(El siguiente relato no sólo es grotescamente verídico, sino que hace las veces de siniestra alegoría de nuestra humilde historia como publicación cultural en estos tiempos en que nos debatimos por no caernos del margen de una página que engloba al elitista universo del arte y al crudo mundo de las calles de tierra)
Como una curiosa parábola del destino que viene marcando los ritmos de los simples mortales de la revista Sudestada, luego de peregrinar como todos los sábados revista en mano (claro está) por diversas actividades artísticas (en este caso un excelente concierto de arpa en el teatro Colón), fuimos víctimas de un atentado grotesco, con matices de realismo mágico, muy propio del presente argentino.
Luego del deleite de los virtuosos rasgueos guaraníes, emprendimos la vuelta hacia el sur en el colectivo 160. Llevábamos una hora de viaje y, no sabemos si producto de las burbujas del champagne (gratis del Colón) o por las vueltas del recorrido del ómnibus, de pronto nos encontramos en plena evocación de las composiciones e improvisaciones del creador del arte abstracto Vassily Kandinsky, los diálogos que entabló entre sus brillantes colores y los sonidos musicales y su firme convicción de que la evolución del arte reclama una revolución espiritual en el hombre.
En eso estábamos, cuando vimos subir a dos personas: un cojo ayudado a subir por su amigo, quienes se sentaron detrás nuestro. Pudimos escuchar sus risas y mofas contra los concurrentes al recital organizado por una conocida FM, mientras bebían un decoroso vino en botella descartable. Una parada antes de la estación de Lomas, bajaron por la puerta del medio que daba frente a nosotros. Miramos algunos segundos el descenso parsimonioso del cojo hasta que desistimos por considerarlo un acto demasiado morboso. Fue en ese instante cuando éste, haciéndose eco de las palabras del mismísimo Kandinsky, quien sostenía que los objetos se diluyen convertidos en meros soportes de los colores, y aprovechando que se encontraba ya en el último escalón, no dudó y con total impunidad se apoderó de mi bolso.
En la siguiente parada, cuando quise agarrarlo, pude comprobar que tanto el color como su contenido se habían diluido. Manifesté mi sorpresa al resto de los pasajeros, quienes me pusieron al tanto de las habilidades del cojo. Lo insulté y maldije y hasta me alegré de su desgracia. Pero no resignado a perder otro bolso -y en una actitud un tanto irresponsable-,nos lanzamos a recuperarlo. Caminamos dos cuadras preparando un discurso afable, teniendo en cuenta los habituales mensajes intranquilizantes de Enrique Sdrech por TN y canal 13.
Al aproximarnos a la oscura estación de servicio, pudimos ver las muletas tiradas en el suelo y al cojo ojeando el número 8 de Sudestada (en una escena que parecía salida de una novela de Roberto Arlt), y al amigo resignado ya que el botín solo contenía revistas y mis documentos.
-Muchachos, todo bien, pero...¿me devuelven aunque sea los documentos? Ahh.. era tuyo.., disculpá loco -me dijo el amigo, que se disponía a sacar mi billetera de unos de sus bolsillos. ¿Y esta revista? -preguntó el cojo-. La hacemos nosotros -dijimos-. Está buena, ¿me la regalás?. Sí, pero devuélvanme primero los documentos. ¿Los tenés vos? No, vos los tenés. Che, en serio disculpá, ¿quieren un cigarrillo? Bueno, ¿tienen fuego? ¿De dónde son ustedes? De Camino Negro y de cerca de la cancha de Los Andes, ¿ustedes? De Pasco al fondo. Pero loco, posta, nosotros antes no hacíamos esto, es por la crisis y la malaria que hay, ¿viste? Todo bien. ¿Querés vino? Bueno, un trago. Che loco, pero como venías durmiendo, te lo digo de onda, si dormís así te van a sacar hasta lo que no tenés. Bueno, pasa que nunca pensé que alguien... Sí ya sé, pero bueno, viste como es esto, ahora tuviste suerte que nosotros somos copados. Sí, pero cuando me di cuenta que fueron ustedes, tomamos coraje y vinimos a buscar aunque sea los documentos que es lo más costoso que hay ahí, porque bueno, muy lejos no iban a ir...¿no? Sí la verdad que somos unos panchazos, nos quedamos acá, pero bueno, está todo bien ¿no? Sí. ¿Otro trago? Bueno.
Luego de tomar otro trago y antes de despedirnos nos dijeron: "Esténse más pillos la próxima, de onda. Gracias".
Mientras nos íbamos, pensamos si lo sucedido no habría sido pergeñado por un Astier o un Erdosaín, o si el cojo no era una redondamente reencarnación posmoderna de los personajes del maestro Arlt. O simplemente, si todo se trataba de una factura de Robertito por la osadía de utilizar su nombre en nuestra humilde revista.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.