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Dossier

Jazz y literatura: Alrededor de otras medianoches

Puentes desde las notas que la pasión improvisa a la letra impresa, desde Paris a Buenos Aires y desde Barracas o desde el doque a New Orleans, puentes por donde supieron pasearse Cortázar y Charlie Parker y Raúl Gustavo Aguirre, Abelardo Castillo y una desesperada trompeta anónima que suena como un alfilerazo de oro, Juan Sasturain y Lennie Tristano o Paco Urondo de la mano de Jim Hall, puentes bajo los cuales pasa el tiempo como un agua hecha de música y palabras, y nos acuna con voz negra o blanca o roja o blue, pero qué importa mientras sea con swing.

Todo lo que amamos tiene raíz y canta.

Los niños se despiden,

Pablo Armando Fernández


No hace tanto tiempo, cuando se hablaba admirativamente de algún músico argentino de jazz, solía decirse suena igualito a... El pianista Adrián Iaies, recuerda una imagen repetida en su adolescencia: "Iba al Club de Jazz y encontraba una bola de viejos tratando de sonar como los americanos... Era todo de plástico". Pero desde hace ya unos años, los buenos músicos argentinos de jazz suenan como nadie en la tierra. Hay quienes incorporan materiales provenientes del tango, del folklore o del rock nacional en diversa medida y manera, y hay quienes construyen músicas más abstractas, hay quienes componen sus propios temas y quienes tocan standards o convierten en tales a Seminare, Naranjo en flor o Ella también. Pero todos -sin necesidad de caer en obviedades ni demagogias- suenan a este rincón del mapa y de la historia.

La destreza instrumental es sólo un punto de partida; la comunicatividad, la sinceridad, la búsqueda, son aventuras emprendidas con esa excelencia técnica como herramienta y bagaje. Tal ha sido el desarrollo de esta música, que una lista de nombres insoslayables puede resultar tarea condenada al fracaso, rápidamente desactualizada por el surgimiento de alguna nueva estrella para sumarse a quienes vienen sonando. En todos los casos, se trata de mundos sonoros complejos, tan lejanos al calco esmerado como irreductibles al catálogo de las influencias, de mundos sonoros originales y autónomos. Resulta además destacable que no estamos ante una movida limitada al micro-clima porteño, sino con desarrollos interesantes en Rosario o La Plata, con un festival de jazz veraniego en Necochea, ciudad que también cuenta con una radio FM -Maestra- que en buena parte programa jazz, cantidad de adolescentes que estudian trompeta o saxo, integran una big-band y pequeños grupos. Hay además en el país críticos como Sergio Pujol o Diego Fischerman. Hay un fotógrafo apasionado por el jazz como Horacio Sbaraglia. Hay sellos discográficos como BAU y colecciones como S jazz, creada y producida por el mismo Adrián Iaies, y locales que comienzan a ver el jazz como otra posibilidad. Hay un público renovado y ávido.

Puede afirmarse que, ahora sí, hemos llegado al jazz. Pero la literatura llegó primero.

Ventarrón

Tal vez el jazz aparezca por primera vez en la literatura argentina con un poema en prosa de Raúl González Tuñón: Jazzband, incluido en La calle del agujero en la media (1930). Y si bien los tópicos del exotismo están presentes en él, se trata de un poema que adelanta en más de veinte años el pulso escritural de la beat generation estadounidense: Entremos al bar, la noche está afuera, como el mar. El bar parece un puerto. Yo vi sus luces rojas desde lejos. La noche se tendía a sus pies como un animal herido. Allá arden las avenidas gritando letreros luminosos al espacio infinito (...) El hombre que tenía alma de prestamista, corazón de catedrático, gestos de procurador, está caído contra las piedras de la calle. Me habló de Kant y le eché cocaína en su sopa (...) El jazz, latiendo su sonido irregular, loco, sobre la tarima, es el corazón del tiempo.

A mediados de los años '50, fresca aún la muerte del revolucionario saxofonista Charlie Parker, co-creador del estilo conocido como be-bop, el poeta Raúl Gustavo Aguirre escribió un poema en su memoria titulado Jazz de verano: ...un hombre que sostuvo / que sostuvo y sostuvo / en el fondo de un vaso un sonido sin fin // para que nadie nunca nunca más esté solo.

A inicios de la década siguiente, Paco Urondo festejó en otro poema al rey de los guitarristas: Jim Hall destroza la noche de El Bajo, // disimula la tristeza pesada de estar entre nativos; / la vergüenza de ser del sur / los parientes pobres; la sorpresa imposible / de reconocer al mundo en otros lugares, en otros sueños, / en otro alcohol de la gente. Los nativos olvidan las injurias / y admiran la ternura del jazz y aman, todavía.

All the things you are

Hasta aquí, antecedentes, meritorios pioneros. No más. Porque hablar de jazz y literatura en Argentina es hablar de Julio Cortázar. Por sus libros collage -La vuelta al día en ochenta mundos y Último Round- andan sentidas, ingeniosas celebraciones del pianista Thelonious Monk, el trompetista Clifford Brown y el cantante, trompetista y showman Louis Armstrong (Grandísimo Cronopio). En Rayuela -plagada de señalamientos y contraseñas culturales que bordean el abismo de la pedantería si es que no se lanzan gozosamente a él- abundan las citas de jazz, alternándose con menciones a compositores contem-poráneos de música, artistas plásticos y literatos de vanguardia. Como si se quisiera dejar bien claro que el autor y sus criaturas no en vano se cuentan entre los iluminados habitantes de la ciudad luz. O como para reconocerle al socarrón Borges que el snobismo es la más auténtica pasión argentina.

Además, en uno de los capítulos de la novela se teoriza acerca de una presunta y especial universalidad del jazz: ...una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos... Es dudoso que el jazz haya cumplido esa función cultural, más atribuible al rock y al pop. Ambigua función, porque más allá de los efectos bien apuntados por Cortázar (aunque atribuidos al jazz), el imperio de tal universalidad -que le debe más a la geopolítica y la propiedad de los medios de producción y difusión que a la estética-, mantuvo sumergidas por años a expresiones como la chanson francesa, el fado, el flamenco o el tango.

Polémicas aparte, el fraseo de la misma Rayuela o de Prosa del Observatorio pueden asimilarse a algún tipo de jazz. El libro de poemas Salvo el crepúsculo respira en cambio aires elegíacos y tangueros. Una sección entera se titula Con tangos, y algunas de las composiciones allí incluidas fueron grabadas por el Cuarteto Cedrón. Así y todo, nos encontramos otra vez con el buenazo de Armstrong, cuyo nombre no es invocado en vano, y cuya glosa conviene a ese libro despedida: Detrás de toda tristeza y toda nostalgia, quisiera que ese mismo lector sintiera el estallido de la vida y la gratitud de alguien que tanto la amó, eso que cantaba Satchmo llenando una melodía banal de algo que sólo puedo llamar comunión: I'm thankful / for happy hours, / I'm thankful / for all the flowers...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°45)

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Autor

Juan Bautista Duizeide