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Editorial I

Los que luchan y los que lloran

Al cierre de esta edición, los docentes de una decena de provincias persistían en su reclamo por mejoras salariales ante un gobierno inflexible. De todos modos, para intentar comprender mejor las lecciones que deja esta pelea, quizá sea necesario apartar de la discusión lo estrictamente coyuntural para entender el fenómeno de un modo más integral. Lo que ha generado el conflicto docente (y a su modo también la postura rígida del poder de turno y la respuesta crítica de parte de la prensa orgánica y opositora por igual) es un profundo quiebre en el imaginario colectivo. Ahí se acomodan quienes, desde el oportunismo de sus intereses políticos atacan al trabajador que reclama, y lo hacen con argumentos paridos desde la comodidad de una prensa servil y subvencionada por la gestión. Del otro lado del supuesto escenario polarizado, los medios corporativos también repudian la decisión de los educadores de persistir en la lucha, pero lo hacen desde un profundo resentimiento de clase, desde ese egoísta desprecio por las mayorías que parece tan típico de la derecha criolla, la misma que anhela un país de opresores con micrófono y oprimidos en silencio.

Ya casi no importa recordar las prioridades de este modelo a la hora de invertir y de gastar los recursos (la estafa del acuerdo con Repsol a cambio de una empresa vaciada y en crisis; el millonario gasto en un fútbol cada día más mediocre y con clubes ahogados por las deudas -tan parecidos a los decadentes partidos políticos del sistema-; el inconcebible aumento salarial a las fuerzas represivas, entregado cobardemente a punta de extorsión y a cambio de una frágil "paz social"; el pago puntual de una deuda externa ilegítima a los usureros que cerraron el negocio del siglo), lo que realmente sorprende es el lugar de la educación en el debate, más allá del cotillón de los discursos y del humo de los programas de Estado, sostenidos más en medidas efectistas y mediáticas que en soluciones de fondo a problemáticas cada vez más preocupantes.

Cuando las caretas se caen, la verdad desnuda impone respuestas urgentes: ¿Quién se atreve hoy a intentar adjudicarle los problemas de la patria al conflicto que genera un corte de calle, una protesta docente, un reclamo por la libertad de trabajadores injustamente acusados, como el caso de los petroleros de Las Heras? ¿Qué sensación despierta la imagen de la derecha más recalcitrante de esta tierra, de pie en el Parlamento, ovacionando el relato de un proyecto que, hasta hace poco, generaba la reacción opuesta (o al menos, eso creíamos)? ¿Qué lugar eligen ocupar en este puja aquellos timoratos del perfil bajo que prefieren ensayar excusas para defender una cultura política basada en el clientelismo y en el aparato como única herramienta real de poder?

En todo caso, y aun atendiendo cada una de las dificultades que genera cualquier protesta popular como parte de un costo que hay que asumir en cada oportunidad, frente a la decisión de miles de trabajadores de expresarse en la calle no hay negativa ni crítica posible. Las calles son el escenario de una disputa de sentido que supera con creces los límites de un reclamo salarial o la exigencia por la libertad de algunos compañeros injustamente presos en las cárceles del sistema. Se trata de la oportunidad histórica para posicionarse con claridad, y hoy las opciones no abundan: de un lado, los gestores del aparato; del otro, los trabajadores que exigen lo que les corresponde.

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.