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Nota de tapa

Los últimos días de Trotsky

Derrotado por Stalin, el mundo era un planeta sin visa para León Trotsky. México fue su último refugio, de 1937 hasta 1940. Una historia cuya lista de personajes secundarios encabezan Diego Rivera, Frida Kahlo, Lázaro Cárdenas, David Alfaro Siqueiros, los matones de la GPU y el fantasma omnipresente de Stalin. Crónica inolvidable a 66 años del asesinato que conmovió al mundo.

1. El sol de Tampico

Solo el mar conoce los sonidos de un buque carguero en mitad del océano interminable, a medianoche. Los tirantes chirriando por el bamboleo de las olas, los sonidos extraños en la penumbra de las bodegas, el látigo del viento gélido golpeando contra las maderas. De madrugada, el petrolero noruego Ruth marcha cansino y rompe con su proa la noche del Atlántico, plena de esos ruidos que solo el mar conoce. Pero hay algo que el océano ignora, que el Ruth le oculta con su osamenta: en sus entrañas, duerme el fuego inmortal de una Revolución. El mar no sabe que traslada, en aquel carguero noruego preso del capricho de los vientos, al bolchevique perseguido, al heredero de Octubre, al orador del soviet de Petrogrado, al creador del Ejército Rojo, al enemigo feroz del Termidor soviético.

Nada sabe el mar de aquella historia que conmovió al mundo apenas dos décadas atrás, de aquellos bolcheviques que tomaron el cielo por asalto y crearon de la nada un ejército de 5 millones de soldados dispuestos a matar y morir por la Revolución. Su Revolución. Nada sabe el mar de la muerte de su líder, de las luchas intestinas, de la derrota, de la prepotente victoria de la burocracia, del cambio fatal de timón, de una Revolución que vira y se vuelve contra sí misma y que expulsa del partido al natural heredero.

En las entrañas del Ruth sueña el fuego inmortal de una Revolución, y marcha rumbo a un incierto destino. "Nos espera el mar... y lo desconocido", escribe aquel revolucionario a poco de su partida de la hostil Oslo. Lo desconocido era un puerto tropical y exótico de nombre México, al otro lado del mundo, el único lugar del globo en donde es aceptado el asilado más buscado de todos los tiempos. "El mundo era un planeta sin visa para León Trotsky" definió entonces André Bretón, con razón.

Derrotado y expulsado de Moscú en 1929, había pasado por Turquía, por Francia, por Noruega, pero ya no había refugio para ocultarse de las garras del fantasma omnipresente de José Stalin. Ni España ni Estados Unidos, sólo aquel tropical y exótico México y su presidente, Lázaro Cárdenas, aceptaban darle asilo al compañero de Lenin, al profeta desterrado, que ya no volvería a cruzar el océano jamás.

"Estoy leyendo ávidamente algunos textos sobre México. Nuestro planeta es tan pequeño, y sin embargo sabemos tan poco de él. Me he pasado así estos primeros ocho días, trabajando intensamente y especulando sobre este misterioso México", escribe Trotsky en altamar durante alguno de esos 21 días en los que permaneció en el Ruth, intrigado por el destino final de su odisea.

Por fin, en la calurosa mañana del 9 de enero de 1937, el Ruth avista el puerto de Tampico. En cubierta, Trotsky y su compañera, Natalia Sedova, aguardan que el policía noruego que los controla le devuelva el revólver confiscado, como punto final de un régimen presidiario que impuso el gobierno noruego contra el ruso por presiones que llegaban desde Moscú.

Una chalupa viene al encuentro de los recién llegados. En ella se asoman representantes del gobierno mexicano y, también, rostros conocidos: George Novack y Max Schachtman, intelectuales marxistas, y más atrás, una figura enigmática, perturbadora, cuyo nombre es Frida Kahlo. Su marido, el pintor Diego Rivera, no ha podido asistir para dar la bienvenida a tan importante comitiva porque se encuentra mal de salud, hospitalizado, explica enseguida Frida, en su imperfecto inglés.

