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Editorial

Un viento presente

Lejos de una elección superficial o intrascendente, la decisión de la primera tapa de la historia de Sudestada representaba entonces algo más que un dilema periodístico. Había que elegir, y hacerlo muy bien. Había que optar por una referencia simbólica, por una persona que generara entre nosotros, los integrantes de una revista aún en formación, un claro sentido de pertenencia. Una identificación profunda desde lo literario y desde lo político, una guía desde la sensibilidad de una obra, un punto de partida desde donde aferrarnos y comenzar a trazar nuestro propio camino, allá por agosto de 2001.

No había otra tapa posible, para aquella Sudestada número uno, que Julio Cortázar.

El tema elegido para esa nota fue la última visita del autor de Rayuela a Buenos Aires en diciembre de 1983, un par de meses antes de su muerte. Había sido su despedida, pero pocos se dieron cuenta. No hubo homenajes ni largas conferencias. Tampoco fue recibido por el recién asumido presidente democrático después de la más oscura dictadura (aquella famosa anécdota sobre el encuentro de Raúl Alfonsín con intelectuales al que no fue invitado Julio, símbolo también de una cobardía que teñiría toda la gestión posterior del dirigente de la UCR). Fue, apenas, el cariño de la gente en un encuentro casual por calle Corrientes, los abrazos de los amigos de siempre, el aplauso sentido de los espectadores en el Margarita Xirgú...

Era, a la vez, la historia del adiós silencioso de un pueblo a un gran artista, y nos permitía a nosotros comenzar a dibujar torpemente los trazos invisibles que se repetirían en cada edición de Sudestada desde entonces: la historia de un olvido mal curado, los laberintos de un pasado que regresa como un estigma, las voces que el tiempo sepultó con toneladas de diarios y revistas que ya no se ocupan de ellas; una deuda pendiente, una entrañable sensación, siempre repetida, de estar escribiendo un pedacito de vida de un compañero, de un amigo.

Eso era Julio Cortázar en ese agosto de 2001, pura presencia, uno más en la redacción de Sudestada, una voz en las reuniones, un impulso en el trabajo. Por eso, y más allá de sus apariciones repetidas en la revista, el fantasma del cronopio sigue sobrevolando por estos días nuestra redacción, nos vigila y nos alerta, nos exige y nos estimula.

La idea que generó esta primera edición extra de colección es la de recuperar algunos de aquellos artículos ya publicados en estos ocho años y pico de trabajo, la mayoría inconseguibles por la atracción que generó siempre Julio entre nuestros lectores, quienes agotaron con el tiempo cada edición que lo tuvo a él como potagonista. Por eso esta propuesta de volver a leer viejas notas, pero también sumando material nuevo: un análisis a la edición reciente de sus Papeles inesperados, un repaso por sus últimas entrevistas en Buenos Aires, una mirada apasionada a cincuenta años de la aparición de "El perseguidor", con los dibujos de dos geniales artistas: Hermenegildo Sábat y José Muñoz.

Una y mil veces escuchamos repetir el aburrido dilema sobre la "independencia" de los medios de comunicación alternativos. Pues bien, admitámoslo de una vez por todas: no hay revista más "dependiente" que Sudestada. Somos absolutamente dependientes de esas historias ajenas que se nos hacen presente a cada rato. Dependientes también de las broncas y las alegrías de tipos que jamás conocimos, pero que sentimos como los más cercanos amigos.

Hay una frase que nos atraviesa desde entonces. Apenas un puñado de palabras que encontramos en el libro La vuelta al día en ochenta mundos. Una frase de Julio que sigue diciendo cosas todavía... "Hay que ser desmesuradamente revolucionario en la creación y quizá pagar el precio de esta desmesura. Sé que vale la pena".

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.