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Entrevista febrero 2004

"Soy un hereje de larga data"

Referente ineludible del presente americano y cronista en tiempos de fuego y de ceniza, el escritor Eduardo Galeano relata en esta entrevista con Sudestada en Montevideo -realizada en febrero de 2004 y publicada en marzo de ese año- algunos trazos de su tiempo. Polémicas, opiniones y recuerdos son parte impostergable de una historia que tiene a América Latina como protagonista.

Dicen los diarios que América Latina respira, por estos días, a un ritmo embravecido. Que el vientre de todo el continente se contrae y parece a punto de explotar en mil pedazos. Aunque segundos después, de cada uno de sus poros, estallan revueltas, hazañas y miserias. Dioses y demonios que se ocultan en las sombras del pasado, que se asoman y que observan incrédulos el resultado de siglos de fuego, de luz y de sangre. Nadie mejor que el escritor uruguayo Eduardo Galeano para relatar los compases de la respiración de todo un continente. Hombre de letras, periodista de compromisos varios, sujeto de polémicas profundas, el autor de Las venas abiertas de América Latina sucumbió, por fin, a la insistencia de una voz que, desde la otra orilla, buscaba su voz. Y aquí está: Sudestada recibe en estas páginas las palabras de un caminante americano. En su andar nos cruzamos, y en ese viaje nos comentó detalles de su nuevo libro (Bocas del tiempo), del presente de un continente herido pero digno y peleador; de la lucha de un poeta llamado Juan Gelman por la verdad y por la memoria; y del ejemplo, las virtudes y los defectos de una revolución en una pequeña isla llamada Cuba.

Bocas del tiempo

El calor del último viernes de enero invade el mítico Café Brasilero, ubicado en la ciudad vieja, en el corazón de Montevideo, hacia donde los enviados de esta revista apuntaron la proa con la esperanza de traerse en sus alforjas unas cuantas palabras andantes. Aquí están. Es el continente que respira y, a través de la voz de Eduardo Galeano, el que se contrae y dilata sus venas para poder seguir viviendo. El resultado de este intento está a la vista, respira ojos abajo.

-¿Cómo marcha el proyecto de tu nuevo libro?

-Ya lo terminé. Ahora estoy metido en la tarea de diagramarlo. En realidad, creo que escribo como un pretexto para poder diseñar. Lo que me gusta más es esa parte gráfica: darle forma al libro, lograr que las imágenes y las palabras, lo que ocupan las letras y los espacios desnudos, se entiendan bien entre sí. Terminé de escribirlo y, por lo tanto, de cortarlo, porque es un libro que lleva muchos años ya, más sacando textos que poniendo.

-¿Y qué temática aborda?

-Un poco de todo. No tiene ningún tema y tiene todos los temas. Son textos breves que se enlazan y -como un río que toca distintas playas, puertos y ensenadas- van recorriendo temas muy diversos: la infancia, el amor, la pelea; todos los temas que se puedan imaginar.

-Entre tus libros, siempre marcados por la temática de lo político y lo histórico, ¿encontrás alguno que te haya marcado más?

-Uno que se parece bastante a este, que es El libro de los abrazos. El que acabo de terminar, Bocas del tiempo, aunque son diferentes porque tienen una estructura distinta, de algún modo se parecen bastante. Ahora, con eso del tema político, yo siempre soy muy cuidadoso; me parece que es una expresión que hay que tomar con pinzas. ¿Cuáles son los temas políticos, y cuáles son los no políticos? Está todo impregnado de política y, a la inversa, también se puede decir que los que creen que en literatura es válido politizar todos los temas, los deshumanizan, los acartonan, los convierten en palabras vacías que no transmiten electricidad de vida. La política está implícita en todo, es el conjunto de relaciones entre el poder y la gente y, por lo tanto, está en cada uno de los pequeños actos de la vida cotidiana de cada una de las personas. Hacemos política sin saberlo, como hablaba en prosa ese personaje de Molliére, sin saber que hablaba prosa. Todo es y no es política: hay una carga evidente de política en cada cosa que ocurre, y por lo tanto también en la literatura que transmite cada cosa que ocurre, o que las revela. No hay ningún acto de la vida de nadie que pueda estar enteramente divorciado de la política, ni siquiera un sueño. Todos los sueños tienen algún parentesco, aunque sea remotísimo, con lo que es el poder, con lo que son las estructuras del poder, con las relaciones entre la realidad y el deseo, entre la libertad y el miedo. Todo eso es político también.

-Tu trabajo constante con el pasado, ¿tiene como objetivo la búsqueda de respuestas, o solamente se trata de la satisfacción de rastrear el origen de las cosas?

-Realmente no sé. En este nuevo libro algunas de las narraciones son del pasado, no del presente. Pero, de repente, son del pasado chino: cada vez me importa menos dónde y cuándo ocurrieron las cosas, y me importa más qué es lo que ocurrió y preguntarme si yo siento que eso que ocurrió me está ocurriendo ahora. Es decir, a mí me interesa el pasado en la medida en que me ayuda a vivir, o a entender la vida en que vivo, si es que es posible entender este incomprensible relajo en el que estamos metidos. Pero si no, no me interesa en absoluto. El pasado como pasado en sí no tiene para mí el menor interés. Me interesa sólo en la medida en que me ayuda a comprenderme y a comprender a los demás en la vida en que me tocó vivir y en el mundo que me toca. No importa dónde ni cuándo. Es como en el fútbol: yo siempre digo que cuando alguien me regala una linda jugada, no me importa qué camiseta usa, a qué club pertenece ni de qué país es. Entonces, cuando consigo reconocerme en algún hecho que ocurrió, no me importa de dónde es ese hombre o mujer, ese niño o viejo que fue protagonista de esa cosa que ocurrió hace miles de años, o hace un día; si puedo sentir que de ahí viene alguna electricidad que me ayuda a seguir aquí paradito en el mundo. Pero el pasado como pasado me parece la cosa más aburrida que pueda nadie imaginar.

(La nota completa en la edición especial #7 - Enero 2013)

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Autor

Hugo Montero, Ignacio Portela