El sol de Tampico lastima los ojos del heredero de Octubre. Poco habituado al calor tropical, Trotsky camina por la barranca con firmeza. Un tumulto de periodistas y curiosos lo espera unos pasos más adelante. Atrás, para siempre, queda el Ruth y sus murmullos nocturnos. Atrás, para siempre, queda el frío del invierno europeo. Ahora lo espera un nuevo desafío.


2. Diego: el elefante

El abrazo fue breve y eterno. Los dos hombres, en el medio de la estación Lechería, estrechan sus cuerpos en un abrazo que habla de un final y de un principio. A metros del encuentro, el vapor del tren presidencial "Hidalgo", colorea de gris la escena. Las voces dicen: "Están en Coyoacán". Trotsky y Diego Rivera se funden en un abrazo breve y eterno. "A él más que a nadie debíamos nuestra liberación del cautiverio noruego", escribe después Trotsky. Era verdad. Rivera, como representante del trotskismo mexicano, se había encargado de las gestiones ante el presidente Cárdenas para facilitar el asilo político del bolchevique. La situación era urgente y, pese a que México nunca fue la primera opción de Trotsky, la confirmación oficial del asilo puso fin a las dudas que rodeaban a todos sus conocidos con respecto al destino del revolucionario. "De México ni hablemos, porque la vida de Lev Davidovich (el verdadero nombre de Trotsky) no valdría ni un centavo allá. Allá se puede contratar a un asesino por medio dólar", había advertido su hijo, León Sedov, en aquellos días de 1936 cuando el régimen establecido por el gobierno noruego cobraba las formas de un presidio.

Pero allí estaba: perdido entre abrazos y saludos de bienvenida, intentado acostumbrar sus ojos al sol del trópico, buscando entre la muchedumbre la estampa imponente de Rivera: "No sólo el clima nos hacía sentir el contraste entre la Noruega norteña y el México tropical. Libres por fin de la atmósfera de repugnante arbitrariedad e incertidumbre enervante, encontramos hospitalidad y cortesía a cada paso", detalló después.

Si bien Diego y Trotsky no se conocían personalmente, cada uno conocía el detalle de los pasos del otro. Ya en junio de 1933, cuando la chance de viajar a México no existía siquiera en sus fantasías, el propio Trotsky había saludado efusivamente el ingreso de Diego a las filas de la IV Internacional, y reconocido su brillante trabajo artístico: "Sus frescos me impresionaron por su mezcla de virilidad y calma, casi ternura, por su dinámica interna y el tranquilo equilibrio de las formas. Y con todo eso, esa frescura magnífica para abordar al hombre y al animal. Jamás imaginé que el autor de esas obras fuera un revolucionario que se halla bajo la bandera de Marx y Lenin. Apenas recientemente supe que el maestro Diego Rivera y el otro Diego Rivera, el amigo cercano de la oposición de izquierda, son un sola y misma persona".

Más allá de los repetidos vaivenes políticos que caracterizaron su vida militante, Rivera era entonces una figura de trascendencia mundial que políticamente fundó en 1922 el Sindicato Revolucionario de Obreros Técnicos y Plásticos y formaba parte de la dirección del joven Partido Comunista Mexicano. Pero en 1929 es expulsado del PC, pero no por sus simpatías trotskistas, sino más bien porque "nunca había sido leninista, sino solamente un zapatista, un pequeñoburgués agrarista y, en líneas generales, un pintor burgués", según explicaba un informe del PCM de la época. Recién en 1935, participa junto con Frida de la creación de la sección mexicana de la IV Internacional: la Liga Comunista Internacional (LCI), para tiempo después asumir personalmente el desafío de convencer al Presidente de la República para que permita el asilo del enemigo de Stalin.

