Buscar

Nota de tapa

Una bala para Durruti

El enigma de la muerte del líder anarquista dispara siete conjeturas y ninguna certidumbre. Su muerte en Madrid significó el final para un hombre que vivió clandestino, perseguido y en el exilio. Pero también significó la clausura del proyecto libertario de revolución. Fragmentos de un tiempo marcado por hombres decididos, fantasmas traidores y caminos errados.

1. Madrid era, desde meses atrás, humo y ceniza. En particular, la Ciudad Universitaria, que había sido escenario de las más encarnizadas batallas entre soldados de la República y los moros que respondían a la autoridad de Franco. A las cuatro de la tarde del 19 de noviembre, un Packard negro detuvo su marcha a poco de ingresar al Pabellón de Odontología, frente al Hospital Clínico. Algunos minutos antes, un mensajero del frente había llegado al cuartel general de la calle Miguel Ángel 27. No eran buenas las noticias que escuchó Buenaventura Durruti, "delegado general" de la columna de la CNT-FAI, que había arribado a la capital apenas seis días antes, con el objeto de reforzar la resistencia en un punto estratégico que podía determinar el futuro de la guerra. Durruti demoró segundos en ponerse en marcha hacia la zona que había sido, un día antes, disputada metro a metro por sublevados y leales. Alguien había ordenado una retirada. Alguien que no era Durruti.

El Packard acortó distancias hasta la Ciudad Universitaria. El chofer conduce como puede, entre órdenes de un irritado Durruti y escombros que dificultan su paso. Poco antes de llegar a destino, el auto se detiene. Durruti y dos de sus acompañantes descienden y caminan unos pasos hasta la posición de un puñado de milicianos, que descansan en pleno frente de batalla. Los disparos de los francotiradores se oyen cercanos, rebotando contra los derruidos edificios. Los milicianos soportaron, en silencio, el aluvión de recriminaciones de aquel hombre que era símbolo de las fuerzas anarcosindicales. Habían cometido el error de toparse, ociosos, con el hombre menos indicado, en la peor de las situaciones posibles. Los milicianos bajaron la cabeza, luego de intentar excusarse de alguna forma, antes de comenzar a retirarse del lugar. Durruti y sus hombres volvieron al Packard, dispuestos a continuar con la recorrida.

Entonces sonó un disparo, y cayó un hombre. Era Durruti.

2. Les decían "Los tres mosqueteros". En la foto que les tomaron en la redacción del diario parisino Le Libertarie, a horas de su salida de prisión luego de 13 meses en cautiverio, están otra vez los tres juntos. Lucen demacrados, con las marcas en sus rostros de la huelga de hambre previa a su salida, pero algo de aquella mirada audaz con la que posan ante el fotógrafo contagia entusiasmo.

Algo, en esa imagen, marca un punto de partida para esos hombres que, antes de compartir años de clandestinidad, exilio y prisiones, antes de cruzarse en las sombras de las barricadas, en los bancos asaltados y en las bombas lanzadas; se habían encontrado en huelgas y manifestaciones de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Afianzada desde 1910 en Andalucía y Cataluña, la CNT anarquista (menos una central sindical clásica que una organización de masas organizada para un objetivo: la revolución) llegó a contar en 1936 con un millón de afiliados (y un solo militante rentado) y con un periódico, Solidaridad Obrera, que tiraba 50 mil ejemplares.

Durruti, en el centro de la foto, firme y despeinado, había nacido en León, el 14 de julio de 1896. Antes de transformarse en la encarnación del demonio para la burguesía y en el ángel vengador de los pobres, trabajó en talleres ferroviarios como mecánico y en el montaje de lavaderos de carbón. A su derecha, Franciso Ascaso, de profesión camarero, quien se caracterizaba por un permanente buen humor y por su baja estatura, que le daba a su aspecto una sensación de fragilidad que poco tenía que ver con la realidad. Si Durruti sintetizaba en su persona la imagen del hombre de acción, reservado en su conducta pero decidido en extremo en momentos de tensión; Ascaso era todo serenidad, reflexión y cálculo. Era el estratega del grupo y el complemento perfecto. "Cuando se los veía juntos, a Buenaventura, que golpeaba la mesa con sus enormes puños y gritaba a voz en cuello, y a Francisco a su lado, indiferente y malicioso, con su eterna sonrisa en los labios, se ponía de relieve la fuerza de uno y el ingenio del otro. Se complementaban mutuamente", recordaba Federica Montseny.

Durante muchos años, los redactores de Solidaridad Obrera recordaban el día en que la policía clausuró el diario y confiscó la imprenta. Muchos oportunistas se presentaron a la subasta, buscando precios bajos. Pero también Durruti y Ascaso estuvieron allí. Durruti fue el primero en ofertar: 20 pesetas por la rotativa. Un no muy despierto comerciante, saltó entonces a mejorar la propuesta: "¡Mil pesetas!", dijo. No fue una decisión astuta: un segundo después sintió sobre las costillas un frío metálico inconfundible. Enseguida, retiró su oferta. Ascaso se encargó de cerrar el negocio con las 20 pesetas de su compañero. El subastador no tuvo otra opción que devolver la máquina a los trabajadores por esa cifra irrisoria.

Volviendo a la foto, el de la izquierda era Gregorio Jover, carpintero y fogonero, era el mayor y lo apodaban "El serio". Hijo de una familia de campesinos de Teruel, se había involucrado en huelgas desde su primer empleo en una fábrica de colchones. Los tres formaban parte de "Los solidarios", un grupo de una docena de anarquistas sin jefes, encargados de la autodefensa ante la amenaza del "terror blanco" de los empresarios contra los huelguistas. "Los solidarios" también integraron el primer núcleo de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), creada en 1927 como organización clandestina, una suerte de garante ideológica de la CNT y también responsable del suministro de armas, expropiaciones de fondos y liberación de prisioneros.

En esa foto, con "Los tres mosqueteros" posando, cierta magia particular puede percibirse. Hay una sensación de desafío lanzado. Los tres, que aprendieron los secretos de la conspiración, las urgencias del fugitivo, los interminables días en prisión y los tumultuosos años de exilio y persecución (fueron expulsados de al menos ocho países y condenados en Argentina, Chile y España), parecen dispuestos a la aventura...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 66-Marzo de 2008)

Comentarios

Autor

Walter Marini y Hugo Montero