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Dossier

¿Quién mató a Berta Cáceres?

El asesinato de la referente ambientalista hondureña conmovió al mundo. Berta Cáceres era la cara visible de una lucha popular contra las corporaciones depredadoras y sus socios estatales. En esta crónica, el detalle de un crimen que abre una nueva herida en la piel americana: la de un capitalismo que no oculta sus miserias a la hora de garantizar el saqueo y la rapiña de las riquezas de la tierra, pero también la de un pueblo que exige justicia y que sale a la calle con el rostro de Berta en todas las banderas.

Una militante incansable que nunca traicionó a los suyos, los de abajo. Esa fue Berta Cáceres, lideresa hondureña asesinada el pasado 3 de marzo en el municipio de La Esperanza, al oeste del país. En las primeras horas después de su muerte se tejieron conjeturas e hipótesis con el único objetivo de manchar la imagen de una dirigente respetada a nivel mundial. El Estado hondureño y sus socios corporativos pergeñaron la teoría de que a Berta la habían matado durante un intento de robo, que todo se trató de un crimen pasional y hasta se dijo que sus propios compañeros de militancia habían sido los responsables de su final, en un típico caso de ajuste de cuentas.

Referente de la comunidad indígena lenca –la más grande del país– y activista feminista, Berta nació cuando la década de 1970 apenas despuntaba y, desde pequeña, conoció los dolores y golpes recibidos a sus pares. Su madre, Berta Flores, fue partera, enfermera y alcaldesa. Cuando en El Salvador la guerra interna hacía estragos, la madre de Berta protegió a muchos refugiados que huían de una muerte segura. Sobre su madre, Berta dijo alguna vez: "Crecí en un hogar dirigido sólo por mi mamá, y desde temprano ella trabajó en la defensa de los derechos humanos". Y agregó: "A mi madre le tocó vivir dictaduras, golpes de Estado, y hasta hoy en día me motiva para continuar con esta lucha".

En un país como Honduras, controlado por las grandes empresas y por gobernantes que reportan diariamente a la Embajada de Estados Unidos, Berta se convirtió en un blanco a eliminar. Sus luchas junto al Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) contra el saqueo organizado por compañías mineras y en rechazo a proyectos hidroeléctricos depredadores, que afectan profundamente las tierras ancestrales de las poblaciones originarias, fueron marcando un camino de firmeza y conciencia social, pero que en todo momento fue minado por las administraciones hondureñas de turno.

La persecución contra Berta y el COPINH se agudizó cuando fue derrocado el presidente Manuel Zelaya a través de un golpe institucional digitado por los grupos más poderosos en el país y avalado desde Washington. Como muestra de la complicidad de la Casa Blanca, poco tiempo después del golpe se conoció que, al ser expulsado del poder, Zelaya fue trasladado a la base militar de Palmerola que Estados Unidos controla en territorio hondureño, para luego ser enviado a Costa Rica. ¿La razón del golpe? Zelaya apenas había planteado efectuar un referendo no vinculante para conocer si la población estaba dispuesta a reformar la Constitución.

Desde ese momento, Berta fue una de las caras más visibles en las protestas contra los golpistas, al mismo tiempo que continuaba con su tarea de organización y resistencia en las comunidades más azotadas por los terratenientes y sus guardias privadas. A su vez, fue la impulsora del Frente de Resistencia Popular (FRP) que intentó aglutinar a diversas fuerzas para hacer frente a quienes asaltaron el poder institucional del país...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Entrevista con Salvador Zúniga, hijo de Berta Cáceres


"MI MAMÁ SIGUE CONVOCANDO A LA LUCHA"



La última vez que Salvador Zúniga vio a su madre, además de los abrazos y besos de la despedida, ella le dijo que no se preocupara si le pasaba algo, porque en Honduras le podía suceder cualquier cosa. Fue en febrero, cuando Salvador visitó su país y se reencontró con Berta Cáceres, su madre. Berta les dijo a él y a sus hermanas que no tuvieran miedo, que fueran fuertes y que nunca dejaran de luchar.

Salvador, que estudia el cuarto año de la carrera de Medicina en Buenos Aires, habló con Sudestada sobre el asesinato de su madre, la complicidad del Estado hondureño y el legado que Berta dejó en América Latina.


–¿Cómo definirías a tu mamá?


–Siempre tuvo la característica de transmitir mucha fuerza. Era una mujer de una claridad impresionante. En lo cotidiano tenía una diversidad que abarcaba desde alimentar a los perros de la calle hasta no dejar de preocuparse por los compañeros de la organización, de asegurarse que estuvieran bien de salud y ayudarlos en lo que necesitaran. Con nosotros siempre estuvo muy pendiente en todos los sentidos y era muy cariñosa. Desde muy pequeños sentimos la importancia de la lucha de los pueblos porque nos hizo sentir parte de las comunidades indígenas. Por ejemplo, yo estuve a punto de nacer en una peregrinación del COPINH. También estuve compartiendo la lucha con los compañeros de las comunidades y me quedaba semanas con ellos. Nos inculcó mucho la importancia de tener una conciencia, de no dejarnos influenciar por los medios de comunicación y siempre tener un pensamiento crítico. Nos enseñó la unidad como hermanos, y como madre siempre estuvo ahí, con una fraternidad y una calidez muy grande, y dentro de esa calidez transmitía fuerza, voluntad y esos sentimientos de transformar el mundo.


–Cuando te enteraste del asesinato, ¿qué fue lo primero que pensaste?


–Fue un primer momento de incredulidad y de no asimilarlo hasta que llegué a Honduras. Después tuvimos que enfrentarnos con el amarillismo de los medios, vinculados a las grandes empresas, que querían montar un show mediático. Fue muy difícil encontrarse con el dolor de mi abuela y de los hermanos de mi mamá, de los seres queridos y de las personas de la organización, pero dentro de esa situación tuvimos que encontrar la claridad para dar una respuesta y no quedarnos congelados sin hacer nada. Fue un momento de construcción de fortalezas, tanto como familiares y como miembros del COPINH, para seguir coordinando esta lucha. Tuvimos que encontrar nuevamente el camino y lo que nos da fuerza es ver que toda la lucha que se estaba realizando, de la que ella era protagonista, continúa. Por eso no nos sentimos desvanecidos y sentimos que ella vive...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Leandro Albani