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Editorial

El gran simulador

Sería tan sencillo ceder al impulso y citar textuales del II Congreso Argentino de Cultura, desarrollado en Tucumán durante el mes de octubre. Tan simple como anotar alguna frase del secretario José Nun: "Este Congreso es la manifestación genuina de la política cultural que llevamos adelante". Claro. Síntesis exacta, el textual de Nun (que eligió titular su erudita conferencia con el muy seductor nombre: "Del mito de Protágoras a la crisis de Wall Street") confirma la importancia que tuvo este evento. En otras palabras, otra vez lo mismo; es decir, nada. El Estado disfrazado de feria fastuosa, de mesas de opinólogos que debaten sobre algo que proyectan o imaginan en otro país que no es el mismo que pisan, por ejemplo, los cientos de miles de analfabetos (¿se escuchó, al menos una vez en alguna ponencia, la palabra "analfabetismo"?), que trabajan y que observan cómo funcionarios del gobierno y un puñado de intelectuales de oficina se juntan a discutir sobre "Cultura". Las conclusiones de los burócratas de turno son interesantísimas: "Hacen falta fondos, pero también escasean los proyectos para ser financiados", apuntan. Otra anotación en su libreta dice: "El interior del país no es la Ciudad de Buenos Aires, dicen que tiene otros problemas", y subrayan. Todo muy interesante. La farsa perfecta, hasta ciertamente progresista.

Hace poco más de tres años, el escritor Eduardo Belgrano Rawson, durante una entrevista con Sudestada, eligió como figura metafórica el libro El astillero, de Juan Carlos Onetti. El autor de Fuegia señalaba que en la novela del uruguayo todo el mundo simula que la fábrica en la que trabaja marcha como de costumbre: se cumplen horarios, los empleados respetan sus roles, nadie dice nada y todos cobran a fin de mes, puntualmente. "A mí a veces me da la sensación de que Argentina es eso, todos simulamos que existen las bibliotecas, que existe gente que lee... Terminemos de una vez con eso. Terminemos con esa farsa que sirve para alimentar nuestra buena conciencia, para que la burocracia siga funcionando, pero que para el 80 por ciento del país no existe", nos decía Belgrano Rawson.

No se trata de un problema de nombres, ni siquiera de gestión. El Estado y su vínculo con la "cultura" en Argentina es una mentira cuidadosamente articulada para repartir favores: hay empleados del arte que viven de sus dádivas, punteros del emprendimiento que sueñan con becas y subsidios, jóvenes pichones de transas que miran para aprender el fino oficio de la estafa, arribistas que apuestan a calzarse el traje de bufones y darle soga a la farsa hasta donde se pueda.

Del otro lado, en todo caso, hay una multitud de proyectos culturales en serio, de aquellos que representan los sentires y las expresiones populares, que miran desde la calle con indiferencia y desconfianza estos patéticos concilios de burócratas con aire acondicionado a cuestas, que saben juntar a esas pequeñas multitudes de rentados que valoran su lugar en la comedia y simulan que entienden y que todo es un avance y que ya se verán las caras el año próximo, para discutir exactamente lo mismo, para proyectar un país de mentira, para esperar, puntualmente a fin de mes, la retribución por su patriótica teatralidad.

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Sudestada

El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.