En su última novela, El negro corazón del crimen, se propone narrar los inicios de un Rodolfo Walsh diferente, en plena transformación. Admirador del estilo walshiano, Marcelo Figueras admite la influencia y reniega de toda literatura pretenciosa. Al mismo tiempo, trabaja una biografía del Indio Solari y en esta entrevista, se propone indagar en las razones de un fenómeno que, hace tiempo, excede los límites del rock nacional.
El extremo de una vida que cambia tras escuchar la famosa frase: "Hay un fusilado que vive". Después, ya no hay literatura posible que juegue al enigma ni a la inteligencia literaria y la historia que se va a contar deja en jaque algunos flancos que quiso proteger el silencio historicista. Es acá donde Marcelo Figueras se sumerge, con su nuevo libro El negro corazón del crimen, para relatar la vida de Erre, un personaje que después dará un vuelco en su propia conciencia para convertirse en ese comprometido escritor que ya no puede sólo aventurarse en el ajedrez. Y ahí se verá cómo aparece retratado Rodolfo Walsh y su camino hasta escribir la obra máxima de periodismo: Operación Masacre.
Figueras asegura haber logrado encontrarse con su voz más honesta en su tercera novela, Kamchatka, y lo termina de dejar en claro con el correr de las páginas de su último libro. Es un escritor que ha pulido un estilo que se escapa del canturreo intelectual para apropiarse de una voz literaria que cuenta vidas de carne y hueso, vidas que hacen llorar, sonreír y sufrir.
–¿Que representa Rodolfo Walsh en tu trayectoria como periodista y escritor?
–Es que Rodolfo Walsh es una figura que no puede no resignificarse en este presente. Según cacarean todos, estamos en los tiempos de la posverdad, en los tiempos en los cuales los diarios presuntamente más grandes y más serios de este país no tienen ningún problema en mandarte un título de tapa que después ni se calientan en sustentar cuando lo bajan a la nota. Es algo que llamo el periodismo noticias. Ya es un lugar donde se cortó algo y donde el periodista no siente que haya ningún ruido o que se haya roto ningún contrato entre su oficio y la persona que recibe la noticia. Es algo así como: "puedo decir cualquiera y no tengo que probarlo ni sustentarlo". Por eso: Walsh, el investigador feroz, el tipo obsesivo, riguroso hasta la locura, es una figura esencial para ver qué significa el periodismo y para qué se supone que servía, más aún en estos momentos de crisis.
–¿Cuál sería el impacto de una investigación como Operación Masacre hoy en día?
–El día del aniversario del asesinato de Walsh hubo un acto en la ex Esma, en el Museo Sitio y Memoria, donde estuvieron Horacio Verbitsky y Martín Gras, que es uno de los sobrevivientes que vio el cuerpo de Walsh. Aquel día me acordaba de una anécdota que debe haber sido a principio de los noventa. Me había enterado de una beca para hacer una maestría de Periodismo en Harvard y me inscribí. Hice todos los pasos que exigían, entre los que había que dar un examen de nivel de idioma y lo pasé con noventa y pico sobre cien. Tenía todo perfecto. Pero la última formalidad que te pedían para aplicar era entrevistarte cara a cara con un tipo que era como una especie de representante de la universidad... y me tocó Daniel Hadad. Tuvimos una charla medio general, bastante amable, hasta que, cuando se acerca el final, me pregunta: "¿Para vos, cuál sería el modelo de una investigación periodística?". Y ahí respondí, aún sabiendo que ya no habría maestría en Harvard, que era Operación Masacre, y se acabó la entrevista.
–¿Y tu relación con el periodismo fue a partir del oficio?
–Fue de oficio porque toda la vida quise escribir ficción. Eso era lo que quería hacer. En su momento, mis padres me sentaron en el sillón y al estilo de la tía Julia de Lennon, me dijeron: "No te vas a ganar la vida con una guitarrita o escribiendo cuentos y novelas...". Pero nunca cruzó por mi cabeza la idea de estudiar Letras o ir por un lado que me permitiese tratar de meterme en la academia. Por eso decidí meterme en periodismo y laburé desde muy joven, pero siempre sabiendo que era algo que me permitía escribir sin que fuese lo que realmente quería, pero pensando que en algún momento iba a dar el salto. Y en ese sentido, también fue muy importante Walsh como escritor. Recuerdo que la idea central de Walsh se formó en mí a través de un largo artículo que escribió Horacio Verbitsky para la revista El Periodista de Buenos Aires. En esa nota, Horacio explicaba quién había sido Walsh, pero también se detenía mucho en cómo había construido su estilo como escritor. En ese momento, recién estaba empezando a escribir ficción en ese idioma nuestro que más se presta al barroquismo y a irse por las ramas. Y por el contrario, estaba esta cosa de Walsh de quitar y quitar, y cuando ves qué sacó y qué quedó, efectivamente se ve que lo que quedó era mejor. Esto de quitar el ripio del idioma. Era lo esencial para mí, que tardé mucho en empezar a aplicarlo: sacar todo lo que huele a "estoy tratando de demostrar cuán inteligente soy, qué vocabulario manejo y cuánta cultura domino". Esa era la diferencia. Lo que Walsh sacaba era todo el yo enfermo o mal entendido. Sólo quedaba lo esencial. Con esto terminé de entender que Walsh era la respuesta a los dilemas que tuve durante toda mi vida...
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