Podemos agotar algunas líneas hablando una vez más del papelón de la Feria del Libro, del festejo burdo de los mercaderes del templo de la cultura, del desfile de vedettes de la literatura firmando autógrafos y esquivando ideas profundas, pero ahora algo es más urgente.
Respiramos un clima extraño, algo se está gestando en las entrañas de esta serpiente que nos rodea. La derecha, con sus cientos de recursos y sus miles de caretas, comienza a expandir sus fichas sigilosamente y a ganar pequeñas batallas. El miedo, eso está claro, es la puerta preferida por la que siempre se hace un lugar el fascismo, disimulado en modernos ropajes y discursos de cambio.
Algo está pasando, y es necesario hablar de ello. Ahora, desde cualquier medio, tratando de observar como va mutando de a poco la desesperación de un sector social en un peligroso germen de intolerancia basado en una repetida fórmula, bien argentina: parece que todos somos víctimas. Y muchos salen a la calle a exigir más seguridad, a insultar políticos votados por esos mismos brazos que ahora exigen respuestas rápidas y poco democráticas.
A nadie parece interesarle demasiado cómo llegamos a este presente de miseria y espanto, a nadie le simpatiza mucho la idea de mirarse a los ojos para recordar en quiénes confiaron cuando años atrás se aplaudía la entrega del patrimonio, se ovacionaba a los genocidas y a los corruptos, se sacaba ventaja de todas las bicicletas financieras y de los sapos que vendían los poderosos, se callaba para no perder el lugar, se mentía para dormir con la conciencia tranquila, sin remordimientos incómodos.
Los mismos que hoy marchan bajo la bandera de mayor seguridad, caminan por el filo de una cuchilla muy filosa.
Son los mismos, en definitiva, que no salieron nunca a la calle para repudiar los asesinatos de cientos de pibes por el criminal accionar policial, que no se escucharon cuando los reclamos de justicia provenían de las Madres de la Plaza, que nunca aparecieron cuando se perdían los derechos de los trabajadores de forma constante, cuando la brecha entre ricos y pobres se ensanchaba como nunca antes. ¿Dónde estaban entonces los que ahora vuelven a sus casas y presionan a todo el mundo en la calle para firmar un petitorio que nadie se preocupa en leer, siquiera? La derecha afila las garras, se organiza, se moviliza, expande su discurso como la peste, gana pequeñas batallas en cada barrio, en cada casa. La izquierda mira impasible, no responde, o en el peor de los casos, decide sumarse a la cola de un movimiento sin rumbo fijo a partir de su incapacidad para movilizar a nadie, por un discurso perdido en los laberintos del tiempo, por una pésima lectura de la realidad que viene arrastrando hace décadas.
Los nombres que aparecen en el primer plano son lo que menos importan. Lo que vale ahora es observar cada movimiento y alertar a todos sobre la dirección que puede tomar una maniobra ideada desde las usinas de la derecha.
Y para aquellos que defendemos un cambio de raíz de la cultura y la política, resulta una tarea ineludible tomar posición frente a una amenaza que se cierne sobre todos. Y estar dispuestos al debate, a escuchar y a decir cosas. Antes que sea demasiado tarde.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.