Buscar

En la calle

Barrio Soledad, en Villa Fiorito: Después del desalojo

El pasado 11 de junio, la policía arrasó un barrio de más de 200 familias sin previo aviso y con topadoras que destrozaron todo a su paso. Hoy, los vecinos del barrio quieren, de a poco, volver a empezar

Otra vez, como cada mañana, el barrio Soledad se llena de ruidos. Hay varios grupos de vecinos reunidos, que discuten los pasos a seguir. Los más chicos se preparan para volver al colegio, otros se ocupan de aprovechar uno de los pocos días de sol de la semana para comenzar, lentamente, a levantar de los escombros las casitas. Otra vez.

Menos de diez días pasaron del violento desalojo policial, de las topadoras arrasando las casas de chapa y las poquitas de material, de los gases quemando los ojos de los pibes, de los palos de la policía ahogando la resistencia de la gente. Menos de diez días pasaron y Antonio y Rosa, otra vez, se encargan de organizar la comida del día, al mismo tiempo que van y vienen de cada grupo, de cada discusión. Rosa está dolorida todavía por los palazos de los uniformados, y los moretones que tiene son la síntesis del desalojo, la respuesta represiva a su intento por defender lo poco que tienen, por defender ese sueño de poder vivir en un terreno propio. La gente entra y sale de la casa que rearmaron Rosa y Antonio, aunque todavía les falta. "Todavía no pudimos levantar ni el baño, si en cualquier momento viene la policía de nuevo", cuenta Antonio mientras espera su turno en la ronda de tereré, alrededor de un fueguito improvisado dentro de un tacho.

La imagen es por demás desoladora. Todo el barrio se convirtió, después del desalojo, en un campo de batalla devastado. Se ven todavía las pilas de ladrillos rotos a un costado, las chapas aplastadas esparcidas por el piso.

Y la gente, con una mezcla de indignación y cansancio, sigue alineando las chapas para resguardarse un poco del viento frío de la noche. De golpe, un helicóptero policial sobrevuela rasante por el barrio. "Es lo mismo que hicieron la noche anterior al desalojo", señala un vecino.


El desalojo

Los golpes en la puerta despertaron a todos en la casa. Eran las 5 de la mañana de un gélido 11 de junio, y el sol recién se asomaba sobre el cielo del barrio Soledad. "Tienen diez minutos para abandonar el lugar y sacar todo", fue la amenaza policial. Mientras, la caballería se agolpaba al costado del barrio y la infantería se disponía a "peinar" la zona, escudados por una cortina de gases lacrimógenos y por un par de topadoras. Cumplido el tiempo estipulado, las topadoras comenzaron su periplo destructivo.

Una a una, las casillas del barrio eran derrumbadas, y los vecinos que ofrecían alguna resistencia o rogaban por sus pocos muebles eran golpeados salvajemente.

Uno de ellos tomó la decisión de defender su casilla de material, cuchillo en mano, ante el avance policial; pero al final, la propia gente lo convenció de que desistiera. Otro vecino se apuraba a sacar uno por uno los ladrillos con una maza, tirando abajo las paredes de la que hasta ese momento era su casa. Algunos se llevaron a los más chicos al costado del barrio para salvarlos de los gases y de los palos. Otros chicos no tuvieron tanta suerte. La policía se encargó de llevar, entre los detenidos, a dos menores.

Estaban solos. Nadie escuchaba los gritos ni los pedidos de ayuda. Apenas estaban acompañados por un par de periodistas de Crónica TV, quienes eficazmente informaron en vivo sobre la situación en el barrio, hablando con los vecinos, interrogando al responsable del operativo.

"Al rato, se fue la policía y nos volvimos al terreno, a juntar lo poco que quedaba. Qué vamos a hacer, si no tenemos dónde ir", explicaba Julio, uno de los responsables del reclamo ante el municipio. Las esperanzas de la gente del barrio también habían quedado sepultadas bajo las chapas. "Así no se puede, después nos vienen a buscar por política, para eso sí servimos", se indignaba ante las cámaras una vecina.

Después, como siempre, las cámaras se fueron. La policía se alejó y todo lo que quedó fue destrucción. Si bien algunos de los habitantes del barrio se fueron del lugar, muchos se quedaron con los chicos a pasar la noche más fría del año entre los escombros, tapados por plásticos, entre los restos de chapas...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°10)

Comentarios

Autor

Hugo Montero, Ignacio Portela