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Plástica

Tola Invernizzi: El erotismo mirado por el ojo de la conciencia

Una conversación con Tola Invernizzi, pintor y mito de Uruguay.

"La mujer violín, que sólo suene con uno, es la seguridad que ningún hombre tiene"dice el Tola Invernizzi un mediodía de calor, en un bar ruidoso que recuerdo, arbitrario, en tiempo presente.

-Los hombres somos unos estupendos cornudos, devolvemos a la mujer a la condición donde florece. Pero no florece porque estés adentro de ella sino porque es mujer -continúa. La voz suena vehemente para imponerse al barullo de las mesas y yo le miro el cabello largo, cano, las arrugas del rostro, la talla grande y fuerte, y le pregunto sobre el erotismo de los años cuarenta entre los gritos de los mozos, el concierto de platos, vasos y botellas que entrechocan alrededor.

-Era la época de las milongas y no de las whiskerías. En la milonga tenías la posibilidad de levantarte una mujer del cabaret que fuera contigo, pero no por plata. Era una fiesta erótica entre hombres y mujeres. El sexo era ejercido como una forma de la hombría, más allá de la capacidad erótica de cualquiera de nosotros. La hombría entendida como soledad, como individualismo. De eso está empapada la literatura de Onetti y también la de Roberto Arlt. Acá eso desapareció con la guerra, cuando empezaron a llegar los marineros llenos de billetes. Entonces vos ibas al cabaret y ninguna mujer te daba bola. Ellos traían dólares, y venían con una sed...

No era la fiesta del goce, que da cancha libre para lo que sea. Esta parafernalia que hay ahora sobre educaciones sexuales y sexólogos no existía. Aquello tenía mucho que ver con la vanidad, con el orgullo, con el miedo al ridículo, y sobre todo con el individualismo. El tango lo ha dicho. Mirá Besos brujos: "yo te inicié y resulta que sos una calentona y te vas con otro". Y todos los poemas de amor que he visto escritos por los hombres repiten lo mismo. Recuerdo uno que decía: "tienes derecho a amar a cualquier hombre por la tierra/ ruego a Dios que sea a mí".

El sexo era un ritual de la hombría y del machismo, ni siquiera del poder. No es el dominio, es la pertenencia. No el simple goce, las cosquillitas de Eros. Era una cosa más profunda, una especie de prefiguración de lo que es un hombre. Fijate que todo está ligado a que una mujer puede fingir el sexo y el hombre no; si no estás erguido te vas a la mierda. Es la gran diferencia. El gran miedo del hombre.

Tola bebe su segundo whisky y yo también. Chasquea los labios.

-Todavía existía el sufrimiento de los celos retrospectivos.

-Y la galantería.

-La galantería como ofrenda, si querés, del poderoso al duende. "Tú que llegás al amor: te ofrezco esto de mi parte". Existía el gesto de las flores.

-¿Cuál era el ideal de mujer?

-No sé si había un ideal. Pero existía el temor a encontrarte con su pasado. ¿Cómo te besó? ¿Cómo puso la boca? ¿y vos qué hiciste? Eso establecía otra relación con las mujeres. El temor al pasado quizá frenaba el pleno amor, aunque no estoy demasiado seguro. Ahora, el pasado de la mujer se acepta de antemano. Pero entonces el hombre se preguntaba: ¿cuáles son los recuerdos tuyos que yo no comparto? ¿Aquel tipo que te vio con ese traje que yo nunca he visto y te miró? Ese afán de que la mujer naciera con uno.

-¿Importaba la capacidad intelectual de la mujer?

-No. Durante la dictadura de Terra se formaron las primeras organizaciones de las Juventudes Comunistas. Ahí aparecían las primeras mujeres subidas a las barricadas. Empezaban a tener una participación mayor, a ir a los boliches. Si tenían que tomar una copa la tomaban. Muchas relaciones se establecían en la militancia. Íbamos a los picnic y después las mujeres aparecían embarazadas. "¡Sí, yo espero para el 7 de enero, yo para el 8. No, decía otra, yo para el 20 de marzo. Es que fui al otro picnic". Ya existía la decisión de irse a vivir juntos, un cierto desprecio hacia el casamiento.

-Vos me dijiste que la mujer puede fingir el sexo...

-Claro, el hombre tiene miedo al desnudo. La mujer, en cambio, siempre está erguida, con sus senos y sus piernas. El sexo del hombre, cuando no está erguido, es ridículo, una pasa de uva.

En la historia de las religiones, todas las sacerdotisas tenían que ser vírgenes y eso tiene su razón de ser. Se deposita la religión en las manos de aquellas en las cuales la vida no va a seguir aconteciendo, en las cuales la vida está detenida.

Siempre pensé que la libertad y el sexo son dos tipos opuestos. El sexo es una cosa tribal y la libertad es un fenómeno individual. Pero resulta que la libertad se consigue colectivamente, y el sexo, que es tribal, se realiza individualmente. El sexo es un ejercicio de la personalidad. Y no hay que dispersarse. El goce es uno de los grandes enemigos de la virilidad. El goce en cualquiera de sus formas. Hay que defenderse del goce erótico, saber dónde está el límite donde te destruye...

La nota completa en Sudestada n°42.

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Autor

Carlos María Domínguez