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Simón Radowitzky

Un mito anarquista

Fue el vindicador anarquista de la sangre obrera derramada por Ramón Falcón durante la Semana Roja. Pasó dos décadas preso en el infierno del Penal de Ushuaia, la Siberia argentina. Uruguay, España y México fueron sus destinos en los años de libertad de un luchador que jamás renunció a sus ideas.

1. No hay caso. A la nostalgia no hay con qué darle. Eso que intenta olvidar desde el primer día, desde el primer amanecer que presenció con los ojos húmedos en el puerto de Veracruz. Pero no hay caso. Cada mañana desde su llegada a México, extraña el sabor despabilante de un mate caliente. Cuando camina rumbo a la fábrica. Cuando escucha las discusiones de los compañeros. Cuando vuelve a casa. Cuando la noche aparece y con ella los dolores en las piernas, la tos con sangre, los calambres en el cuerpo gastado. Contra la nostalgia no hay receta, lo sabe Raúl Gómez Saavedra. Ni siquiera ese nombre, esa identidad prestada de apuro para conseguir la nacionalidad mexicana, alcanza para dejar atrás el rigor de la memoria. No. Raúl Gómez Saavedra pierde cada mañana el duelo contra sus recuerdos. Y allí, en la soledad de su pieza pequeña, vuelve a saberse Simón Radowitzky. No el joven aquel, protagonista del atentado más notorio del siglo en un lejano país llamado Argentina. No el curtido presidiario nº 155 que aprendió en Ushuaia que hay algo peor que la muerte. No el soñador intransigente que nunca se resignó a que escapar de allí era imposible, que nunca supo contener la furia de la esperanza cuando le quemaba las entrañas. No el hombre que imaginó mil veces su vida fuera de aquellos muros lúgubres. No. Ahora es un viejo cansado, aquejado por mil dolencias, que negocia con su artritis para trabajar como puede en una fábrica de juguetes, que regresa cada tarde a su piecita, una construcción improvisada en la terraza de una casa ajena.

Quince años en México y ni un solo día pudo derrotar a la nostalgia. Ese amanecer rojizo, la ventana abierta, la melodía del mar dándose la cabeza contra los acantilados, el murmullo de los compañeros, el olor a tinta de la prensa libertaria en el mimeógrafo, todo conspira contra Raúl Gómez Saavedra. Todo despierta del letargo a Simón Radowitzky, al silencioso camarada, al viejo respetado y escuchado por los jóvenes, al vindicador de la sangre obrera, al brazo justiciero del pueblo contra el tirano Falcón, al mártir de Ushuaia, al miliciano que se enfrenta contra el fascismo fusil en mano, al derrotado republicano que escapa del franquismo y se exilia en el México hospitalario a curar heridas incurables.

Radowitzky cierra los ojos, imagina un mate espumoso entre sus manos trémulas, y deja que los recuerdos hagan, otra vez, su trabajo.

2. Para cuando la ausencia del reo en su celda fue advertida por un guardia de la penitenciaría a las 9.22 de la mañana, el recluso nº 155 ya respiraba sus primeras horas de libertad. Poco antes de las 7, varios celadores podían jurar haberlo visto salir de su pabellón y formarse junto al resto de los 62 prisioneros derivados al sector Talleres, frente al Centro de Observaciones. Al menos un oficial del servicio garantizó su presencia cuando se pasó lista antes de trasladar a un grupo a la zona del aserradero, donde rompieron filas. Nadie pudo advertir cómo el preso nº 155 se escabullía en una pausa rumbo al baño, donde al parecer cambió sus ropas de presidiario (camisa y pantalón a rayas azules y amarillas horizontales) por el uniforme de un guardia, que nadie sabía cómo había conseguido. Algún atento uniformado dedicado a la pesquisa pudo conjeturar que el reo había esperado allí el tiempo necesario para tomar coraje y salir en busca de la libertad. Nadie podía terminar de creerlo: el indomable penal de Ushuaia había sido vulnerado por un solo hombre. El infierno sobre el cual todas las autoridades argentinas se jactaban de haber diseñado a prueba de fugas era vencido por la audacia de un convicto tuberculoso y mal alimentado.

(La nota completa en la edición Sudestada de colección # 5 Los últimos anarquistas)

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Autor

Walter Marini y Hugo Montero