Durante su etapa al frente del destino económico cubano, como ministro de Industrias, Ernesto Guevara se preocupó por formarse al mismo tiempo que gestionaba. En ese proceso de acierto y error fue el eje de una polémica con otros economistas, particularmente con aquellos que intentaban imponer en Cuba las fórmulas dogmáticas de la Unión Soviética. Desde entonces, la investigación del Che abrió un original cauce para el pensamiento marxista: sus críticas al modelo económico soviético lo empujaron a buscar la raíz de la deformación, hasta encontrarla en Lenin y en una serie de medidas asumidas en un contexto de crisis, en 1921. Guevara anotó al detalle sus polémicas impresiones en un diálogo imaginario con el líder bolchevique, y en controversia concreta con sus herederos en Moscú. El resultado de sus conclusiones permite afirmar que el Che fue el responsable de incorporar la conciencia como categoría determinante para el curso de las revoluciones en construcción en todo el mundo.
1. "Tenemos la obligación imperiosa de pensar… ¡imperiosa!", enfatiza, incontenible, y se pone de pie de un salto. Prende un cigarro y camina. Lo escucha con atención parte de su equipo de estudio en la penumbra de un salón del Ministerio de Industrias. Afuera, la madrugada deja su marca húmeda sobre las ventanas que dan a la calle desolada. Pero puertas adentro, para Guevara y para el resto del grupo que participa de la reunión, el horario es lo que menos importa. El dilema de la economía cubana lo desconcierta y lo desvela: desde la victoria épica de los barbudos de Sierra Maestra y su asalto al gobierno, el desafío de manejar el timón de un país pequeño y subdesarrollado representa la aventura más extraordinaria que pudo imaginar su esencia viajera y rebelde: allí está la economía cubana, una máquina deficiente que hace agua por todos lados, una desordenada maraña de incertidumbres donde la teoría se da de cabeza contra la realidad, donde cada día que pasa se suicidan las certezas y se deshilachan los dogmas de exportación. "Somos economistas improvisados", admite el Che, quitándole cualquier tipo de formalidad a su trabajo al frente del Banco Nacional primero y del Ministerio de Industrias después, ahora como máxima referencia del rumbo económico de la revolución. Pero su improvisación es la praxis y una teoría en construcción: una libreta contiene una larga lista de preguntas sin respuestas, cuestionamientos incómodos para la ortodoxia y opiniones que no conjugan los verbos del mecanicismo soviético, única referencia válida en la odisea de avanzar en el océano turbulento del socialismo en Cuba: "Una sucesión de inquietudes, de observaciones que uno hace, de choques con la teoría y con la realidad que uno ve todos los días", aclara el Che sobre sus pareceres, advirtiendo el discutible rigor científico de sus observaciones pero, en realidad, procurando suavizar de ese modo el cimbronazo de sus opiniones tajantes, la fuerza díscola de sus críticas, el afilado borde de sus anotaciones sobre el rumbo de la economía en un pequeño país sin otra bitácora de viaje que los pesados manuales apologéticos, paridos por el marxismo cuadriculado desde la usina socialista por naturaleza: la Unión Soviética.
"Les ruego una vez más tener cuidado con todas estas cosas que les digo, porque esto anda lindando con el revisionismo y con todos los 'ismos' malos que andan por ahí y hay que tratarlas con cuidado", advierte el Che, mitad filosa ironía y mitad genuina preocupación, ante su gente de confianza, la madrugada del 2 de octubre de 1964. Porque Guevara, de pie y dejando su rastro de humo en el efímero sendero de su despacho, lo sabe bien: no hay mayor riesgo para la revolución, para su intento de buscar la raíz de los problemas económicos de fondo, que censurar cualquier opinión crítica, por dura que fuese: nada más reaccionario ahora que cerrar filas detrás del dogmatismo esquemático de los manuales, que aplastar toda controversia bajo el peso del mármol de los próceres del comunismo y el culto a la personalidad. "Tenemos que tener la suficiente capacidad como para destruir todas las opiniones contrarias sobre el argumento o, si no, dejar que las opiniones se expresen… No es posible destruir las opiniones a palos y, precisamente, eso es lo que mata todo el desarrollo libre de la inteligencia", argumenta, preparando el terreno para sus afirmaciones, abriendo el juego a una mirada que sabe profundamente controversial.
Antidogmático y creador, sedicioso e inquieto, el Che insiste en la primera variable de su propuesta: "Todo nuestro esfuerzo tiene que estar destinado a invitar a pensar… La tarea de la construcción del socialismo en Cuba debe encararse huyendo del mecanicismo como de la peste", repite y subraya marcando el aire con su cigarro humeante.
2. ¿Qué dilema desvela a Guevara, esa madrugada, rodeado por su equipo? ¿Qué herejía parece a punto de dejar caer sobre la mesa de estudio, después de tanto preámbulo que no hace más que estimular la curiosidad de los allí presentes? ¿Acaso las dificultades de la economía cubana tengan su raíz muy lejos, lejos en la geografía y en el tiempo, y haya que buscar el origen en la Rusia bolchevique de Lenin, triunfante pero exhausta después de una guerra civil cruenta? ¿Será que Guevara escarba en la cáscara de la teoría con la persistencia de un roedor, hasta encontrar un punto de inicio en las decisiones de la dirección soviética, en la figura de su mismísimo caudillo? Por ahora, la única certeza es aquella pregunta que atraviesa a todos los presentes: cómo se endereza primero y se desarrolla después la débil economía durante la transición hacia el socialismo en un país atrasado y bloqueado. Más aún después del ensayo cotidiano que significó la puesta en marcha del arriesgado Sistema Presupuestario de Financiamiento: el modo en que Guevara organizó la economía y planificó el desarrollo industrial en la isla, un sistema que debe convivir obligatoriamente con su archienemigo capitalista: el cálculo económico. Una vez más, Guevara lo sabe, lo viejo y lo nuevo se pisan en la convivencia dialéctica y conflictiva, las contradicciones emergen a cada paso, y ese híbrido peligroso que parece encorsetado por la necesidad y la realidad, impone sus propias reglas. Entonces, más allá de la decisión de la planificación centralizada, de ese primer garrotazo marxista sobre las leyes del mercado, ese intento de dominar los resortes de la economía sin quedar subordinado a las variables clásicas del capitalismo, se enfrenta a los obstáculos de la vida cotidiana. A las dificultades de una revolución en construcción, un proceso que avanza a los tropiezos, que parece levantarse a fuerza de errores, y que necesita como el agua del espíritu crítico del Che, de sus errores y aciertos en un campo que ignora pero que estudia con la pasión enfermiza de quien pretende comprenderlo todo, se le suma la lucha contra el burocratismo en las filas del Estado. Guevara no vacila a la hora de marcar debilidades de fondo: la inmadurez de sus planes, la escasez de cuadros capacitados, la falta de conocimiento del sistema en general…
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