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Editorial

La cultura en tiempos de vacas flacas

Supongamos por un momento que el género de la obra es la tragedia, que sus protagonistas son varios millones de personas divididos de forma despareja entre explotados (los más) y explotadores (los menos), y que el escenario está a punto de derrumbarse y adquiere la forma de un país devastado por la rapiña, la corrupción y la impunidad. No hace falta mencionar el nombre de la pieza en cuestión, pero del desarrollo de cada uno de sus actos depende en buena parte el futuro de todos aquellos que participamos, de una u otra manera, en la sucesión de cada una de sus próximas escenas.

En un contexto de crisis donde los despidos se multiplican, las injusticias se suman y las chances de conseguir un trabajo de aquello que nos apasiona se dividen, suponer que la cultura puede ser una excepción a esta regla no deja de ser una actitud poco realista.

De esta forma, cientos de pequeños teatros y centros culturales se encuentran ahora ante un desafío que pone en serio riesgo su subsistencia y reduce las opciones a tan sólo un par: o se asumen los vaivenes de la tormenta y se generan políticas creativas, se busca la coordinación entre pares y la participación del barrio, o indefectiblemente se bajan las persianas. No basta entonces, en estos tiempos de vacas flacas, con exigir de forma conjunta la reanudación del pago de subsidios o incentivos oficiales (reclamo por demás justo, obviamente). Hay que buscar, hay que cambiar, hay que probar y equivocarse, pero probar.

La zona sur del conurbano es un modelo de dispersión y falta de comunicación en materia cultural por demás elocuente: tenemos teatros y centros culturales separados por un puñado de metros; tenemos artistas sueltos por ahí, sin canales donde expresar su talento y capacidad; tenemos infinidad de pequeñas publicaciones naciendo y muriendo en cuestión de meses; y tenemos una innegable tendencia al aislamiento, al personalismo y a la búsqueda individual por encima de la generación de un proyecto colectivo. Si este escenario resultaba algo beneficioso en años anteriores, hoy la coyuntura nos muestra con violencia que para conseguir que la cultura tenga la presencia que se merece en la zona hay que derrotar estas posturas. Hay que sacar la cultura a las calles, hay que interesar a los más jóvenes con el teatro utilizando formas creativas, con entradas accesibles o gratuitas, con propuestas nuevas, con la difusión constante en colegios secundarios, todo para generar de a poco una cotidianeidad de los más pibes con el teatro de su zona, como una salida más.

Las formas de capear el temporal pueden ser muchas, pero desde Sudestada creemos que lo más lógico sería comenzar transformando tanta dispersión en una organización coordinada, conjunta y solidaria entre tantos espacios culturales. Del diálogo constante entre todos sus protagonistas puede generarse algo más que un festival en común, puede plantarse la semilla de un proceso que vuelva a acercar la cultura a los barrios, y a los más jóvenes en particular. Resulta doloroso para cualquiera observar en cada presentación teatral que el promedio de público nunca baja de los cuarenta años, consecuencia lógica de la crisis que afecta en mayor medida a los que recién ingresan al mercado laboral. Sin embargo, es inaceptable que los espacios culturales se resignen a repetir la fórmula y no intenten romper con una dinámica que los puede llevar a transformarse en un espacio para unos pocos privilegiados.

Ahora, cuando todo parece desmoronarse, cuando cuesta mucho más conseguir monedas para pagar el alquiler, para imprimir una revista, para viajar en colectivo, es cuando la cultura debe ofrecerse como herramienta de cambio a los ojos de cada vecino, de cada estudiante y de cada trabajador.

No hace falta ser adivino para vaticinar tiempos difíciles. De apostar al cambio urgente, de canalizar nuestras fuerzas con las del resto, de buscar entre todos nuevas alternativas, depende en buena parte el futuro de la cultura en la zona sur. Desde nuestra pequeña y humilde trinchera, Sudestada ratifica su voluntad de intentarlo, una y cuantas veces sea necesario.

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.