Una guitarra, un globo, un caramelo, se mezclan entre boletos y guardas. Cuando los artistas suben al tren y los vagones se transforman en escenario.
Cuántos de nosotros nos hemos sorprendido escuchando una chacarera, un tango o un rock mientras, sentados frente a la ventanilla, mirábamos el monótono paisaje camino al trabajo, a casa de la abuela, a esa cita arreglada por un amigo. Cuántos soltamos una carcajada casi distraídos, mientras recibíamos un caramelo de un hombre de grandes zapatos, nariz colorada y más pintado que aquella novia de los ochenta. Divertidos, buscavidas, caraduras, muchas veces talentosos, estos personajes nos muestran que las definiciones acartonadas y encasilladas de lo que se considera arte y cultura tienen que, por lo menos, ser replanteadas, ya que no se puede negar el aporte de estos artistas a la vida cultural de la gente. Con el coraje de enfrentar cualquier tipo de público, sin la seguridad de un escenario acabado y un sueldo ganado, luchan por expresarse y ganarse un lugar en el día de sus ocasionales espectadores.
Hay un payaso en el tren
"A todos los pasajeros, muy buenos días". Las miradas indiferentes abandonan el diario, la ventana o el libro. El murmullo decae, alguien hace un comentario entre sonrisas a su compañero de asiento mientras unos ojos sorprendidos despiertan del pesado sueño. "Pero che, no me dieron ni cinco de bolilla. No me dejan más remedio que saludarlos de nuevo y si esta vez no me hacen caso, voy a tener que pasar asiento por asiento a darles... un beso. A todos los pasajeros, muy buenos días". Abel llegó de Rosario hace unos años con dos aspiraciones sencillas: trabajar y estudiar. Con el tiempo que lleva en Buenos Aires aprendió que nada es más difícil. Fue repartidor de pizza, repositor, vendedor de celulares y hasta paseó perros. Intentó estudiar psicología, pero el tiempo y el dinero no lo ayudaron. "Siempre trabajé para bancarme, porque de payaso no podía pagar la pieza". Su pasión por la actuación y la animación nació casi sin darse cuenta en su infancia. Si bien estudió algo en algún centro cultural rosarino, no se puede decir que Abel sea un payaso con título. "Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí en la calle, en el escenario, viendo a otros payasos. Yo tuve la suerte de estar cerca de tipos con años en esto, así aprendés seguro". Cuando la desocupación lo golpeó, salió a la calle a aprovechar lo aprendido en plazas de aquí y de allá, hasta que entró en los trenes. "Yo pensé que si a un tipo le das unos caramelos, le contás unos chistes, le cambia la cara y en una de esas te da unas monedas".
Los ojos se iluminan, se encoge de hombros y la sonrisa ágil se le dibuja en la cara. El tren sigue su marcha y mientras charlamos, la gente mira desorientada.
"Ustedes se preguntarán que hace un payasito como yo en el tren, bueno, vine a endulzarles la vida y alegrarles el día. Tranquilo, si piensa que con charla o buena onda los quiero manguear, saben una cosa, acertaron. Porque les vengo a pedir la millonaria suma de nada". Cuando Abel reparte los caramelos, bromea con los ocasionales chicos y con quien, desde su mirada, autoriza el juego. "Yo paso y veo, si el tipo lee, no lo molesto. Pero si me mira o se ríe, le tiro el chiste. Y si hay un chico, le doy un globo, le pregunto el nombre, lo jorobo". Para ese momento, los pasajeros se transforman en espectadores, el vagón en escenario, el payaso se mueve alegre mientras algunos se permiten unas carcajadas y hasta unos tímidos aplausos.
El tren sigue su paso inexorable, pero algo en el paisaje cotidiano cambió, por lo menos por unos minutos. "Al principio, los vendedores te miraban raro, pensaban que les sacabas clientes. Además, uno habla un buen rato. Pero ahora esta todo bien, algunos hasta me dejan pasar para escuchar". El guarda suena el silbato, se reanuda la marcha, Abel saluda. Ya se siente cómodo.
"Si no tiene plata, no se haga problema, porque este payaso es el único que a pesar de la crisis sigue aceptando cualquier tipo de bono, tarjeta de crédito, dólares, relojes y cadenitas". El momento más difícil llega, donde a la risa le sigue la seriedad. "La verdad no me puedo quejar, la gente cuando puede te da una monedas, pero está todo tan mal. Igual hay madres que para darte algo quieren que al nene le des caramelos, globos y los acompañes hasta Constitución". Las monedas chocan en la gorra, algunas miradas se desvían hacia la ventana, un niño reclama su derecho a divertirse un poco más. "A esa altura está todo dicho, salvo una última broma para aflojar a un indeciso". El ruido del tren obliga a levantar la voz, el público se renueva en cada estación.
"Gracias, muy amable, ¿no tiene 100 pesos que le sobren?. Gracias, si no tiene no se haga problema que peor es casarse. Disculpe la molestia, gracias".
Se juntan las monedas pero no se cuentan, se pesan todas juntas en el bolsillo grande del pantalón. Bastante liviano, hoy no es un buen día."La gente en general tiene una onda bárbara. Alguno te mira con ganas de mandarte a laburar, pero son los menos". El vagón que sigue es siempre un desafío nuevo, otro público, otra sala. Nos saludamos con un apretón de manos. Abel sonríe, le deseo suerte. Se coloca la nariz colorada en su lugar. Desde el andén, mientras el tren arranca, veo al payaso acomodarse en el pasillo, hacer equilibrio en sus zapatones y saludar alegremente. Otro telón se acaba de levantar. "A todos los pasajeros, muy buenos días"
"La gente es solidaria y te tira una moneda"
La guitarra castigada emite su grito, el cantante le da melodía con su voz en alto, un grupo de pasajeros le presta atención pero no se anima a aplaudir. Daniel Correa comienza el día esperando juntar unos mangos en su regreso al sur. "Hace cuatro meses que estoy en el tren, pero arranqué hace 15 años en esto. Antes estaba en las peñas con el folclore. Después me casé y me dediqué a mi familia, hice otro laburo. Cuando se terminó, agarré la viola para ganarme la vida".
Un clásico comienzo que con el correr de las semanas se convirtió en un trabajo que muchas veces gratifica. "La gente responde y te tira una moneda. Es muy solidaria. Hay gente que te da una mano y te la vuelve a dar al otro día, como si quisiera mantenerte ahí".
"Soy como escribí en un poema, un tipo del montón, aunque no me interesa pintar una historia tan dramática; la mía es una historia de vida, la de una persona que hace arte e intenta vivir con eso". Los pasajeros, poco a poco, lo hicieron sentir parte de su viaje. Algunas personas le levantan el ánimo cuando no liga unas monedas y le dicen cosas como "no pidas disculpas porque vos estás haciendo arte" y eso lo consuela.
Daniel recorre tarde y noche los vagones del Roca interpretando folclore tradicional y proyección, su escenario es el pasillo; sus espectadores, nunca se sabe. "Cuando arranqué, veía el futuro un poco incierto arriba del tren porque no sabía como iba a reaccionar la gente, porque vienen leyendo o durmiendo y por ahí los molesto, pero de repente te das cuenta que la gente necesita distracción, necesita escuchar un poquito de música para olvidarse de los problemas".
A pesar de estar conforme con su actualidad, sueña con grabar un disco con sus temas para poder llegar también a otro nivel, aunque sabe que "es difícil porque en la Argentina los artistas estamos muy relegados". Arriba del tren, cientos de historias siguen su curso al ritmo monótono de los vagones...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°07)
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