El tango como género popular lucha por volver a ocupar su espacio. Uno de esos lugares se encuentra en Almagro. El cantante, el guitarrista y el público hacen el espectáculo.
Ya es madrugada. El boliche de Roberto está repleto. Las seis mesas y el mostrador están ocupados por decenas de jóvenes y algún viejo parroquiano trasnochado que aún no se enteró que él y su ginebra con soda son los extraños en esa fauna de muchachos rockeros con piercing, que prefieren el Michel Torino tinto de 5 pesos. A las dos de la madrugada, aunque el humo es espeso y cueste respirar, desde el fondo del bar aparecen los cantores Osvaldo y Agustín para ocupar el lugar de siempre donde arremeten con la cátedra tanguera y el decálogo del bar que es Cafetín de Buenos Aires: De chiquilín te miraba de afuera/ como esas cosas que nunca se alcanzan... A esta altura de la noche el alumnado está inquieto y con varias copas encima. «Cantar acá es todo un laburo, lo hacemos sin micrófono, con mucho 'pucho' en el aire. A veces los jóvenes se ponen a conversar, están entretenidos y el murmullo perjudica un poco pero siempre nos la rebuscamos», aseguran.
El cantor, Osvaldo Peredo -camisa fucsia, chaleco negro y vaso con caña- sostiene la nota con la experiencia que solo tiene un cantor de boliche. La mano derecha extendida corta la humareda del ambiente y pareciera decir a quienes todavía están en otra: «Viejo, acá estoy yo». Como si estuviera en otra cosa Agustín Ortega impone respeto con su guitarra que sostiene sobre la pierna derecha elevada por un cajón de cerveza. Poco a poco el tango se adueña de la atmósfera y el dúo acapara la atención de todos. El público, en su mayoría jóvenes, poco y nada tiene que ver con los bolicheros de ayer. «De aquellos años al presente el boliche cambió mucho. Antes venía gente mayor, nos presentábamos más temprano. En cambio, ahora estos muchachos van marcando la hora, el momento justo para que nos presentemos», explica el Ortega.
Hace casi diez años que Osvaldo y Agustín recrean en sus tangos el Almagro guapo y pendenciero que todavía es leyenda en el imaginario popular. «Yo llegué al bar acompañando a un fueye y resulta que un día se fue al barrio de La Boca con otros músicos. En ese tiempo Osvaldo cantaba con Roberto Medina, el hijo del autor de Pucherito de gallina, Bronca y otros tangos. Entonces me decidí a juntarme con ellos y comenzamos a tocar juntos los fines de semana», recuerda Agustín. «Y el primer tango que cantamos fue Como dos extraños, el mismo que nos piden todas las noches», comenta con emoción Peredo: Y ahora que estoy frente a ti/ parecemos, ya ves, dos extraños.../ Lección que por fin aprendí:/ ¡como cambian las cosas los años!/ Angustia de saber muertas ya/ la ilusión y la fe... /Perdón si me ves lagrimear/¡Los recuerdos me han hecho mal!
Los dos llegaron al tango por caminos diferentes. Osvaldo Peredo, 73 años, de Boedo, de joven estudió canto e integró una orquesta del barrio: «Hacíamos un estilo muy parecido al de (Osvaldo) Pugliese y cantaba casi todo su repertorio como por ejemplo Ventanita de arrabal, La podrida, La vieja serenata y Puente Alsina. En esa época el fútbol y el tango eran mis dos pasiones. Después de jugar en la tercera de San Lorenzo, en 1953 viajé a Colombia, pero fue debut y despedida porque jugué un solo partido en el Sporting de Barranquilla. Ahí me largué a cantar. Anduve por Bogotá, Cali y Manizales, también por Caracas donde canté boleros para la televisión venezolana. Volví a Buenos Aires en el año '60 y anduve remando de un lado para el otro: estuve en El rincón de los artistas junto a los mejores de la época como Alberto Morán y Roberto Goyeneche. Así anduve tirando». Por otro lado, Agustín Ortega, cordobés, de 53 años, cuenta su origen humilde y los recuerdos de la infancia: «Nos juntábamos con mi madre para escuchar el Glostora Tango Club por Radio El Mundo. Yo nunca estudié música ni nada. Soy un luchador que vengo de muy abajo. Tal es así que vivo en la villa Ciudad Oculta, en Mataderos. Fui lustrabotas y foguista de calderas. Cuando hace 10 años me echaron y me quedé sin trabajo tenía que hacer algo para darle de comer a mis pibes. Me daba mañas con la guitarra y el tango me hizo una seña pero ¡ojo! que también fue por hambre». Agustín es una de las tantas víctimas del desempleo que produjo la ola privatizadora de los `90. Cuando muchos eligieron la alternativa del remis o el maxiquiosco, él optó por «pucherear» con la música y gozar hoy de un prestigio underground que le permite vivir con dignidad. Después de cada actuación, mientras Osvaldo recita, Agustín recorre las mesas y pasa la gorra...
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº30
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