Mediante el juego, la magia y la fantasía, combinan la creación artística con la investigación científica, generan belleza y poesía en un contexto traumático y doloroso. Acompañan el tratamiento de personas internadas y, a través de los mágicos atributos del clown, entablan con los pacientes un lazo emotivo que confirma el vínculo entre arte y salud.
En la austera sala del hospital público, flota la densa bruma donde se confunden el miedo y la esperanza: miedo a lo que puede ser, esperanza de que no sea. ¿Qué atributo podría definir a este recinto más que su silencio? No se trata solamente de una simple ausencia de ruidos o palabras. Este silencio no podría escucharse en otro sitio porque no existe en ningún otro rincón del cosmos. Con la mirada de quien busca más que con los ojos, la gente calla o habla en susurros, invadida por la angustia que provoca la fatalidad de su mal trance. Pero aquí el silencio es también otro nombre de la solidaridad y la comprensión. Hablar bajo es respetar el dolor del otro, es comprenderlo en su vulnerabilidad y en su zozobra.
La sala de espera. Vaya precisión para nombrar a un sitio. Quien haya esperado aquí lo sabe. Y aunque nadie quiere estar aquí, aquí están: aguardando ser atendidos, aquejados por síntomas agobiantes, o víctimas de torpes y graves accidentes, impotentes ante su dolencia, temerosos de un diagnóstico infortunado, desahuciados como habitantes de islas remotas que anhelan el alba de una noche oscura azotada por tormentas implacables.
Pero, de pronto, sucede algo fantástico y el sombrío ambiente de la sala se trastoca: los Payamédicos hacen un conmovedor desembarco de alegría y, como una luminosa bandada de palomas, disuelven las nubes de congoja y revolucionan el hospital. Llegan soplando burbujas, con sombreros y vestimentas coloridas, zapatos de talle exagerado, medias a rayas, delantales estridentes, pelucas verdes y rosas, grandes narices coloradas. Apelan a los recursos más emotivos. Traen un delirante instrumental que devuelve la gracia a los utensilios médicos que suelen causar cierto temor o dolor: usan jeringaracas (mitad jeringa, mitad maraca), estetosflorios (mitad estetoscopio, mitad flor), chatarrango (chata con cuerdas de charango), combinando herramientas molestas con elementos asociados a un universo fantástico, creando belleza dentro de una institución tan ruda y fría como es el hospital. También inflan globos, soplan molinitos de viento, cuentan historias disparatadas, se comunican con Saturno por teléfonos intergalácticos y abren pequeñas cajitas de música que entonan suaves melodías, capaces de romper el hechizo de la grisácea mudez de los corredores. Con la singular magia de un poeta, un extraordinario manejo del cuerpo y de los tiempos, y la certera actitud de quien sabe buscar la luz en el exacto centro de las tinieblas, preguntan a chicos y grandes cómo se llaman, qué soñaron, qué les gusta hacer. En un principio, la gente responde tímidamente, retraída ante el asombro y la extrañeza de la inesperada situación. Pero, finalmente, los estrafalarios personajes hacen olvidar la pesadumbre y la sala comienza a poblarse de sonrisas...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº68 - Mayo 2008)
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