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En la calle

¿Dónde está Luciano Arruga?

El rostro ausente de Luciano Arruga interroga a la sociedad entera. Una causa colmada de irregularidades y una madre que exige que le devuelvan a su hijo. A dos años y nueve meses de su desaparición, todavía no hay imputados, y los oficiales sospechados continúan al servicio de la comunidad. Mientras, un Centro Cultural comenzará a funcionar en el lugar del destacamento donde estuvo detenido Luciano.

Tengo que terminar la secundaria primero y sé que voy a chocar con un montón de cosas que a mí no me van a gustar; pero es la carrera que yo voy a seguir y me voy a anotar: asistencia social", revela Mónica Alegre, en su casa en Lomas del Mirador. Ella, dice, no quiere un título para atornillarse a una silla, sino para estar al lado de los que lo necesitan, ver qué es lo que necesitan y pelear por ello. Agrega: "Hay que mojarse los pies, ensuciarse con barro. Cosa que muchos no hacen. Yo quiero el título, la manera de trabajar me la voy a poner yo".

Mónica conoce bien lo que significa ensuciarse con barro. Le han cerrado muchas puertas en la cara, y las personas que pudieron haberle ofrecido una respuesta no lo hicieron. Mónica ya no cree en los políticos, ni en la justicia ni en los grandes medios de comunicación.
Mónica es la mamá de Luciano Arruga, el joven de 16 años desaparecido el 31 de enero de 2009, en Lomas del Mirador, partido de La Matanza.

1. Mónica

Su voz surca cada rincón de aquella casa. Afuera, y de cara a la calle, el dibujo del rostro de Luciano cautiva la mirada de cualquier persona que camine por allí. A 2 años y 9 meses de su desaparición, ya es imposible eludir esa mirada.

O no. Puede que no sea imposible.

"El caso de Luciano no vende. No da rating, no tiene sangre. A nadie le importa y a nadie le conviene, porque sale de lo usual, porque Luciano no robaba: lo matan por no querer robar. Pero ¿quién le decía que robe? ¿Un ciruja? No, un señor policía. Ese señor que tiene que darnos seguridad, que nos tiene que respaldar, cuidar, proteger. Hay muchos pibes que roban para la policía. Y cuando los matan, nadie dice que robaba para la policía, porque a nadie le conviene destapar una olla con tanta mierda".

Inmediatamente, Mónica pone el ejemplo de Jonathan Kiki Lezcano, el joven de 17 años de Villa Lugano que fue asesinado por un agente de la Policía Federal en julio de 2009. También recuerda el video en el que puede verse al oficial burlándose de Jonathan, insultándolo mientras el chico se desangraba de un tiro en el cuello.
Luciano había tenido ofertas para delinquir en varias oportunidades. Él se negaba siempre. Una vez volvió a su casa muy asustado, porque un policía lo encañonó y le advirtió: "Quedate quieto, negrito, porque te vuelo el pecho de un escopetazo".

El 21 de setiembre de 2008, cuatro meses antes de su desaparición, Luciano había sido detenido bajo la figura legal de averiguación de antecedentes y llevado al destacamento policial de Lomas del Mirador. Lugar ubicado en Indart 106, a unas cuadras de la Comisaría 8ª, ex Centro Clandestino de Detención en la última dictadura, apodado el "Sheraton". Al día siguiente, la hermana de Luciano, Vanesa Orieta, se presentó en el destacamento junto con su madre. Cuando la vio, Luciano dijo: "Vanesa, sacame de acá que me están reventando a palos". Para apuntar: un joven de 15 años, menor de edad, detenido en un lugar donde no existen las instalaciones necesarias para encerrar personas y, como si fuera poco, otra ilegalidad más: apaleado. Cuatro meses después, Luciano desaparecería.

"El otro día les dije a unos pibes en una charla que ellos no tienen que hacer lo que hicimos nosotros, los de mi generación: ser malos alumnos -confiesa Mónica, con una sinceridad que congela el tiempo-. Pasamos por la época más fea de la Argentina: la dictadura. Esas noches feas, tristes; ese coche que para, esos perros que ladran, gritos, llantos, tiros, cosas que se rompen; silencio. Coche que se va, y al otro día nada. Era guerrillero o montonero. Nunca más se veía a esa gente. Y nosotros sabíamos, pero nadie hablaba, ¿entendés? Cobardes. Esa es la palabra: cobardes. Y no aprendimos nada. ¿Cómo puede ser que una persona desaparezca? No es una aguja, es una persona. Alguien tuvo que haberlo visto, pero ‘no te metas, no te importa, no es nada tuyo, callate. Vos estás bien, tu familia bien y, bueno, los demás que se jodan'. Seguimos haciendo lo mismo. Yo fui mala alumna porque tenía a mi hijo y a mi hija bien, y los demás no me importaban. Y Luciano se enojaba conmigo".

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 104 - noviembre 2011)

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Autor

Lucas Pedulla