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Jazzeadas

Chet Baker: Triste y melancólico

Entre esas palabras y el silencio, prefirió el silencio. Siempre la ausencia de la voz lo llevaba a un mundo oculto, atrapado, interior. Esa noche pudo elegir. Palabras o silencio. Silencio o palabras. Palabras o silencio. Y eligió silencio.Y al rato eligió música. Eligió jazz, porque el jazz recorre el cuerpo. El jazz es la única música que se mete entre los poros de la piel sin invadirla. El jazz produce cosquillas, electricidad, asfixia. Por eso, alejado de las palabras, fue hasta la mesa y escogió un disco de Chet Baker.

Pensó en esos dientes rotos a trompadas, a fierrazos. Pensó en que Chet Baker estaba de su lado. Pensó en Chet Baker sin dientes, sin hablar. Pensó en Chet Baker con su trompeta solamente, soplando sin poder morder el viento que salía de sus pulmones. Chet Baker. Hasta dónde llegar con ese montón de silencio junto. Hasta dónde con tanta música en el ambiente.

Una casa sin teléfono. Un mundo sin puertas. Un destino sin timbres. Un hoy sin un ruido. Un hoy repleto de música. Bronces llorando. Cuerdas silbando. Parches rodando. Voces caminando.

Chet Baker. Los ojos rojos, miedosos, desesperados por el sueño, por el alcohol y por la cocaína. Las palabras no están. Está el silencio. Está la música. Está Chet Baker sin dientes, llorando con la trompeta. Llorando solo. Chet Baker atrapado en su trompeta, sin poder salir, con miedo a salir, con miedo al ruido, a las palabras que no podrá decir, a las mujeres que no verán su sonrisa.

Ahora va del sillón al piso. Al piso duro, inconforme. Para que el jazz se transforme en electricidad pura, monstruosa, azul, es necesario dejar el cuerpo en el piso. Por eso, ahora está ahí, el cuerpo sin ruidos, sin palabras, sólo con el susurro infinito, lejanísimo, del disco girando, del disco desarmándose para ofrecer música. Para ofrecer compañía. Para dar. Solamente para dar silencio. O música. O jazz.

El piso contiene. Desparrama. La electricidad lo envuelve, lo hace levitar, aunque el ojo normal, humano, no lo pueda notar. La electricidad levanta al piso de su lugar, lo hace volar, lo hace girar. Y cuando la electricidad del jazz aturde, el piso, se pierde en un remolino. Ahí están los dientes rotos, astillados de Chet Baker. Ahí están girando. Llenos de sangre. Cubiertos de despedidas. Intoxicados de llanto...

(La nota completa en la edición Nº69 de Sudestada - Junio 2008)

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Autor

Christian Grecco