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Crónicas viajeras

Viaje al corazón de un pueblo hecho de harina

Caminar por Pisac, adentrarse en la historia del Valle Sagrado, es animarse a una aventura entre paisajes encantados y ruinas arqueológicas. Es, también, abrir los ojos a las leyendas que siguen, desde hace siglos, dejando su huella en tierra incaica.

Pisac, Perú.

La frase "danos hoy el pan de cada día" nunca fue tan acertada como en Pisac, el poblado de raíces incaicas ubicado en medio del Valle Sagrado del Perú, que es visitado por miles de turistas y viajeros al año, y que no supera los cinco mil habitantes. Se trata de una localidad que parece como salida de un relato de Gabriel García Márquez o de Juan Rulfo, reconocida en todo el país por su pan casero, que es horneado en cada casa y que se ofrece -hasta el cansancio- a los turistas que pasan por el poblado.

Pisac resulta una parada necesaria en el camino rumbo a los centros arqueológicos del Cusco, rumbo a la historia más rica de América Latina. Así como lo fue hace más de cien años, hoy sigue mostrándose vigente, inevitable para los viajeros que llegan desde todo los puntos del país.

Su riqueza cultural es inagotable, se encuentra al este de la cordillera Vilcabamba (a 2972 metros sobre el nivel del mar), y su trazado original fue hecho sobre la base de la forma de una perdiz (que es el significado quechua de Pisaq) y que resultaba el método con el que el pueblo inca acostumbraba a planificar sus ciudades.

Sus casas, sus colores, sus sabores, ofrecen paisajes encantados, donde se mezcla la arquitectura colonial con las raíces pre-colombinas, sobre las cuales el virrey Francisco de Toledo ordenó edificar esta población.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº77)

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Autor

Satiago Solans y Belén Brandán