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El galpón del viejo Charly

Hoy y siempre: Django Reinhardt, guitarra y jazz para tres dedos

(Protegido por una coraza de madera y chapa de la más baja calidad que pueda existir, desafiando las catástrofes naturales comunes en estos tiempos: inundaciones, olas de frío y de calor sofocante, lluvias interminables, petardos, bengalas sueltas o balas perdidas (dígase esto último en alguna fiesta pagana o gesta deportiva) El galpón sigue en pie. Tal vez por fortuna o por su dificultosa ubicación geográfica, este refugio de la historia sigue revelándose ante mis ojos y mis oídos con fragmentos de vida de los más ilustres y desconocidos personajes que ni el más locuaz dramaturgo hubiera imaginado. Se va la segunda...)

Cansado de tanto revolver papeles, me dispuse a buscar algo que me distrajera por un momento de mi trabajo de investigación. Tomé lo primero que tenía al alcance de mi mano y lo coloqué en un viejo Winco (del cual dudaba si andaba), y me senté donde pudiera escuchar. Al cabo de los primeros compases, una sensación de curiosidad me llevó de vuelta al trabajo que estaba haciendo. Tenía la necesidad de saber quién era Django Reinhardt y el quinteto del Hot Club de Francia.

Jean Baptiste Reinhardt (alias Django) nació el 23 de enero de 1910 en un carromato de la tribu de los manouches, en un lugar llamado Liverchies (Bélgica).

Analfabeto como la mayoría de su tribu, su contacto con la música lo tuvo de la mano de su padre, que se dedicaba a arreglar guitarras. A la edad de 12 años, el padre le regaló un Banjo que un cliente abandonó. Django, en poco tiempo, ganó la suficiente destreza para ser reconocido en algunas cantinas de la zona donde frecuentaba. A los 18 años, grabó sus primeros discos, de los cuales no se tienen registros. Pero lo más importante que aconteció en su vida fue un suceso que lo marcaría para siempre.

La madrugada del 2 de noviembre de 1928, cuando regresaba a su carromato junto a su mujer, creyó sentir el ruido de una rata en el interior. Tomó una lámpara de combustible, la encendió y comenzó su búsqueda; pero el destino le jugó una mala pasada. Torpemente la dejó caer sobre unas flores de celuloide que su mujer había armado para vender en el cementerio el día de los muertos. El fuego comenzó a propagarse por el interior de su vehículo rápidamente, y sólo atinó a salvar la vida de su mujer embarazada, a quien cubrió con una manta; y escapó. Las llamas afectaron su pierna derecha y su mano izquierda, por lo que perdió los dedos anular y meñique.

Django tardó dos años en recuperarse. Mientras convalecía, descubrió el jazz escuchando a Louis Armstrong, quien lo marcó de tal manera, que lo llevó a reaprender a tocar su instrumento, la guitarra; y a descubrir toda la magia que tiene este género musical.

Al poco tiempo, formó junto a su amigo violinista Stephane Grappelly, el quinteto del Hot Club de Francia. Con ellos, a lo largo de muchos años, grabó discos que influenciaron a todos los músicos de jazz de esa época.

En 1936, Coleman Hawkins y Benny Carter viajaron a Francia a grabar con él. El mismísimo Duke Ellington lo mandó a buscar para que tocaran juntos en Estados Unidos. Ya que no venía de estar rodeado de un entorno musical, como sí lo estaban muchos colegas de ese país del norte, parece paradójico que un músico europeo como Django haya influenciado tanto a los guitarristas de jazz de aquellos días, con sus trinis y glissardos (que generaba con sus dedos maltrechos) y su increíble capacidad de improvisación, sólo comparable a la de Armstrong con la trompeta. Reinhardt no sólo traspasó las fronteras geográficas sino también las del mismo estilo, ya que hasta esos tiempos la guitarra en el jazz sólo se utilizaba como mero acompañamiento, y se dejaban los solos para los instrumentos de viento.

Para finalizar, cabe señalar que este músico gitano vivió como tocó su guitarra, sin importarle nada que tuviera que ver con el orden establecido de las cosas. Cuando necesitaba dinero para sobrevivir, firmaba algún que otro contrato y luego vivía de sus regalías, alejado del mundo pescando, jugando al billar con amigos y emborrachándose hasta que se le acabara el dinero.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°02)

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Autor

Carlos Ortíz