De vez en cuando, ciertos episodios del presente nacional resultan útiles para motivar algún debate interesante. El incidente que se generó a partir de confirmado el arribo de Mario Vargas Llosa como orador en la Feria del Libro parece ser el caso. No por las contradicciones del escritor peruano y su rol como agente al servicio de los intereses de sus patrones. Tampoco por la reacción de un puñado de pensadores criollos.
La utilidad radica en que propone la reversión de un viejo debate: el rol de los intelectuales frente a la realidad. El devenir de los hechos poco importa: Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, difundió un texto (que fue desautorizado por la Presidenta de la Nación) y, acto seguido, debió "reformular" su mirada y modificarla en un par de artículos consecutivos. Apartemos por un momento el contenido de la crítica a Vargas Llosa y detengámonos en la reprimenda de la mandataria para con el funcionario.
"Un intelectual no puede ser oficialista", sentenció David Viñas, tiempo atrás, cuando lo invitaron a sumarse al proyecto de Carta Abierta. "Prefiero guardarme ese margen de discrepancia permanente", detallaba, argumentando su rechazo. En apenas dos comentarios, Viñas sintetiza el eje del debate. ¿Puede un intelectual ejercer con independencia su función de observador crítico cuando asume la tarea de gestor? ¿Qué sucede con las opiniones divergentes de quienes toman la responsabilidad, no sólo de respaldar un proyecto, sino de sumarse como funcionarios, subordinados a una autoridad partidaria? ¿Dónde termina la libertad de "molestar" e "incomodar" al poder desde el pensamiento y dónde comienza la necesidad de someterse para no entrar en colisión con los propios intereses y de silenciarse para no resultar funcional al adversario? ¿El rol del intelectual es sumarse a la gestión pública para, desde allí, desvanecer su mirada y asomar cada tanto como un disciplinado soldado del aparato?
"En la Argentina de hoy los intelectuales no tienen ya ningún peso", agrega Andrés Rivera. Es así. Al parecer, entre la opción de mantener cierto grado de independencia que permita expresar sin medias tintas una opinión y la de ajustarse a los límites que impone el cargo administrativo, muchos intelectuales optan hoy por la segunda.
"Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra", señaló Rodolfo Walsh hace más de cuatro décadas. Nada más certero que esa definición. Sin embargo, habrá que pensar que, para algunos, la noción de "compromiso" pasa por sumarse como gestores de un proyecto que impone condiciones, y no como esa voz incómoda, molesta e irreverente, que atraviesa la vida, la obra y el compromiso militante de intelectuales como Viñas, Rivera y Walsh. Los tres, siempre lejos de los despachos del poder de turno. Los tres, siempre atentos a señalar con crudeza y talento, las contradicciones de un sistema que, a la hora de las balas y de los votos, demarca con claridad la línea que divide a los opresores de los oprimidos.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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