Siete décadas atrás, comenzaba la guerra civil que partió en dos al pueblo español. Aquí, la historia de las dos fotografías más famosas y una crónica del trabajo de George Orwell en Cataluña. Opinan desde España Miguel Pascual y Nil Thraby.
Dos fotos. Cuántas historias se pierden detrás del dato preciso: una, Cerro Muriano, 5 de septiembre de 1936. La otra, Barcelona, 19 de julio de 1936. Cuántos detalles oculta un nombre, un nombre cualquiera, que perdura en el tiempo: una, "Falling soldier", o "Miliciano que cae", o "Miliciano herido". La otra, "Barricada en calle Diputación". Cuántas voces encierra una foto: la voz del reportero Robert Capa, la del miliciano Federico Borrell García, "Taíno". La voz del fotógrafo Agustí Centelles, la del guardia de asalto Mariano Vitini. Cuántas polémicas acumulan, cuántas heridas sintetizan, cuántas injusticias desnudan estas dos inolvidables fotografías.
En una imagen, la silueta de un miliciano se dibuja por sobre un leve declive en la llanura, y su cuerpo comienza a derrumbarse. Lo han herido. Detrás, el cielo cobrizo potencia el dramatismo de la escena. No surge otra figura en el recorte de la foto, pero una bala es la culpable de la caída del soldado. En una fracción de segundo, el miliciano abre sus brazos, su fusil parece a punto de caer y sus ojos se cierran. La sombra espera a su dueño en el piso del cerro. El fotógrafo ha logrado captar el instante preciso, el final de la carrera, el impacto de bala, el principio del fin para el miliciano herido.
En la otra imagen, los disparos ya se han cobrado la vida de dos caballos, improvisada barricada para la defensa de tres guardias de asalto. Aparecen dos uniformados y uno, en primer plano, en camiseta. Ese último dispara apoyando el fusil contra uno de los animales para mejorar su precisión, pero uno de los caballos, el de abajo, parece resistirse a la escena. Levanta el cogote, lucha por zafar de tan difícil posición. La sangre tiñe de rojo la calle. Uno puede hasta escuchar el fragor de la balacera.
Cada foto encierra en sus entrañas una vida propia, pero también dispara historias de aquellos que se cruzan frente al lente del reportero en el momento justo. En ese efímero instante, sus vidas se congelan en la furia de una escena violenta, para transformarse en registro histórico. Ni fotografiados ni fotógrafos lo saben, pero esas imágenes ya no les pertenecen. Ahora son propiedad del futuro. Son puro presente cuando un observador, en cualquier parte el mundo, se detiene en ellas. Y revive, en un mágico momento, voces y ráfagas de una guerra.
La valija de Agustí
Un rato una mano, después la otra. Una pesada valija y el camino adelante. Atrás, nada, la noche, los ruidos apagados, la silueta brumosa de los Pirineos nevados. Pero ya no había atrás para Agustí. Apenas el camino, un rato una mano, después la otra. La valija ganando peso con cada paso, las manos moradas del frío, el aliento dibujado contra el granizo. Y el silencio, apenas interrumpido por sus jadeos, por los pasos rastreros, y ese dolor en los brazos. Pero ya no había atrás para Agustí. Ya no había Eugenia Martí Monserrat y su beso tibio de despedida. Ya no había Sergi, un año y medio, perdido entre las frazadas, dormido en los brazos de su madre. Ya no había nada para Agustí. Sólo la valija y el camino, apenas contorneado por la luz de la luna, y la sombra amenazante de los Pirineos, cada vez más cerca.
Una valija con rostros, pasando de un brazo a otro cada tanto, ampollando las manos, repleta con cinco mil negativos en 35 milímetros. Cinco mil imágenes, y allí, dispersas en el desorden de la retirada, las lágrimas de una mujer llorando por sus muertos después del bombardeo de Lérida, la silueta de un soldado sigiloso buscando un reparo en el frente de Aragón, la espera en las trincheras, el reencuentro emocionado de un miliciano catalán con su familia, las barricadas en las calles de Barcelona. Una valija, y nada más. Ni el frío, ni la soledad, ni la derrota importaban ahora. Sólo esa valija y los treinta kilómetros que lo separaban de la frontera francesa.
Había recibido la orden apenas un día antes. Hay que guardar todo, Agustí. Todas las fotos, y sacarlas de España. No sé, pues como sea. Y lo que quede, quemar todo. Ninguna foto de un republicano en España, sí... Es que esto se terminó, Agustí. Se terminó. Mañana mismo, junta todas las que puedas y sácalas de España, como sea. Pero ahora.
Agustí Centelles, de profesión fotógrafo, destinado en septiembre de 1937 a la Unidad de Servicios Fotográficos del Ejército del Sur, encargado desde 1938 del archivo fotográfico del Ejército de Cataluña, tenía una misión en el ocaso de la guerra: salvar la memoria histórica de una gesta. "En aquel momento no tenía conciencia de que salvaba un trozo de la historia del país, sí sabía que aquel archivo fotográfico podía caer en manos del enemigo, y a través de cada uno de los personajes retratados, aniquilar a los últimos defensores de la República y de Cataluña. Por eso, solo por eso, me llevé el archivo", reconoció muchos años después.
Agustí Centelles, de profesión fotógrafo, debía dejar a su familia y partir inmediatamente, dejando atrás la desbandada de los milicianos leales a la República y el eco de las botas de la Falange pisando Cataluña, hacia Francia. Primero en auto, después a pie unos treinta kilómetros. Apenas ataviado con una valija y con los Pirineos delante. Sólo eso.