Pero no sólo hizo eso Diego: puso a disposición de Trotsky y de Natalia su propia casa, la famosa "Casa Azul" que le regaló a Frida, para hospedar a los recién llegados. "Una casa azul de un solo piso, un patio lleno de plantas, unos salones frescos, colecciones de arte precolombino, cuadros en profusión", según la descripción de Víctor Serge. La "Casa Azul" se transformó entonces en el refugio perfecto para Trotsky, su compañera y sus secretarios, allí donde podía disfrutar de la calma de la siesta diaria, o bien, recibir en ocasiones a la prensa local, para insistir, una y mil veces, en el respeto a las condiciones de exilado y, también, para responder cada tanto al bombardeo de acusaciones que desataron desde su llegada los representantes del PC en la región: "El gobierno mexicano puede tener la plena seguridad de que no violaré las condiciones que me fueron impuestas y con las cuales estoy de acuerdo; es decir, total y absoluta no intervención en la política mexicana y abstención total de cualquier acción que pudiera ser nociva para las relaciones de México y otros países", aseguraba.

También tenía tiempo para responder las preguntas acerca de su polémica con Stalin, de su destino de exiliado, de sus estados de ánimo tan alejado de la historia de su país: "Durante mis cuarenta años de lucha política, estuve en el poder durante siete años a lo sumo. No era más feliz que en la actualidad. Del mismo modo, no vi ninguna razón para considerar mi exilio como una desgracia personal. El exilio estuvo condicionado por la lucha revolucionaria y, en ese sentido, era un eslabón natural, lógico, de mi vida".

Había algo mágico en todo lo que rodeaba la llegada de Trotsky a Coyoacán, desde que puso un pie en Tampico y se traslado en el tren presidencial. Había, también, preocupación por evitar cualquier atentado que pusiera en riesgo su vida y por ello, ya desde su primera noche en la "Casa Azul", sus amigos se dispusieron a organizar su seguridad con lo que tenían a la mano. Octavio Fernández, otro referente del trotskismo mexicano, relató después que aquella primera noche Diego trajo desde su casa una ametralladora Thompson para custodiar el sueño de sus huéspedes: "Es decir que la primera noche Trotsky durmió con Diego en la casa, sentado sobre una silla, con la ametralladora sobre sus rodillas y roncando -no estaba hecho para las guardias- y yo, afuera". Con el tiempo, el tema de las guardias se fue sistematizando con la ayuda de una docena de trabajadores de la construcción, simpatizantes de la LCI, según relata el mismo Fernández: "Fue así cómo se llevó a cabo, durante meses, la guardia de Trotsky; por pintores, herreros y albañiles mexicanos. Si aún viven esos camaradas seguramente seguirán contando: 'Yo formé parte de la guardia de Trotsky', y probablemente nadie les cree; pero Trotsky dormía con toda tranquilidad, bajo la vigilancia de un albañil mexicano o de un pintor".

En aquellos primeros meses, la relación entre el dueño de casa y el visitante fue inmejorable. A la hospitalidad incondicional de Diego, Trotsky le respondía con largas conversaciones en cualquier momento y con una disposición a integrar a Rivera en cada reunión que mantuviera en Coyoacán. Para Jean van Heijenoort, secretario, traductor y guardaespaldas de Trotsky durante todos sus años de exilio, la amistad entre aquellos dos hombres era un vínculo único e irrepetible: "De todas las personas que yo conocí en torno a Trotsky de 1932 a 1939, Rivera fue con el que más calurosamente y con la mayor entrega llegó a hablar. Por cierto, había con Trotsky ciertos límites que la conversación no franqueaba jamás, pero esos encuentros con Rivera tenían una confianza, una naturalidad, una soltura que no se daba con ninguna otra persona. Que un artista de fama mundial se hubiera unido a la Cuarta Internacional era algo que hacía feliz a Trotsky".

Los acontecimientos que siguieron vinieron a hacer añicos aquella relación y hasta a motivar la mudanza de Trotsky de la "Casa Azul", pero eso sería adelantarse en el relato...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Hugo Montero