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Un joven desaparecido en Choele Choel

¿Dónde está Daniel Solano?

Un pibe joven, un laburante llamado Daniel Solano, llegó desde su Tartagal natal a Río Negro para trabajar en la cosecha de manzanas. Allí padeció desde adentro la explotación extrema, la discriminación, las condiciones de hacinamiento, las política de las grandes empresas fruteras que no se cansan de estafar a los trabajadores golondrinas. Pero Daniel sí se cansó, protestó, habló con sus compañeros, intentó organizar el reclamo. Le tendieron una trampa, se lo llevaron una noche y nunca más apareció. Un complejo entramado compuesto por compañías sin escrúpulos, empresarios de la noche, fuerzas policiales de élite y jueces a sueldo, es la punta del ovillo de una desaparición más en democracia. Su familia quiere justicia. En Río Negro, todo sigue como si nada hubiese pasado: los miserables con su uniforme, los trabajadores en la cosecha, los empresarios contanto billetes. Pero falta Daniel.

Pareciera que la historia resulta circular, que se repite en tiempos y espacios similares. Y si es circular, si se permite volver a suceder, no es por un destino inexorable de círculos concéntricos, sino porque los perpetuadores del poder, las fuerzas de choque estatales aliadas con el empresariado y la explotación laboral siguen tan vigentes y tan impunes como hace siglos.

Por esas circularidades, esas perpetuaciones, Daniel Solano, un indígena perteneciente a la comunidad Misión Cherenta, de Tartagal, Salta, recorrió 2.300 kilómetros en plan de trabajo y fue secuestrado y desaparecido a manos de la fuerza represora del Estado, muy cerca del monumento a Roca que se erige entre las localidades de Choele Choel y Darwin, en la Patagonia argentina. Ahí, sí, en manos de las fuerzas herederas de los que llevaron adelante la "Campaña del Desierto". Ahí, bajo la mirada del que todavía se venera en un monumento inmenso y en el billete de mayor valor de nuestra moneda.

Daniel Solano está desaparecido desde el 5 de noviembre del año pasado, cuando fue sacado por la policía de Macuba, el boliche de Choele Choel, a las tres de la mañana. Entramados de complicidades entre las empresas frutícolas que explotan el trabajo golondrina, empresarios de la noche, fuerzas policiales de élite y jueces que hacen la vista gorda tiene la historia de Daniel. Y también, la de un pibe de 26 años que reclamó por un sueldo pagado a medias, que viajó en búsqueda de un trabajo digno y que intentó ser solidario hasta el final...

La manzana prohibida

Era la tercera vez que Daniel se subía al colectivo para viajar hacia Río Negro a la temporada de raleo y cosecha de manzanas.

En Tartagal significaba un acontecimiento ir a despedir a los que partían por cuatro meses hacia la lejana Patagonia.

Había que completar el micro con sesenta trabajadores. El puntero de la zona (algo así como un caporal) fue el encargado de hacer el reclutamiento para Agrocosecha SRL (una empresa que falsamente se hace llamar "cooperativa"), que a su vez terceriza el servicio para la multinacional Univeg Expofrut SA, ubicada en Lamarque, hacia donde iban a llegar en unos días los salteños.

Además de la esperanza de un empleo estable por un tiempo, los trabajadores partieron cargando su colchón y sus sábanas: los esperan cuatro meses en unos galpones llamados "gamelas", con capacidad para apiñar a 200 personas en camas cuchetas, pegadas unas a otras, con un pequeño lugar de duchas y tres inodoros. Allí llegan cada año 400 trabajadores golondrina de comunidades indígenas de Salta y de barrios humildes de Tucumán y de Santiago del Estero.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 110 - julio 2012)

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Nadia Fink