Buscar

Desde el barrio

Dias de lluvia y frío

Por más que alquile una casita con gas natural, cada vez que prendo el horno me acuerdo de lo que era vivir pensando que en cualquier momento se podía acabar la garrafa, en lo que era sacudirla para ver si calentaba una olla más, y en lo que era ir a pedirle a la vecina que te calentara una pava cuando ya no había más sacudones que valieran y entonces había que agarrar el palo de escoba para salir a comprar otra.

Por más que alquile una casita con gas natural, cada vez que prendo el horno me acuerdo de lo que era vivir pensando que en cualquier momento se podía acabar la garrafa, en lo que era sacudirla para ver si calentaba una olla más, y en lo que era ir a pedirle a la vecina que te calentara una pava cuando ya no había más sacudones que valieran y entonces había que agarrar el palo de escoba para salir a comprar otra. Por más que alquile una casita en la que no entra ni una gota de agua pienso en las noches eternas sin dormir porque había que ir vaciando los cacharritos que se llenaban con cada gotera, y en lo que era correr la cucheta en una diagonal rara porque de otra manera le caía una gota en algún lado y que se mojara una cobija podía ser una tragedia monumental. Ahora tengo un acolchado pero pienso en las camperas viejas regaladas de alguna iglesia que nos tirábamos arriba de las cobijas para dormir más calientes, o en los pulóveres viejos que nos poníamos de medias (una manga en cada pata y a los diez minutos estás hecho un fuego).

Pienso en todas las cosas que comí y que amo y en la gente que no las comería ni en pedo, en el arroz infinito y en el mate cocido hirviendo y en el pan mojado, en lo que sea que hubiera en la taza para ablandarlo. Pienso qué comerán los ricos cuando hace frío y calculo que nada puede competir con un buen guiso o una polenta. Y me río acordándome de la cantidad de veces que me hice la boluda en la casa de algún compañero para pasar de largo y que me invitaran a cenar algo con tuco, o a tomar la leche con chocolatada y masitas y no con té ni mate cocido ni pan.

Pienso en la alegría que me sigue dando ir por la calle y ver cajitas ordenadas al pie de un canasto de basura, porque al toque te das cuenta de que en esa casa hubo limpieza general y seguro tiraron algo interesante y está apartado y limpito. Pienso en la tranquilidad que tienen los que tienen vecinos como los que tuve yo, a los que siempre se les podía ir a pedir un huevo, una taza de azúcar o de harina o un saquito de té o hielo en el verano. Pienso en que debe ser una verga estar peleado con tus vecinos y pienso que ni sé cómo se llaman los que tengo ahora...

Comentarios

Autor

Mayra Arena