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Dossier

MTP. De Nicaragua a La Tablada (3ª parte)

Última entrega de esta serie de artículos sobre la historia del Movimiento Todos por la Patria. La rendición de los compañeros en la mañana del 24 de enero, la desaparición de dos de ellos del grupo de detenidos, las discusiones previas a tomar la decisión de copar el cuartel y los segundos antes de llegar a La Tablada. El final de una historia no exenta de audacia, coraje y controversia, en un intento por aportar a la construcción (todavía pendiente) de una síntesis de la experiencia del MTP y de su epílogo trágico. Opinan Joaquín Ramos y Dora Molina. por Hugo Montero

Amanece en La Tablada. Un par de helicópteros sobrevuela la zona. Las tanquetas del ejército se desplazan en busca de una mejor posición. Por fin, termina la noche más larga para ese puñado de militantes del MTP que aguarda la respuesta de los militares a su propuesta de rendición. Desde una de las ventanas del primer piso del Casino de Suboficiales, Pancho Provenzano fue quien se encargó de exhibir un trapo blanco como señal mientras ahora, a los gritos, exige hablar con el responsable del operativo para definir los pasos a seguir. "Prepárense", les dice a los compañeros, heridos, agotados, cuando escucha que su reclamo de garantías es aceptado por el ejército. De inmediato, acuerdan con los conscriptos salir todos juntos, como medida de precaución, y van a la planta baja con las manos en alto. Un grupo se entrega por la puerta delantera del Casino; el otro lo hace saliendo por la parte de atrás. Pancho es el último de la fila del segundo grupo.

No era extraño que fuera Pancho quien asumiera la responsabilidad de la negociación en esa instancia límite. No sólo era uno de los integrantes del secretariado nacional; también desde la fundación del MTP, había sido quien mejor comprendió la necesidad de expandir una política de alianzas amplia, paciente y unitaria con fuerzas partidarias del abanico progresista en Argentina. Sectores del peronismo, del Partido Intransigente y del radicalismo se reunieron con Provenzano, con suerte dispar, para analizar la situación e intentar llegar a puntos de acuerdo con vistas a generar un polo de resistencia contra el autoritarismo. Quizá el origen radical de su familia le había permitido absorber un singular tacto para el manejo de las relaciones políticas. Su padre había sido subsecretario de Salud Pública durante la administración Illia, y en su casa se ubicó durante muchos años un comité de la UCR. Egresado del colegio Nacional Buenos Aires (donde conoció a Claudia Lareau, su compañera de toda la vida y madre de su hija, Irene), Pancho había resignado el tiempo que le dedicaba al rugby en Central Buenos Aires y el proyecto de estudiar Medicina para incorporarse al PRT-ERP junto a su hermano Julio1. En el PRT, fue responsable político de la zona Norte, que comprendía las localidades de Tigre, Victoria y Carupá y cubría fábricas como la Ford de Pacheco, donde era habitual encontrarlo distribuyendo el periódico Estrella Roja entre los operarios. "Un castaño de ojos muy claros, cuello de toro y mucha voluntad para el trabajo político con la gente", señala Eduardo Anguita, compañero de colegio, de club, de Partido y después de presidio, en La Voluntad. Lo detuvieron en enero de 1976, todavía con Isabel Perón en el gobierno, durante un tiroteo con el que mantuvo a raya a una banda parapolicial hasta tanto pudo escapar una compañera herida.

En la cárcel, mantuvo una permanente correspondencia con su familia, en la que dejó en claro su optimismo de siempre, su pasión por la lectura, su talento para el ajedrez y una ironía que mantuvo aun en los momentos de mayor dificultad. En una de esas cartas, da cuenta de las diferencias políticas que lo separan de su padre ("La carta de papá, como el mismo dice, es un claro exponente del pensamiento democrático liberal burgués", escribe) y comenta las discusiones que generan entre sus compañeros de presidio: "Querido papá, tus cartas son leídas y discutidas por muchos presos y se arman lindas polémicas de cómo mejor rebatirlas. Yo tampoco estoy muy de acuerdo con lo que decís... Lo que hay que hacer es definir de qué lado uno está. Ya queda muy poco margen para la tercera posición. A ustedes lo que les conviene es ponerse de mi lado. Aquí está el futuro y siempre es mejor estar en buenas relaciones con los futuros vencedores. (Esto último es una broma, no se enojen)". En la posdata de la misma carta, fechada el 25 de febrero de 1976, vuelve a la carga contra una metáfora elegida por su padre: "Por favor, no me compares con los mosquitos que dan vueltas siempre alrededor del mismo farol. ¡Me hacés quedar mal con los muchachos!".

Salió en libertad en 1982, y respiró por primera vez el aire de un renacer democrático que parecía capaz de barrer con la oscuridad de tantos años de represión. Lo primero que hizo en la calle fue buscar trabajo y aprender un oficio: el de plomero. Se sumó a una cooperativa de ex presos políticos y retomó su relación con Claudia, que había logrado exiliarse en Europa y siguió, tiempo después, al grupo de Gorriarán durante su aventura nicaraguense. Por su trabajo militante, Claudia alcanzó el grado de capitán otorgado por el sandinismo y formó parte de la pequeña célula argentina que ejecutó al dictador Somoza en Paraguay, en 1980. "Era una persona sumamente serena en las situaciones críticas y muy valiente; sabía actuar con suma naturalidad", describe Gorriarán a Claudia, acerca de su rol en la parte logística de esa operación. Más adelante, agrega: "Resaltaba por su espíritu solidario pleno y es para nosotros un ejemplo a imitar".

A Buenos Aires viajó Ana María Sívori para intentar convencer a Pancho (y también a otros compañeros que iban saliendo de las cárceles de la dictadura, como Rubén Álvarez y Roberto Felicetti) de sumarse al nuevo proyecto político que Gorriarán y los suyos intentaban impulsar desde Managua. Después de alguna reticencia en un primer momento ("Yo primero tengo que trabajar, no puedo militar ahora", le dijo, intentando recuperar el tiempo perdido después de seis años de prisión), Pancho aceptó sumarse. "Tuve un año durísimo -escribe en una carta a un amigo, el 27 de diciembre de 1986-. Esto del Movimiento Todos por la Patria ha sido un acierto pero es necesario muchísimo trabajo. La situación política y social está rejodida y cualquier propuesta nueva se encuentra con muchas dificultades para vencer". En el marco de una estructura amplia y progresista, no hubo otro cuadro con mayores condiciones de flexibilidad e inteligencia para asumir el arduo trabajo de establecer alianzas: "Era un político nato, con un ímpetu, una audacia... Fue el compañero con mayor capacidad para la política de alianzas que tuvimos, con una visión estratégica no para un movimiento chiquito, sino a lo grande", recuerda Sívori, quien además destaca la "gran afinidad" que existía entre Pancho y el Pelado. "Decir Pancho y decir Gorriarán es imaginar una comunión de línea, criterios y acción política. Enrique delegaba en Pancho todas las relaciones políticas y de superestructura".

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 97 - abril 2011)

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