímil y siempre consiguen atrapar al lector. En esta entrevista con Sudestada, Orlando Van Bredam conversó sobre sus comienzos en la literatura, las influencias y su lugar entre los escritores, entre otras cosas.
Orlando Van Bredam nació en Villa San Marcial, Entre Ríos, en 1952. Formoseño por adopción desde hace cuatro décadas, se convirtió en una voz que surge desde El Colorado -donde reside- y que arremete con intensidad en un panorama literario donde las formas de narrar van perdiendo el gusto a través de los años.
Narrador, poeta y ensayista de larga trayectoria, saltó a la luz de los ojos de las grandes editoriales cuando, el año pasado, obtuvo, con su novela Teoría del desamparo, el premio Emecé, uno de los más antiguos que se otorgan en el país.
El personaje central de la historia se llama Catulo "Cato" Rodríguez, un hombre de clase media, con una vida que no le ofrece nada más que lo seguro de la estabilidad, un trabajo común, una familia políticamente correcta, y que -de la noche a la mañana- encuentra un cadáver en el baúl de su auto. El muerto es nada más ni nada menos que un diputado llamado Toni Segovia.
A partir de allí, la trama de Van Bredam describe, con sutileza y con gran aporte de giros y recursos, las dudas, los miedos y la soledad de un típico hombre de clase media que lleva una vida sin sobresaltos, con una existencia programada, y también muestra de qué manera un hecho social y político lo lleva actuar de la manera que lo hace.
El clima que el escritor litoraleño le dio a la novela oscila de un momento a otro entre el género policial y la comedia negra, sin dejar de lado el humor irónico y, lo más importante, no permite que el lector ocasional cierre el libro sin dejar de hacerse preguntas, y esto es un punto a favor, en este momento donde pareciera que gran parte de quienes producen literatura escriben de la misma manera y para un público similar. A partir de estos datos, comienza esta charla que el narrador mantuvo con Sudestada.
-¿Cómo surgió la idea de escribir una novela como Teoría del Desamparo?
-En el año 1996, publiqué un libro de minificciones (Las armas que carga el diablo) con un cuento muy breve titulado "Cuento de horror", en el que planteaba la hipótesis de qué pasaría si una mañana cualquiera a un anónimo vecino le pusieran un cadáver en el baúl de su auto. Palabras más o palabras menos, ese es el comienzo de la novela Teoría del desamparo, las primeras dos páginas. Siempre tuve la impresión de que esta historia daba para mucho más, así es que, en el año 2003, volví a ella y la fui enriqueciendo con todo aquello que no dejaba de darme bronca: la política rastrera, el oportunismo, la corrupción. Enseguida advertí que todo esto tenía nombres y apellidos concretos y muy cercanos. Toni Segovia, el diputado de la novela, es muy reconocible para cualquier formoseño que haya leído el texto. Muy poco tuve que inventar, muchas de las anécdotas y dichos utilizados para caracterizar al personaje son reales o, al menos, pertenecen al imaginario popular de esta provincia.
-¿Qué quiso describir a través de este relato?
-Por lo general, un escritor nunca tiene demasiado claro lo que quiere hacer con su relato. En mi caso, tampoco. Sí, al principio, como dije antes, me interesó el costado crítico, la impugnación a ciertas formas de hacer política y, a medida que avanzaba la historia, me pareció más interesante detenerme en ese pobre tipo que es Catulo Rodríguez, en su incapacidad para resolver una situación así (nada fácil, por supuesto), en la soledad que experimentó en el momento de decidir qué hacer con el cadáver, en la dificultosa relación con sus hijos y su mujer, en su vida tan aburrida -como suele ser la vida de mucha gente de clase media-, en el miedo a cambiar. La novela, como toda novela, puede ser leída desde muchos ángulos: enseguida se la rotuló de policial, de comedia negra, etc. Tiene todo esto, claro, pero estoy convencido de que el sentido último fue mostrar el desamparo en todo su espectro; en el caso de Catulo, un desamparo casi metafísico, propio del ser humano de nuestro tiempo...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº68 - Mayo 2008)
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