En su libro ¿Quién mató a Cafrune? Crónica de la muerte de la canción militante, la escritora e investigadora Jimena Néspolo contrasta las dos versiones sobre la muerte del ídolo de la música de raíz folklórica de los años sesenta y setenta: la del accidente de auto y la del asesinato a manos de los militares. Además, analiza el legado de Jorge Cafrune y su peso simbólico y político como un cantor comprometido, frente a las visiones más tradicionalistas de las músicas criollas argentinas.
Es la madrugada del 31 de enero de 1978 en Benavídez, a 40 km. de Buenos Aires: Jorge Cafrune avanza por la ruta 27 en su caballo blanco Resero con destino a Yapeyú, Corrientes, para depositar un cofre con tierra de Boulogne-sur-Mer como homenaje a San Martín. Va con su compadre Chiquito Gutiérrez cuando los atropella una camioneta Rastrojero. "Cuando apenas faltan trescientos metros para llegar al cruce de la ruta mayor, un ruido artero irrumpe por atrás volteando caballos, jinetes y atavíos. El ruido del motor se aleja".
Así lo recobra Jimena Néspolo, escritora, periodista, poeta y Doctora en Letras, en su libro ¿Quién mató a Cafrune? Crónica de la muerte de la canción militante (Tinta Limón). Una investigación que, más que intentar demostrar los hechos, analiza "ese magma de significaciones que acompañan la leyenda de una muerte y que encuentran en la canción militante de una década radicalizada el rico manantial donde abrevar", dice la contratapa.
Pero, ¿cuáles fueron los hechos? Cafrune queda tirado largas horas en la ruta con las costillas clavadas en los pulmones. El conductor (luego se supo que se llamaba Héctor Emilio Díaz, de 19 años) huye en la noche. "Se suceden horas de impericia en una salita de primeros auxilios cercana: tiene rotas diez costillas y politraumatismo de cráneo. Lo trasladan al Hospital Municipal de Tigre y luego, en el intento por llevarlo al Instituto del Tórax de Vicente López, Cafrune muere. Su caballo sobrevive. El dolor es extremo".
La narración de Néspolo sobre la muerte del ídolo del folklore de los años sesenta y setenta fallecido a los 40 años no deja de interpelar alrededor de esa pregunta: ¿Quién mató a Cafrune? Distintas notas periodísticas plantean las dudas sobre esa muerte. "Si bien se cree que se habría tratado de un asesinato planificado por la dictadura militar y ordenado por el teniente 1º Carlos Enrique Villanueva, el hecho nunca fue esclarecido completamente y quedó sólo como un accidente", se lee en Wikipedia.
La tesis de la familia y de su hija cantora Yamila Cafrune es conocida. "Como el papi estaba prohibido, se dijo que fue un atentado. Yo sostengo que fue sólo un accidente de tránsito, aunque los militares lo usaron para vanagloriarse de su poder", le dijo a Clarín el 28 de enero de 2018, tras el homenaje a Jorge Cafrune en Cosquín que organizó ella junto al cantautor misionero Joselo Schuap y a otros músicos.
La misma versión sostiene el documental Cuando llegue el alba. Vida, pasión y muerte de un cantor popular, de Schuap, estrenado en aquel Cosquín. En otras notas, Yamila Cafrune aclaró: "Sería muy conveniente para mí decir que lo mataron los represores, por las ideas políticas que tuvo mi padre. Pero no fue así, por más que queramos verlo de esa manera".
Las interrogaciones al respecto persisten en pleno siglo xxi, como una demanda de la memoria acerca de lo llamado "folklore", de la significación de los cantores populares del género y de las tensiones entre el relato conservador del "ser nacional" y las visiones de raíz folklórica menos atadas al tradicionalismo: mucho más críticas de la realidad social y política argentinas.
Jorge "El Turco" Cafrune, nacido en 1937 en El Carmen, Jujuy, fue uno de los cantores populares más exitosos de su tiempo. Grabó más de treinta discos, recorrió el mundo con su guitarra y fue un símbolo del "cantar opinando", en la línea de Coplas de el payador perseguido, de Atahualpa Yupanqui, que aquél también grabó, y que se remonta hasta el mismo Martín Fierro. Aunque peronista, a la par de su estampa de gaucho de campo adentro, Cafrune expuso una visión latinoamericanista en sus declaraciones y en su repertorio, y por ello sufrió prohibiciones.
Fue defensor de pobres, crítico de oligarquías y dictaduras, y también quedó en la historia por hacer subir a Cosquín en 1965 –sin pedir permiso– a una joven cantora no aceptada por su militancia comunista, que tendría destino mundial: Mercedes Sosa. "Cafrune es más peligroso con una guitarra que un ejército con armas", llegaría a decir José López Rega, fundador de la Triple A y hombre de confianza de Perón (cuyo regreso celebró el cantor).
En ¿Quién mató a Cafrune?, Néspolo combina el relato histórico sobre su vida con el análisis del mito y de los gestos artísticos, performáticos y transgresores del folklorista. Analiza las discusiones científicas y académicas fundantes acerca de lo considerado "folklórico" (los estudios de Raúl Augusto Cortazar, Carlos Vega y Ricardo Rojas). Y con la pregunta retórica del título, la autora busca abrir debates, políticos y culturales. "Lo más justo es mantenerse en la pregunta y en la incógnita. No descartar nada ni dar ninguna causa por cerrada ni por probada", sostiene Néspolo, también investigadora del CONICET.
"Hay dos testimonios de dos mujeres exmilitantes que están vivas y que dicen que escucharon decir, en cautiverio, que a Jorge Cafrune lo mataron. ¿Qué hacemos con eso, como sociedad? ¿Hacemos como que nadie habló? En la medida en que sigan los juicios abiertos, debemos atender a esos testimonios", agrega Néspolo. Uno es el de Graciela Geuna, quien sobrevivió al centro clandestino de detención cordobés La Perla: ella declaró que había podido oír, en cautiverio, que el teniente 1º Carlos Enrique Villanueva dispuso la muerte de Cafrune luego de que cantara en 1978, en Cosquín, varios temas no permitidos por la censura, entre ellos "Zamba de mi esperanza".
Y está la otra voz. Teresa Celia Meschiati fue secuestrada el 25 de septiembre de 1976 en Córdoba y también sufrió torturas en La Perla. Entrevistada por Néspolo, Meschiati rubrica su testimonio ya plasmado en el Nunca Más (1984), de la CONADEP: "Los militares coincidieron en que había que matarlo para prevenir a los otros". En el libro, Meschiati dice: "Yo sé que la familia no acepta la versión nuestra, que tampoco es un ciento por ciento segura. Lo que pasa es que una cosa es ser un familiar de afuera que lee un papel donde dice o da una interpretación de los hechos, y otra cosa es haber vivido ahí adentro (…). Cuando yo digo lo que yo vi, respecto a Cafrune, te diría que es un 95 por ciento de seguridad que tengo de lo que pasó"...
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