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Crónica viajera

Latinoamérica: continente adentro

Escenario de silencios y de luchas, América Latina sigue ofreciendo al tiempo un paisaje repetido de pueblos de pie y, a la vez, humillados por el saqueo y la explotación. Instantáneas de un corazón americano que se contrae y deja su latido vivo como desafío rebelde.

1- «Chola en la nube»

América Latina es una increíble tierra de contrastes. La injusta distribución de los recursos da lugar a las sociedades más desiguales y violentas del planeta. A pesar de ello, y justamente por ello, sus habitantes encarnan una capacidad de resistencia inusitada.

Aquí ha habido estallidos populares históricos y se han desarrollado movimientos sociales que fueron ejemplos de dignidad para el mundo entero, y que encumbraron líderes que hoy trascienden las fronteras latinoamericanas y representan en cientos de países un símbolo de solidaridad y rebeldía. Sin embargo, estas figuras descollantes y esos momentos convulsivos apenas representan la cabeza visible de una población que construye desde el anonimato una quijotesca historia cotidiana. Una población que afirma la dignidad posible a través de la poesía renovada y fecunda, no necesariamente coherente, sino basada en una larga tradición de resistencia que proviene de una diversidad múltiple y un intricado mestizaje acostumbrado a enfrentar duros desafíos: los indígenas, que nos enseñan a vivir en comunidad y a respetar la tierra; los negros, que marcan una impronta mágica e imborrable en cada región de América, y los blancos que no quisieron ser otra Europa y reservaron a nuestro continente un caudal de belleza y un futuro de esperanza.

Estas fotografías intentan dar una mirada a esa cotidianeidad latinoamericana. Convocan a que nos asomemos a los rostros de quienes viven esta realidad trágicamente bella. Invita a rescatar los cuerpos expuestos a un territorio fantástico y oprimido; a una patria sufrida y asombrosa, maravillosa y castigada. Estas imágenes proponen exhibir el fatídico privilegio que fortalece nuestra identidad, nos hermana en la derrota transitoria de una lucha que aún no ha terminado.

2- «Amantaní»

La sierra es la patria de los indígenas andinos. Allí existe una tradición que los resguarda y en la que se cobijan, en la que se hunden y alimentan. Designan a sus líderes por los valores que han demostrado, y deciden en asamblea. No es una cultura de análisis sino contemplativa, no explican su entorno sino que lo viven, integrándose a él. Los trabajos son colectivos; y la vagancia es considerada grave delito, una falta de respeto a la naturaleza, porque ella exige atención y cuidado. «Minga» es un tipo de labor en el que entra en juego la reciprocidad que se practica en las comunidades, representa una clase de ayuda personal y comunal que ejerce cada individuo y por medio de la cual se identifica como integrante del grupo al que pertenece.

Para ellos, las ciudades son territorios extraños, poblados por gente que ha perdido sus raíces, que ignora y hasta desprecia su origen. Quienes migran a la ciudad, lo hacen en busca de un brillo prometido. En las urbes se ensalza la juventud, se desdeña la vejez y se camufla la muerte. Allí domina el egoísmo y la competencia. Los indígenas de la sierra son los dueños del silencio: desconfían del bullicio, dan vuelta la espalda y se hunden en sus voces milenarias.

3- «Pollipapas»

En cada ciudad y en cada pueblo, el mercado abre sus puertas con puntualidad para ofrecer los productos de la zona. Allí se resumen todos los sabores de la localidad, y es un punto de diálogo y encuentro para los habitantes del lugar. A la hora del almuerzo, se saturan los pasillos y los puestos sirven abundantes platos regionales a precios populares. Las cocineras se disputan los clientes, y algunas riñas terminan a los gritos. La gente come en largos mesones, codo a codo, el menú preparado en ollas imponentes. Por la tarde, el mercado es más tranquilo: la música resuena en los pasadizos desnudos; los puesteros acomodan coloridos escaparates frutales, dialogan entre ellos y esperan clientes barriendo los corredores. Cada vendedor es un mundo. Cada uno cuenta a su manera la historia del lugar, creando un mundo mítico y fantástico que alberga seres de carne y hueso; mezclando la fábula y la realidad, los personajes ficticios con los seres verdaderos. Llegado un punto, las fronteras de lo mágico y lo real parecen disiparse. Es difícil darse cuenta de si la historia la estamos soñando, viviendo o escuchando; si somos realidad o ficción, si somos las dos cosas o si estamos dentro o estamos fuera de esa historia.

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada nº60 - Julio de 2007

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Autor

Martín Flores y Ana Sofía Quintana