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Dossier

¿Por qué Stalin derrotó a Trotsky? 2ª parte

Del ascenso de Stalin en la dirección bolchevique a las críticas de Lenin contra la burocracia. Del frustrado bloque Lenin-Trotsky al determinante XII Congreso del Partido. Segunda parte de la crónica que tiene a la revolución rusa como protagonista. Opinan Alan Woods y Gabriel García Higueras.

"La lucha política, en esencia, es la lucha

de fuerzas e intereses, no de argumentos"

León Trotsky, La revolución traicionada, 1937.


Nadie percibió el gesto mínimo. La reunión del Consejo de Comisarios del Pueblo se cerraba y los presentes acomodaban papeles, corregían las últimas anotaciones o salían de la sala de inmediato, a comunicar órdenes. Lenin se demoró un segundo más que sus camaradas ante la mesa. Su rostro palideció, pero pudo ponerse de pie y, a duras penas, caminar. Una puntada en la cabeza lo hizo tambalear, hasta que su mano encontró el reparo oportuno de la columna. Allí se detuvo unos segundos, con los ojos cerrados, a la espera del desenlace. Apenas duró un momento. Las piernas fueron recobrando fuerzas y los brazos, la coordinación perdida. El mareo se disipó de sus ojos como un sueño pesado. Ya no necesitó la columna para mantenerse en pie. Caminó lentamente, buscando la salida. Deambuló por un gélido pasillo del Kremlin, a mediodía. Estaba solo.

"Al terminar las sesiones del Buró Político, Lenin producía la impresión de un hombre terriblemente fatigado. Todos los músculos de la cara se le paralizaban, el brillo de la mirada se apagaba, y hasta aquella poderosa frente se quedaba un poco marchita y los hombres le caían pesadamente", explicaba Trotsky sobre el estado de Lenin, días después de su regreso al trabajo cotidiano, tras el primer ataque padecido a principios de 1922. Durante su ausencia, Lenin había sabido alternar la rehabilitación de su delicada salud con la lectura de las novedades del joven Estado soviético. Cuando por fin consiguió la autorización médica para retornar al Kremlin, lo hizo con la misma dinámica de siempre, exponiéndose a nuevas recaídas por el ritmo frenético que lo consumía al frente del gobierno. Pero cuando volvió, notó que las cosas habían cambiado. La maquinaria estatal se había expandido de forma monstruosa; los tentáculos burocráticos rozaban ahora cualquier decisión hasta modificar el curso diario de las actividades. Aquella imagen preocupante de un aparato identificado con la dilación, el papeleo y la intriga se potenciaba hasta alcanzar magnitudes imprevistas. "Si nos fijamos en la inmensa máquina burocrática, esa multitud, debemos preguntarnos: ¿Quién está dirigiendo a quién? Yo dudo mucho que se pueda decir sinceramente que los comunistas están dirigiendo a esa multitud. A decir verdad, no están dirigiendo; están siendo dirigidos", afirmó. Desde ese momento, la lucha contra ese desarrollo parasitario de raíz burguesa en las entrañas del Estado sería una de sus últimas y más feroces batallas. En cada discurso, documento o artículo, Lenin volvería sobre el tema, no ya para advertir riesgos, sino para confirmar la degradación: "El aparato del Estado que denominamos nuestro nos es todavía, de hecho, bastante ajeno; es una mezcolanza burguesa y zarista y durante los últimos cinco años no ha habido ninguna posibilidad de librarse de ella...". La expansión del aparato significaba para Lenin el peligro real de que la misma burocracia (aún anónima, impersonal, solapada) alterara la dirección del gobierno: "Echamos a los viejos burócratas, pero han vuelto... Llevan una cinta roja en sus ojales sin botones y se arrastran por los rincones calientes. ¿Qué hacemos con ellos? Tenemos que combatir a esta escoria una y otra vez, y si la escoria vuelve arrastrándose, tenemos que limpiarla una y otra vez, perseguirla, mantenerla bajo la supervisión de obreros y campesinos".

La preocupación no era nueva en Lenin. Ya en 1920, había corregido a Trotsky cuando éste había definido al soviético como un "Estado proletario", para añadir: "Estado proletario sí, pero con deformaciones burocráticas". Un año antes, como un intento para extirpar el cáncer, había impulsado el Comisariado Popular de Inspección de Obreros y Campesinos (Rabkrin, por sus siglas en ruso). Su objetivo era concreto: "depurar" al Estado de cualquier desviación burocrática. Para dirigir el estratégico Rabkrin, Lenin no vacilaría en proponer a Stalin. "Es una empresa gigantesca... Es necesario poner al frente a un hombre de autoridad; de otro modo, nos hundiremos en el fango, nos ahogaremos en minúsculas intrigas. Creo que ni el mismo Preobrazhensky podría proponer otra candidatura que la del camarada Stalin". Nada más lejano de los deseos de Lenin que el destino del Rabkrin en manos de Stalin: en poco tiempo, la Inspección se transformaría en la base de acción de una nueva casta ("soldada por los lazos de honor de los ladrones", según Trotsky), unificada en defensa de sus intereses y cada vez más leal con el hombre que determinaba ascensos y destituciones en la estructura partidaria. "A medida que fue aumentando la vida burocrática, ésta engendró una creciente necesidad de bienestar. Stalin cabalgaba a la cabeza de este espontáneo movimiento hacia la comodidad humana", explicaba Trotsky. No se trataba de un fenómeno del todo extraño, sino de una consecuencia natural del aislamiento de la revolución y la devastación generada por la guerra civil, que afectaba no sólo a un exhausto movimiento obrero sino también a los propios bolcheviques.

Un par de años más tarde, el Rabkrin desnudaba sus verdaderas intenciones, al menos a los ojos de Trotsky, quien lo denominó "una fábrica de intrigas" y lo consideró "un fracaso" como instrumento para sanear la máquina estatal. Lenin se apresuró en salir al cruce de las críticas que recaían sobre Stalin, flamante secretario general, en mayo de 1922: "El camarada Trotsky está radicalmente equivocado respecto al Rabkrin... Es imposible seguir adelante sin el Rabkrin". Si Lenin guardaba dudas con respecto a ciertas actitudes de Stalin como organizador del Partido, no las habría de exponer hasta bastante después. Para Trotsky, en todo caso, "quizá también Lenin, como muchos otros, no advirtió a tiempo adecuadamente el peligro como era necesario".

Más adelante, la opinión de Lenin respecto del Rabkrin y del secretario general viraría por completo.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº74)

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Autor

Hugo Montero