Roberto de Las Carreras fue un dandy audaz que se burló y combatió la moral burguesa de principios del siglo veinte en Montevideo, donde aún pueden rastrearse sus huellas. Carlos María Domínguez, autor de "El bastardo", explica las distintas vertientes que nutrieron la investigación y motivaron esta biografía que recorre los caminos de la ficción, la realidad y el ensayo entre las dos orillas del Río de la Plata.
A fines de los ochenta, el periodista y escritor argentino Carlos María Domínguez se radicó en Montevideo y empezó a oír hablar de Roberto de las Carreras en los círculos intelectuales. Dandy, aristócrata y anarquista, había escandalizado con toda clase de aventuras a la moral reinante del novecientos. Nacido en 1875 de un amorío de su madre, Clara, con Antonio de las Carreras, era recordado como una leyenda por reivindicar su condición de hijo bastardo y del amor libre, contra la institución del matrimonio y la monogamia. Sueño de Oriente, el primer libro que se vendió y se leyó de la literatura uruguaya, comenzaba así: "Las mujeres de Montevideo, apenas casadas, se hinchan, revientan las líneas, descomponen las formas de su cuerpo. Y parecen tan complacidas, su mirada es tan dulce, que no se puede menos que suponerles echadas de una lujuria suculenta, repletas de un gozar glotón que las engorda. Forzadas a una preñez constante, que parece como que contagia de su obesidad el mismo vientre exaltado de los maridos, la admiten y sobrellevan entendiendo que es así la marcha natural del matrimonio...".
A partir de una extensa investigación, Domínguez descubrió en los orígenes de Roberto de las Carreras una historia de amor y traición encarnada por las familias patricias del Río de la Plata de varias generaciones, y logró armar un rompecabezas que vincula a ilustres apellidos de Argentina, como Justo José de Urquiza y Juan Manuel de Rosas, con el abuelo de Roberto, Mateo García de Zúñiga. Una biografía a partir de múltiples voces que tiene como protagonistas a la madre y el hijo, y junto a ellos, narra una historia sexual del patriciado.
¿Cómo surgió la investigación?
Por esos años había terminado de escribir la novela La mujer hablada y mi amigo Alberto Oreggioni, un gran editor uruguayo que por entonces acababa de irse de la editorial Arca y de fundar Cal y Canto, me alentó a investigar la historia de Roberto de las Carreras. Me dio a leer las primeras ediciones de su obra y acompañó mis investigaciones con una dedicación que hoy es inhallable entre los editores. Oreggioni era un gran lector y un modesto editor apasionado, capaz de perder dinero publicando un libro malo de un escritor para quitárselo de encima y alentarlo a probar mejor suerte. Le llevaba cada capítulo que escribía, lo leíamos juntos y lo discutíamos. Así comencé a deslumbrarme con un personaje del que se sabía muy poco, ya que los grandes críticos uruguayos del '45, como Emir Rodríguez Monegal, Zum Felde y Ángel Rama, lo relegaron a la letra chica por considerarlo un poeta menor del novecientos. Las referencias a su madre, Clara, que terminó loca como Roberto, estaban impregnadas de imprecisiones y prejuicios morales, pero en un prólogo a una antología de Roberto de las Carreras, de los años sesenta, Ángel Rama decía que existía en Gualeguaychú el archivo de Mateo García de Zúñiga -abuelo de Roberto- esperando a un escritor que quisiera escribir una novela faulkneriana. Lo rastreé hasta dar con él en el Instituto Magnasco de esa ciudad. Oreggioni me dio un dinero para que viajara y encontré el notable archivo de Mateo. Un registro minucioso de la historia de su hija Clara, de su mujer Rosalía, y el drama folletinesco de la familia, con las cartas de Rosas enviadas desde Southampton. Con esto arranqué a principios de los 90. Tenía adelante un fresco de la vida íntima del patriciado, protagonizado por destacados hombres de la vida nacional argentina. Entonces pude comprender que el origen del drama de Roberto estaba en el origen de la tragedia de su madre, y que ese drama era una piedra que había saltado de la Argentina al Uruguay. Luego investigué en el archivo literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay, donde hallé correspondencia de Roberto, sus libretas de anotaciones, y las crónicas que envió desde Europa, publicadas en el diario El Día. Finalmente, en el archivo judicial hallé el voluminoso expediente del juicio llevado contra Clara, cuando la declararon loca y la despojaron de su fortuna. El personaje de la madre me sedujo tanto como el hijo, y decidí alternar las dos historias en el relato. Roberto no sólo fue el loquito pintoresco que recordaban las anécdotas. Fue un poeta menor, pero sus conflictos ocupan un espacio central para entender las tensiones de la sociedad y la organización del Estado burgués, tanto en Uruguay como en Argentina...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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