De vez en cuando (muy de vez en cuando), la gran prensa nacional baja la mirada por unos minutos y le pega un rápido vistazo a la dura realidad del sur de la provincia de Buenos Aires. Claro, para que este fenómeno extraordinario ocurra, deben sucederse una serie de condiciones básicas que despierten por un segundo su interés. Alguna vez, el presidente de la organización Reporteros sin Fronteras, Fernando Castelló, reconoció que para los grandes medios de comunicación de los países centrales "los pobres no interesan ni conmueven más que cuando se mueren o se mueven en masa".
Salvando las distancias y a menor escala, la sentencia de Castelló bien puede trasladarse a estas tierras por estos días. De modo que últimamente pudimos sorprendernos, gracias a la deferencia de la gran prensa nacional, con la realidad desconocida de algunos lugares del sur: escuchamos opiniones increíbles sobre El Jaguel, a raíz de la reacción de los vecinos contra la mafia policial; también cronistas dialogando con las víctimas del enésimo desborde del arroyo Las Piedras, que se llevó la vida de tres chiquitos en el barrio La Kolynos (que recibe ese nombre por la cercanía de la fábrica de dentífrico en Solano); tampoco se privaron de describir en detalle el llamado submundo que rodea al barrio Don Orione en Claypole, allí donde -supuestamente- se ocultaban los secuestradores de Diego Peralta, pista que generó que unos 2300 policías rastrillaran el lugar.
Una vez más, los ojos de la gran prensa se molestaron en mirar para abajo, para el sur, e intentaron comprender en segundos una realidad que jamás se preocuparon por analizar con seriedad. Revestidos en la clásica postura antropológica que asume el periodismo cuando describe sitios que desconoce, con la repetida mirada de aquel que viene de otro lado, que hace el viaje del centro a la periferia como una aventura inédita. De esta forma, a nadie llama la atención que se apresuren opiniones disparatadas, confirmando no sólo su completa ignorancia sobre el contexto donde se desarrollan los hechos; sino (y lo que es peor), ensayando caracterizaciones patéticas, siempre basadas en la generalización y en la visión parcial de un par de enviados especiales.
Así escuchamos a cronistas que resultan incapaces, por caso, de ubicar geográficamente un lugar como "El Jaguel" en el conurbano bonaerense, o incluso de mencionar al menos cuatro estaciones consecutivas del ferrocarril Roca.
Cuando largamos este difícil proyecto llamado Sudestada, no nos propusimos jamás reflejar solamente el costado cultural del sur de la provincia; pero sabíamos que, para consolidar un producto de calidad, debíamos partir de una serie de definiciones básicas: la primera de ellas era no repetir la fórmula que utiliza la gran prensa nacional (la misma que se encargó de ocultar pruebas vitales sobre la muerte de dos piqueteros en Avellaneda) para buscar allí donde todo les parece lo mismo, bajo el cristal de la suficiencia y la estupidez.
Desde nuestra pequeña publicación, desde el lugar geográfico que elegimos como punto de partida para nuestro trabajo, sabemos que la realidad del sur es diferente. Que El Jaguel no puede definirse tan sólo con un par de frases de impacto, que el barrio Don Orione está repleto de laburantes honestos y de gente que perdió su trabajo y hoy sigue penando, que los vecinos del arroyo Las Piedras ya tienen marcado en sus almanaques la fecha de las inundaciones de cada año y, sobre todo, que para pelear por cambiar las cosas no hace falta esperar las cámaras de ningún antropólogo ignorante con disfraz de periodista.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
Encontró el tango casi de casualidad, buscando. Y buscando se cruzó con la pasión de Goyeneche, con la poesía de ...