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Maurice Bishop

La Revolución más pequeña del mundo

Arrasaron con todo. Prepotentes y crueles, no dejaron vestigio de una revolución extraordinaria. Esa era su misión. Aplastar un país pequeño...

1. Arrasaron con todo. Prepotentes y crueles, no dejaron vestigio de una revolución extraordinaria. Esa era su misión. Aplastar un país pequeño, para destruir un símbolo gigante. Pero llegaron tarde. No porque ese símbolo ya no estuviera en la isla. Llegaron tarde porque su historia, entonces, ya era semilla. El 25 de octubre de 1983, siete mil soldados invadieron a sangre y fuego un paisito caribeño ubicado entre Trinidad y Tobago y Venezuela, con apenas 344 kilómetros cuadrados de superficie (una cuarta parte de Montevideo) y menos de 100 mil habitantes. Fue el derroche de armamento y la desproporción militar más absurda. Se enfrentaban a un ejército que contaba con 800 soldados hasta la muerte de su Líder, pero que sufrió la deserción de al menos la mitad cuando llegaron los marines.

El gobierno de Ronald Reagan ignoró cualquier salida diplomática y ejecutó una operación que había proyectado un par de años antes: el objetivo era enterrar para siempre el trauma de Vietnam y el fracaso en Bahía de Cochinos con una maniobra inconcebible para un objetivo tan pequeño. Las excusas para lanzar la operación "Furia Urgente" eran tan ridículas como funcionales: la presunta existencia de silos donde se construían secretamente cohetes (que, claro, jamás aparecieron), la seguridad de 600 estudiantes estadounidenses que asistían a la Facultad de Medicina (que, a decir verdad, nunca estuvo en riesgo) y, principalmente, la construcción de un aeropuerto en Punta Salinas, tarea encarada por albañiles y técnicos cubanos en el marco de un acuerdo estratégico con el propósito de darle un empujón al turismo. Para Reagan, esa pista de aterrizaje confirmaba que Granada iba a ser utilizada como base militar del comunismo soviético.
Los únicos que resistieron a la invasión fueron, justamente, esos obreros cubanos. Equipados con artillería antiaérea (con la que derribaron a tres helicópteros) y armados con fusiles entregados por el gobierno granadino meses antes, respondieron a la agresión de los marines en inferioridad absoluta, hasta que debieron huir hacia las colinas, no sin antes perder a 25 compatriotas en el desigual combate que hoy los cubanos evocan con el nombre de "la guerra de los albañiles".

El pueblo recibió con resignación al invasor. Algunos, incluso, aplaudieron su desfile criminal. Pero en los rincones del archipiélago, algunas voces murmuraban: "Esto con Bishop no hubiera pasado".

En la actualidad, la población de Granada vive sepultada en la pobreza. Sus jóvenes sueñan con emigrar a Estados Unidos, Inglaterra o Canadá. Dos huracanes azotaron a su geografía en la década pasada y derribaron el 90 % de los árboles de nuez moscada, su principal producto de exportación. Mientras tanto, el gobierno desviaba en su beneficio los fondos solidarios que llegaban de la comunidad internacional. El mismo gobierno, títere de Estados Unidos, vendió los cañaverales a empresas de bienes raíces por un precio bajísimo de mercado: allí se construyeron fastuosos centros hoteleros que, claro está, nunca disfrutan los granadinos.
Intentaron destruir un símbolo, un ejemplo. Pero llegaron tarde. Bishop ya no estaba, lo habían matado los dogmáticos del formulario, los stalinistas locales, los burócratas que observaban con temor al pueblo movilizado. Tampoco estaba en pie su bellísima revolución. Su socialismo de sonrisas en los pibes y urgencias patrióticas. Incendiaron aquella isla. Pero Maurice Bishop ya germinaba en Granada.


La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº113-Octubre 2012

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Autor

Hugo Montero