Dante y Emanuel bailan como poseídos arriba del escenario, se agitan como si fueran de goma o un par de Avengers adelantados a su tiempo. Agitan sus rulos adolescentes y rapean la canción impensable: “Jubilados pensionados/ ya no pueden más / rezagados con sus manos / el gobierno tirarán/ Corso Gómez delirando está / y el geriátrico El solcito/ va a estallar”.
Dante y Emanuel bailan como poseídos arriba del escenario, se agitan como si fueran de goma o un par de Avengers adelantados a su tiempo. Agitan sus rulos adolescentes y rapean la canción impensable: "Jubilados pensionados/ ya no pueden más / rezagados con sus manos / el gobierno tirarán/ Corso Gómez delirando está / y el geriátrico El solcito/ va a estallar".
La postal en movimiento y de ritmo eléctrico cortó al medio los ¿lejanos? noventa y no es casual que sus protagonistas hayan sido por un lado los Kuriaki –como representantes de una generación que empezaba a salir a la cancha– y por otro los jubilados, que también salían a reclamar por lo suyo, aunque en su tiempo de descuento.
Faltaban otros actores, claro. Faltaba una generación entera, la de los padres de unos y los hijos de los otros, los que tendrían que haber sido los protagonistas de su tiempo, pero justo esos no estaban. La dictadura, las traiciones y la compra de espejitos de colores habían hecho lo suyo, pero no estaba todo perdido.
Durante una de esas tardes aburridas en las que muchos se sentaban a esperar el final, apareció ella: Normita, como le decían sus compañeros y compañeras, o Norma Plá según los medios de incomunicación. Y empezó a ocupar el centro de la escena de los desesperados, gritando fuerte detrás de un megáfono casi sin pilas o colgada de los codos en alguna valla. Haciendo fuerza, igual que Walter Bulacio desde las banderas y los recitales. Empezaron a tirar juntos para despertar desde los extremos de la sociedad fragmentada a los dormidos y los indiferentes, aunque el camino fuera cuesta arriba y con viento en contra o incluso a veces peor.
La historia pública de Norma es la de la lucha de los jubilados por los 450. Pero para ella arrancó en el mismo momento en el que se le hizo un nudo en el estómago porque ya no tenía ni para pagarle el tren a su hijo que había empezado a estudiar en la facultad de arquitectura. Ese fue el día que decidió salir a la calle y juntarse con otros como ella. Porque había que hacer algo, se dijo, y porque sola no podía...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)
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