Una valija cuyo contenido se limitaba a su inseparable Leica, y cinco mil negativos de fotos propias y de otros colegas, la historia de un pueblo, una derrota a cuestas y una pesada valija. Dos ampollas enormes creciendo en la noche cerrada. Un rato una mano, después la otra. Y el camino adelante. Atrás, nada.
La muerte del miliciano
La raíz de la polémica sobre la famosa foto de Robert Capa puede encontrarse recién en 1971, cuando el fotógrafo italiano Piero Berengo Gardin publicó la secuencia completa, que incluye la del miliciano herido. En esas imágenes inéditas hasta entonces, aparece por primera vez otra foto en la que el protagonista de "Falling Soldier" encabeza un grupo que, desde lo alto de una colina, festeja una supuesta victoria con la sonrisa dibujada en su rostro.
Cuatro años más tarde, se publica una entrevista al periodista británico O´Dowd Gallagher que le realizó Philip Knightley, donde detalla su encuentro con Capa en España y confirma una confesión del propio Capa: "Durante varios días no había habido mucha acción y Capa se quejó a los oficiales republicanos porque no podía tomar fotos. Al final, un oficial republicano le dijo que movilizaría un destacamento hasta unas trincheras cercanas para que simularan una serie de maniobras con el objetivo de que las fotografiaran".
Otro eslabón en la cadena de quienes sostienen la impostura de la foto fue aportado por el italiano Luca Pagni, quien publicó en su página web las últimas dos fotos superpuestas de distintos milicianos heridos en la secuencia de Capa y arribó a la conclusión que las dos fueron tomadas en el mismo espacio físico. Es decir, se trataba de un ensayo que, al parecer, salió mal en primera instancia y mejor en la segunda chance.
¿Cuáles son los ejes que sostienen la presunción sobre una puesta en escena? En primer lugar, se observa en la secuencia que el inicio de la foto es un festejo previo a un combate que, supuestamente, sigue en las siguientes imágenes. Segundo, sorprende la posición del fotógrafo en la foto del miliciano herido, ubicado casi en la misma línea de fuego y sin parecer muy preocupado por guarecerse. Tercero, la teatralidad de algunos gestos y la movilidad extrema del fotógrafo a lo largo de toda la secuencia. Cuarto, y quizás el más importante detalle, el dilema de la identidad del miliciano herido de muerte.
En su libro Retazos de una época de inquietudes, el ex miliciano de Alcoy Mario Brotons publica por primera vez el nombre del muerto en Cerro Muriano: Federico Borrell García, apodado "Taino"; caído en combate ese 5 de septiembre en horas de la tarde. Inmediatamente y sin pruebas más concluyentes, la agencia Magnum tomó el dato por cierto y lo aprovechó para intentar clausurar la discusión. Sin embargo, otros estudios sobre la polémica foto parecen confirmar, por la ubicación de la sombra del soldado, que la imagen está tomada por la mañana. El enfrentamiento con los franquistas fue en horas de la tarde, según consta en las crónicas de guerra.
También hubo quienes alzaron su voz para defender la autenticidad de la imagen del miliciano. Richard Whelan, admirador y biógrafo de Capa, arremete cada tanto contra los argumentos de quienes intentan invalidar la veracidad de la foto más famosa de Capa. Ya en 2002, y con la intención de clausurar toda polémica, Whelan recurrió a un ex editor fotográfico de The New York Times y Life, y también a un jefe de detectives de la sección Homicidios de la policía de Miami para que analizaran la instantánea en el Cerro Muriano y disiparan cualquier vestigio de montaje: "Tras un exhaustivo análisis el criminalista Robert Franks me dijo que era prácticamente imposible que fuera una escenificación; me dio un 98 por ciento de probabilidades de que no había ningún tipo de trucaje", escribió.
Lo cierto es que Whelan parece empeñado en combatir cualquier comentario crítico hacia el trabajo de Capa de forma concluyente. Pero la duda es inquietante... ¿Será posible que la foto más representativa de la Guerra Civil española, una de las más desgarradoras de la historia, sea preparada artificialmente con fines propagandísticos? ¿Quién gana y quién pierde, en términos de intereses económicos y de relevancia simbólica, con la polémica por la autenticidad de la imagen? ¿Es determinante comprobar hoy si Capa montó la escena o no?
Lo concreto es que la polémica fue aprovechada por algunas voces para intentar no sólo desvirtuar toda la trayectoria de un fenomenal reportero como Robert Capa, sino también para seguir con la batalla ideológica desde el franquismo muchos años después de terminada la guerra. El escritor Alex Kershaw, en su libro Sangre y champán, puntualiza que "no es de extrañar que uno se pregunte si hay algo de verdad en esa foto más allá de la representación de una muerte simbólica. Al fin y al cabo, Capa no era un reportero imparcial. Pasó por alto las atrocidades cometidas por los republicanos y no tardaría en documentar la escenificación de un ataque, así como en hacer de defensor ideológico de la causa comunista en España". Hay algo cierto en la postura del reaccionario Kershaw: Capa no era imparcial. Desde un principio, su voluntad y su talento estuvo del lado de los republicanos y su cámara fue un arma para denunciar los crímenes del franquismo. Y, más allá de cualquier polémica, todos los observadores coinciden en que es imposible determinar hoy con precisión qué sucedió ese día en el Cerro Muriano, ya que los dos protagonistas de la imagen murieron sin aportar información concreta sobre el tema.
Después de todo, otra vez el debate se reduce a esa fotografía inolvidable: en ese mismo pliegue del tiempo, estalla la paradoja. El miliciano recibe dos disparos: uno lo mata (el del enemigo), el otro lo hace inmortal (el del fotógrafo).
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº50-Julio 2006)
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